El conjunto de artistas que participa en esta exposición es esencialmente joven (Miguel Andrade, Alberto Borea, Diego Lama, Alexander Neumann, Giancarlo Scaglia y Yerko Zlatar), la mayoria de ellos con una individual en su haber y con varias colectivas. Mis expectativas eran mayores, tanto por ser ellos generacionalmente próximos a mí, así como por el uso de la sala de exposición más concurrida de Miraflores. Lamentablemente el resultado no es demasiado alentador: al dar un par de vueltas por la sala queda claro que el filo crítico que una propuesta como ésta podía haber logrado ha sido limado al ser un conjunto irregular y un montaje sin mucho riesgo.
El título de la exposición Los nombres del Padre remite directamente a Lacan. El Nombre-del-Padre es -para aproximarnos brevemente y en términos lacanianos- aquella especie de final, de tercer tiempo, del Estadio del Edipo que señala el acceso del niño de 'lo imaginario' al orden simbólico (lo cual también podría ser definido en otros términos como el acceso al orden del lenguaje, a la capacidad de nominar, su acceso al mundo de la cultura). Es decir, que aquella identificación primaria que el niño ejerce con su madre (el niño como objeto de deseo de la madre) es intervenida por la presencia del Padre, quien escinde y re-sitúa a través de su palabra (la Ley del Padre) la ubicación del niño frente a la madre. Esta operación -una suerte de castracción simbólica- define el 'lugar' del niño dentro de la tríada familiar, y con ello, su identidad. El reconocimiento de la individualidad del niño es entonces a través de la Ley, con lo el cual niño parece apto para 'nombrar' al padre, asumiéndose en tanto individuo distinto de ambos.
Digamos que el concepto es suficientemente rico y complejo como para abordarlo tanto desde una mirada lacaniana como desde diferentes entradas, las cuales obviamente reelaboran de alguna u otra manera sobre la idea de poder. La sensación que queda en la exposición, sin embargo, es que el señalamiento a Lacan parece servir únicamente de excusa para hablar del 'padre', soslayando una reflexión mayor sobre el marco lacaniano del cual parecen servirse. De cualquier forma esa es esencialmente la prerrogativa de los artistas, y define también indirectamente la forma en la cual el espectador debe aproximarse al título y a las obras en tanto concepto.
Describiré brevemente: La obra de Miguel Andrade, una de las más arriesgadas a nivel de formato, es una instalación donde una gran cabeza de cera -¿su padre?- es derretida lentamente por dos reflectores. O al menos eso de infiere al verla ya que lo que resta actualmente de la obra es un objeto informe suspendido del techo y un cúmulo de parafina seca arbitrariamente acumulada producto del goteo de la cera. La obra resulta sugestiva y verla en acción debió arrastrar ciertamente un sutil componente erótico, pero ya cuando concluida el impacto parece menor. Queda la pregunta sobre si la obra debió haber mantenido su carácter procesual durante el tiempo de la exposición, o acaso sus remanentes evocan adecuadamente la experiencia sensorial buscada. La obra de Diego Lama resulta también una de las más interesantes del conjunto. Su videoinstalación titulada Parricidio recrea un espacio fúnebre donde el rostro su padre, el crítico de arte Luis Lama, aparece desnudo e invertido como si de un velorio se tratase. La banda de músicos que aparece en el video tocando al borde de un precipicio sugiere también un sonido que se pierde en el silencio, la despedida aparece entonces como una suerte de grandioso homenaje. Desplazando además un comentario insoslayable sobre la imagen de Luis Lama en tanto crítico de arte, y a cuya imagen Diego parece confrontar su propia obra en tanto joven creador.
Yerko Zlatar presenta dos impresiones digitales elaborada en base a algunos dibujos sueltos de su hijo sobre la propia pared de la galería, que luego abstrae y manipula para conseguir un efecto de lineas amplias de color encendido. Y aunque si bien parecía interesante elaborar una obra sobre trazas libres de un niño -y quizá más aún si especulasemos que el niño aún no habría de entrar al mundo 'del lenguaje' en términos lacanianos, o en vías de acceder al lenguaje escrito-, el resultado termina siendo casi anecdótico, sin aportar nada valioso o reflexivo sobre las representaciones gráficas y las estructuras del niño. Neumann presenta, bajo el título La colección que nunca fue, 5 fotografías donde la distorsión visual -que se aproxima a una distorsión televisiva o mediática- oblitera a un personaje que aparece así incomunicado, obstruido por la propia alteración de la imagen. Esta obra resulta también en exceso cerrada y parece no quedar claro el interés de Neumann con las imágenes.
Giancarlo Scaglia presenta una pintura titulada Un matin dans la salle de bain en trains de montrer le pipi, en el cual aparece autorretratado en un baño junto a su padre. La imagen nos presenta a ambos mostrándose, mutuamente, sus genitales, como si de una comprobación de crecimiento y maduración sexual se tratase. Él título en francés y describiendo la acción parece darle un tratamiento reverencial -como de cuadro francés del S. XIX- a un incidente casi vulgar (debo el énfasis sobre esto a E. Tarazona), ironizando sobre la situación e intentando desplazarse desde lo banal a lo grotescto. Y finalmente Alberto Borea en Entering the Guggenheim in a Sudaca Way (5 minutos de exposición) presenta una serie de 6 fotografías que son el registro de una acción en el Museo Guggenheim durante la pasada exhibición del artista francés Daniel Buren -uno de mis artistas conceptuales favoritos por cierto-. Borea parece intentar generar una especie de situación límite que dialoga y al mismo tiempo cuestiona la institución a através de un visitante -él- autodefinido como marginal/periférico en el propio título ("in a sudaca way"). Cada fotografía sugiere una suerte de escultura temporal (a la Erwim Wurm, tal vez?) que intenta destacar una forma de apropiación muy personal del espacio, en una afirmación que intenta ser transgresora. Sin embargo hay algo que impide que podamos leer una efectiva crítica institucional en estas acciones, las cuales aparecen inevitablemente mediadas por lo lúdico, pero en un nivel donde se vuelve distractor antes que reflexivo (un ejemplo inverso de lo lúdico-crítico sería el de Andrea Fraser con su Little Frank and his carp, acción en el Guggenheim de Bilbao en el 2001).
Es curioso además -y esto podría haber sido quizá el más grande acierto de la obra- que Borea elabore sobre el Guggenheim, pero especialmente sobre Buren en el Guggenheim, ya que Buren es uno de los artistas conceptuales que desde fines de los años 60's más ha trabajado sobre la reflexión crítica sobre lo museal/institucional. En ese sentido procurar una reflexión institucional sobre la exposición de un artista que ha dedicado su trabajo entero a abordar 'la institución' parece tener un filo insospechado, y que exije hilar tan o quizá más fino que el propio Buren, lo cual Borea no parece aún haber logrado.
Mi sensación general es que es una exposición desarticulada, con las obras dispersas como buscando su compartimentación convencional y dándole al cubo blanco una presencia innecesaria. No parece existir mayor planteamiento museográfico, y quizá tanta pared blanca en la Sala da la sensación de que las obras están demasiado 'bien' colocadas y cargadas de cierta atmósfera aurática (en los términos de Benjamin), lo cual, pensando en la proyección dislocante del concepto de la exposición, podría haber sido mejor aprovechado. Lo cual resulta también un tanto extraño teniendo en cuenta que tanto Miguel Andrade como Diego Lama han trabajado directa o lateralmente con instalaciones (con buenos resultados). Creo que en términos personales ese es el primer gran reparo que tengo con la exposición: el hecho de no permitirse trabajar desde un comienzo con la voluntad de arriesgar en el espacio.
Mi amigo R.Q. me señalaba que un 'plus' que veía en la exposición o, en todo caso, en lo que uno podría inferir de ella, es que los artistas jóvenes parecen estan operando en función de un concepto, articulando específicamente su producción e intentando construir un proyecto conceptual conjunto. Lo cual es como pensar en una presencia tácita de 'lo curatorial'. (En esa misma conversación salió también el nombre de 'Cambios Estructurales I' como otro ejemplo de proyecto colectivo en base a un concepto eje). Y claro, R. tiene razón en cuanto antes era demasiado frecuente ver 'colectivas' arbitrariamente montadas con-o-sin concepto, siendo casi siempre la excusa más banal y pobre para agrupar piezas con el fin de obtener réditos económicos (aún existen por cierto). Sin embargo, si bien es interesante advertir un desplazamiento entre la absurda idea de montar colectivas gratuitas y la posibilidad de trabajar reflexivamente sobre una serie de ideas que den sentido al conjunto, esto aún no parece ser suficiente como pensar que 'lo curatorial' esté siendo asimilado localmente. O en todo caso me atrevería a pensar que sí, pero tal vez una idea de 'lo curatorial' en extremo tímida. La versión local de curaduría que tenemos en mente parece siempre restringida a la elección de un tema, escritura de texto y ayuda en montaje, soslayando la dinámica abierta, propiciatoria y crítica del curador en términos amplios. Ya he señalado en otro momento lo importante que resulta para mí entender la curaduría como acto, o para usar los términos de mi querido J.V.: "radical curating". Por ello, si bien encuentro interesante el comentario de R. creo que la versión de 'lo curatorial' que esta exposición propugna está todavía apagada, restringida casi exclusivamente a la elección de un tema sobre el cual los artistas han trabajado.
Entre los muchos comentarios que recibí -porque ha sido bastante comentada- hay uno que resaltaba por repetición, incidiendo sobre el poco diálogo que las obras tienen entre sí. Y no estoy seguro si esta suerte de hermetismo es porque algunas no están cabalmente logradas (resalta especialmente en este aspecto la obra de Zlatar y Neumann), si es por un espacio mal administrado museográficamente hablando, o si es porque no ha habido un diálogo constante entre los artistas que haya permitido tejer redes más profundas entre las piezas. En cualquier caso, creo que esa sensación al ser tan fuerte deja un rastro de tedio en el espectador, el cual no termina nunca de atar el conjunto. Y en ese sentido si bien hay algunas aproximaciones individuales valiosas la exposición como conjunto se vuelve inofensiva, reduciendo el potencial especulativo del conjunto a una sucesión de imágenes con las cuales el espectador se involucra sólo parcial y pasivamente.
[imagen 1: Diego Lama, Parricidio, still de video, 2006/ imagen 2: Miguel Andrade, Hoy, tu vida por la mía, instalación de medidas variables, parafina, resina y tinta india, 2006 / imagen 3: Alex Neumann, La colección que nunca fue, serie de 5 fotografías, 50 x 80 cm. cada una, 2005 / imagen 4: Alberto Borea, Entering the Guggenheim in a Sudaca Way (5 minutos de exposición), registro de acción, 315 x 140 cm., 2005]
3 comentarios:
que buena la palabra final que usas para resumir: inofensiva.
sí, bueno, paradójicamente esa fue una las primeras palabras que me vino a la mente luego de ver la expo
hola, mi nombre es carlos agüed, soy argentino y escribo para saber si alguno de ustedes conocen a Alberto Borea (hijo), fuimos compañeros en la escuela de arte de argentina, cuando el vivió aquí. Quizás suene loco, pero sòlo quería retomar contacto con él, porque hace varios años que nos dejamos de ver. Un saludo para todos y dejo mi dirección de mail,para que se comuniquen conmigo.
agueed@yahoo.com.ar
www.arteagued.com.ar
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