por: Jorge Peñuela
La biblioteca Luís Ángel Arango hizo este año un reconocimiento al pensamiento artístico de Marta Traba. Dos invitados internacionales, como afirmó Cuauhtémoc Medina, vinieron a Bogotá a leerles la mano a los gitanos. La metáfora gustó al público asistente porque no comprendimos que sólo era una expresión de cortesía, creemos falsamente que tenemos conocimientos suficientes sobre nuestra historia visual en la época de Marta Traba. No los tenemos porque no solemos reflexionar por escrito con frecuencia. Beatriz González representó a Colombia en este evento y brindó algunos testimonios de la vida y obra de Traba, pero el eje investigativo y teórico estuvo centrado en Cuauhtémoc Medina y Florencia Bazzano-Nelson. Una de las conclusiones a que se llegó es que una reflexión seria sobre el arte colombiano de esta época es inexistente. Ninguna investigación en Colombia, ningún representante del campo académico colombiano se hizo presente, ninguna reflexión histórica sobre nuestra historia de la poesía visual de estos años álgidos, no sólo estéticamente. Padecemos el síndrome del gitano, con honestidad creemos que sabemos muchas cosas, hasta que nos muestran que ese saber del que nos vanagloriamos no son más que habladurías. Tenemos historia del arte y las prácticas correspondientes por pura terquedad de los artistas: la indiferencia institucional y social es la regla.
El mérito de la Cátedra Internacional de Arte 2006 fue la reedición del libro Dos Décadas Vulnerables en las Artes Plásticas Latinoamericanas. Estética del Deterioro, Área Abierta, Área Cerrada, Tiempo Mítico, Tiempo Cotidiano, Mitologizar, entre otros, son los conceptos que Marta Traba elaboró en este texto, mediante ellos comprende e interpreta el arte moderno en Latinoamérica; el mérito no termina ahí; si tuviéramos el valor de mirar nuestra historia, podríamos recontextualizarlos y convertirlos en referencia para la comprensión del arte Contemporáneo en Colombia. Como artista, Traba anticipa la situación que describe Okwui Enwezor en su reflexión para la II Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Sevilla, un deterioro no sólo de la estética, también de la ética y la política. Podríamos afirmar que la estética del deterioro anunciaba las otras. Lo que caracteriza a nuestra época es que no existe ética, estética ni política, pues, la característica de estos campos de acción es su voluntad de diálogo. Ante esta amenaza el arte se siente con la obligación de decir lo que otros callan.
El curador de BIACS2 considera importante pensar su inquietud en un marco de Área Abierta: «¿cómo puede el arte jugar un papel integral y no sólo periférico con respecto al reto global que afecta tanto a la producción artística como a su recepción, especialmente a la luz de los efectos perniciosos de las políticas reaccionarias, conservadoras y fundamentalistas en todas las estructuras sociales del mundo hoy día?». Aunque la posición de Traba con respecto a la pérdida de libertad artística en Latinoamérica es similar al diagnóstico global de Enwezor, tiene claro que la única manera de hacer frente a los autoritarismos, entre ellos el tecnológico, es pensar esta problemática en Áreas Cerradas que nos permitan pensarnos más allá del vértigo de los intereses económicos y políticos de los grupos dominantes. Esta respuesta puede ser considerada conservadora, no obstante, la globalización nos ha planteado este dilema: sobrevivir refugiándonos en los signos que ha construido la cultura, o desaparecer en los medios tecnológicos. Estos últimos favorecen económicamente a unos pocos países, los primeros articulan la conciencia de una comunidad.
Tomar distancia frente a los discursos e influjos políticos favorece al pensamiento poético, mitológico lo llama Traba, le evita despeñarse en el mundo de las habladurías, de la propaganda mediática. En su reflexión, lo propio del artista es mitologizar, es zafarse de las garras de lo cotidiano que busca manipularlo para imprimir su huella en su pensamiento, cuando lo prolífico para el artista y la sociedad es la acción inversa, que el artista tome cierta distancia y deje su huella en la época que interpreta. Enwezor podría afirmar que esto es romanticismo, aunque pueda reconocer que tomar distancia frente a los fenómenos políticos podría ser útil a una intervención artística. Da la impresión que Enwezor aún reflexiona el arte a partir de reflexiones universalistas, desconociendo prácticas marginales que responden a modos de vida igualmente marginales, por fuera de los procesos dialécticos hegemónicos, que pueden generarse en contextos diferentes, al margen de los centros de poder que supuestamente jalonan los procesos histórico-dialécticos. Con seguridad Traba plantearía que un « traslapo de estructuras artísticas» en la actualidad sólo favorecería los intereses del mercado de Europa y Estados Unidos.
No es que el diagnóstico de Enwezor sea equivocado, no puede ser más acertado desde el punto de vista geopolítico; no obstante, su prescripción quizá no sea la más adecuada. Hacer frente a la «gobernación global» requiere algo más que activismo político; la única posibilidad de hacer mella en las moles autoritarias globalizadas, es recurrir a la imaginación, al pensamiento poético, al mito. Mito es imagen poética, a diferencia de logos que es imagen positiva, científica. Pensar por medio de imágenes es poetizar, mitologizar, es sacar del tiempo cotidiano los fenómenos observables y pensar sus fundamentos. El tiempo-espacio resultante es reflexión poética: esto es lo real. Esta es la actividad del artista. Cuando algunos artistas deciden incursionar en la política, no es porque les interese, es más porque perciben lo que deliberadamente nos negamos a ver: que los que deben hacer política no cumplen con su deber. Cuando los artistas glosan eventos de carácter político, muestran la indigencia política de la época.
Marta Traba podría argumentar, como complemento a Enwezor, que las «maquinarias que diezman y desgastan las interconexiones sociales, económicas y políticas», que le impiden a las sociedades latinoamericanas encontrar significantes para alcanzar la autonomía o el reconocimiento de su mayoría de edad por parte de Estados Unidos y Europa, es la colusión de nuestras clases dirigentes con los discursos tecnocráticos. Treinta años después reafirmaría sus puntos de vista; el despliegue silencioso e infame de la tecnología sólo pude enfrentársele por medio de los signos que estructuran el mito: ¿por qué? Porque la técnica no reconoce signos y eso la hace vulnerable ante ellos. Que los artistas se guíen por las señas que la tecnología emite desde un centro invisible y ubicuo, y no piensen los significantes que estructuran la manera de comprenderse sus comunidades, beneficia en alto grado la consolidación del autoritarismo de la mercadotecnia que agobia la vida contemporánea. Esta es la razón del mínimo apoyo que recibe el arte en los países latinoamericanos, explica Traba, porque hasta los artistas deben estar en función del mercado. En el texto mencionado, muestra que estar abierto sin barreras a todo lo extranjero propicia deterioro y frustra nuestro desarrollo intelectual.
Lorena Betta recuerda recientemente, en su reflexión sobre la tragedia, que Aristóteles sabía que sin pensamiento no existe arte. Nosotros sabemos hoy que sin signos no podemos pensar, en esto consiste el deterioro de la estética moderna. En su reseña de la poética aristotélica, Betta olvidó mencionar que la tragedia está compuesta de elementos internos y externos. El arte puede prescindir de los últimos, sin los internos no tendremos arte. Los elementos internos son: pensamiento, carácter y mito. Los elementos externos, expuestos de menor a mayor importancia son: espectáculo, melopeya y elocución. Ante la ausencia de pensamiento, carácter y mito, el deterioro de la estética moderna consiste en considerar que el fin de un supuesto proceso dialéctico de la historia del arte, es concebir el arte como espectáculo técnico. No deberíamos preocuparnos por el espectáculo de las últimas propuestas de Botero, allí no hay pensamiento, carácter ni mito, así algunos crean que sí. Es Botero quien debe preocuparse por la banalización de su técnica. Con seguridad la historia sabrá dar cuenta de su fragilidad en esta época que les exige tanta lucidez intelectual a sus líderes.
Es innegable la actualidad del pensamiento de Traba y la relevancia que aún tiene para las artes latinoamericanas; reivindicar el mito, el pensamiento poético, el arte significativo como lo más real, es la única manera de hacer frente a los autoritarismos, en especial al de la mercadotecnia, también para pensar el diagnóstico ético y político de Enwezor: los autoritarismos contemporáneos convirtieron a los seres humanos en fantasmas: ante el pseudo-realismo apabullante y avasallador de la tecnología somos seres irreales. Los conceptos de Traba pueden facilitar la transición del arte moderno al arte contemporáneo y facilitarlos el diálogo difícil entre productores y receptores de arte.
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