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domingo, noviembre 01, 2009

Lo impuro y lo contaminado 3 / El Museo de Arte Borrado

Reproduzco el mail enviado por Micromuseo a propósito de su participación en la Trienal de Santiago de Chile. Esta es tal vez su apuesta más ambiciosa dentro de la serie de exposiciones 'Lo impuro y lo contaminado' que ha venido desarrollando desde 2002. El proyecto luce realmente imponente y me he quedado completamente impresionado por la pintura especialmente comisionada por Micromuseo a Sandra Gamarra, de la pieza conceptual que Emilio Hernández hiciera circular en 1970 en el marco de su exposición 'Galería de Arte'. La pieza de Gamarra El Museo de Arte Borrado (d'aprés Emilio Hernández Saavedra, 1970) es excepcional, y más aún si como señala el comunicado de Micromuseo, esta viene como parte de una exploración pictórica ampliada de la artista sobre los museos imaginarios --las fantasías museales-- generados en años recientes en el Perú por artistas como Fernando Bryce (Museo Hawai), Giuseppe Campuzano (Museo Travesti), entre otros.


Llama mi atención gratamente la atención que la pieza de Hernández tiene en este preciso instante. Para mí la obra tuvo también un particular interés desde que Jorge Villacorta me alcanzó su referencia material en 2004 --gesto que agradezco mucho-- y luego a través de distintas conversaciones con el propio Hernández. Y fue posteriormente, en 2007, que dentro de la exposición La Persistencia de lo efímero la presentamos como imagen frontal (y central) de una discusión histórica sobre los 60 y 70 que se quería también vinculada a los modos actuales de construcción de memoria local y el papel de la institucionalidad en ese proceso. La obra de Hernández no solo fue la imagen de la invitación sino la base de toda la gráfica desarrollada para conversatorios y el pequeño brochure de mano cuyas páginas centrales --con el estupendo diseño de Claudia Cáceres-- eran un homenaje a la obra. Fue una sorpresa para nosotros descubrir que en ese mismo momento la exposición Lo Impuro y lo Contaminado II para la Bienal de Valencia, presentaba también la imagen de Hernández en su catálogo dentro de una serie de reflexiones mayores desarrolladas por Buntinx hace varios años en torno al 'vacío museal'.


Es posible que me equivoque pero hasta entonces no había encontrado yo una sola reproducción fotográfica de aquella obra aparte de su primera edición en 1970 --menciones sí, en distintos escritos. Sabía entonces que la pieza había sido mostrada en 1984 en la exposición Vanguardidas de los años 60 que Gustavo Buntinx curó y que fue la primera aproximación expositiva que volvía sobre aquella década, pero de la cual lamentablemente no había catálogo. Y también que la exposición de 1990 Restauración / No Restauración, organizada por Buntinx con la participación de distintos artistas en el Museo de Arte Italiano, había evocado nuevamente el procedimiento y la reflexión de Hernández. Es así quizá que la aparición simultánea de la imagen de Hernández en la exposición La Persistencia de lo efímero en Lima tanto como en el catálogo de la Bienal de Valencia empezaba a dar a la corrosión de Hernández una corporalidad distinta. Menciono esto porque este año de 2009 se ha vuelto a exhibir de forma simultánea y coincidente: la hemos presentado dentro de la exposición Subversive Practices. Art under conditions of Political Repression. 60s-80s / South America / Europe que Emilio Tarazona y yo co-curamos en Stuttgart, Alemania, y Micromuseo ha hecho lo propio al exhibirla junto con la notable pintura de Gamarra mencionada al inicio del post, y que sin duda le da una vida diferencial, actualizando de un modo distinto aquel punzante 40 años después.

Curiosamente al interior de una reseña de de Inti Guerrero de la exposición Subversive Practices la obra ha vuelto a ser reproducida en las páginas del más reciente número de la revista ArtNexus (#74, vol. 8, 2009). Y así también ha circulado en otras comentarios circuladas en Europa sobre el proyecto. Es sin duda interesante ver ahora las distintas vidas de la obra y sus múltiples sentidos que alimentan a su vez nuevas ficciones (y deseos) como el agudo proyecto que Gamarra emprende desde hace varios años con su proyecto LIMAC. Como diría Buntinx, el azar no existe.

Reproduzco aquí el texto principal que hace circular Micromuseo sobre la exposición. Ojalá en algún momento el proyecto pueda ser exhibido en Lima.
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El arte mayor de la diplomacia suele ser la demarcación de fronteras. El del arte mismo es borrarlas: desbordar los límites (de cualquier tipo) podría ser un subtexto principal (no el único) de la exposición Lo impuro y lo contaminado III: pulsiones (neo)barrocas en las rutas de MICROMUSEO. Un impresionante envío de múltiples manifestaciones visuales que colma ya la casi totalidad de los ambientes de exhibición -y el gran ingreso, y el escenográfico patio- de la sede central del Museo de Arte Contemporáneo de Chile, en el Parque Forestal de Santiago.

Casi trescientas (300) obras, más de un centenar (100) de artífices, despliegan allí las potencias expresivas de nuestras peruanas culturas híbridas para la flamante Trienal de Chile. Un macroevento que se distribuye a lo ancho de la larga geografía de ese país (e incluso en la provincia argentina de Salta), con inauguraciones sucesivas durante los primeros días de octubre.

La noche del 7 de octubre de 2009 estuvo reservada para la propuesta de MICROMUSEO ("al fondo hay sitio"), concebida curatorialmente por su chofer, Gustavo Buntinx, no como un muestrario de tendencias recientes sino como un replanteamiento histórico (y sensorial) de varias convulsiones decisivas (no todas) en la producción plástica impactada por dos décadas traumáticas de violencia y dictadura. Y por un lento aprendizaje nuevo en las culturas de la democracia.

Ésas son también las experiencias formativas, transformativas, del proyecto romántico de MICROMUSEO, desarrollado con distintos nombres desde la década de 1980 con independencia de toda relación con los poderes y el Poder. En nuestros peores momentos colectivos este emprendimiento azaroso constituyó un soporte alternativo para la preservación, investigación y promoción del arte crítico peruano, así como de otras manifestaciones relacionadas. Pero sobre todo articuló la concepción pasional del museo no como una cámara de tesoros y un parangón de prestigios -sociales, profesionales, académicos- sino como un agente crítico de ciudadanía nueva. Y como un sentido alterno y propio de (post)modernidad.

A ese compromiso responde su inclusión como una de las dos iniciativas -la otra es la del Museo del Barro, de Paraguay- que en la Trienal de Chile representan a las museologías alternas de América Latina. Una oportunidad que MICROMUSEO socializa asumiéndose como vehículo cultural también de otras museotopías peruanas, configuradas desde la imaginación artística. A veces como instalación o gesto puntual: el basurero-museo (Francisco Mariotti, 1980); el huaco-museo (Luis Castellanos, 2005-2008); la exposición Restauración / No restauración (artífices varios, 1990). En otras ocasiones como fantasía institucional: el Museo Travesti de Giuseppe Campuzano; el Museo Neo-Inka de Susana Torres Márquez; el Museo Hawai, de Fernando Bryce; el LiMAC de Sandra Gamarra... Esta última ha incluso aceptado la comisión especial de MICROMUSEO para realizar una gran proyección pictórica ("pintura-por-encargo") de El Museo de Arte borrado, esa pequeña pero crucial ironía gráfico-conceptual de Emilio Hernández Saavedra (1970), también incluida en la muestra.

No son los únicos rescates históricos logrados por esta exposición, para la que se han reelaborado piezas decisivas pero injustamente relegadas como (entre otras) la instalación Campo minado (Dialéctica de la pasión) (1999) de Patricia Camet. Y el Gran guacamayo precolombino (1992), acaso la más importante de las imponentes tecnoesculturas del ya mencionado Mariotti.

Tales inclusiones y decenas otras hacen de ésta una versión culminante (¿la tercera es la vencida?) de la secuencia de muestras de MICROMUSEO con el mismo título principal, iniciada en 2002 en el Centro Cultural de España de Lima (conducido en ese momento por Teresa Velázquez) y luego desarrollada en la Bienal de Valencia (2007). Ya entonces el resultado ofrecía una de las más nutridas y complejas exposiciones de nuestra plástica contemporánea en el extranjero. Su desarrollo actual multiplica en cuatro veces aquel despliegue a lo largo de una veintena de espacios subvertidos por secuencias provocadoras.

Abundan, sin duda, las obras de clara vocación monumental: los más de ocho perturbadores metros cuadrados de pintura contenidos por la Isla, de Moico Yaker, verbigracia. O las catorce voluminosas esferas de cerámica fragmentada en la enorme instalación Huayco / Kawa / Río, de Carlos Runcie Tanaka. Pero la ambición artística de esos planteamientos se ve continuamente friccionada por otros artefactos representativos de nuestra cultura material más urgida y densa. Imágenes peculiares de exacerbada devoción popular, por ejemplo. O instrumentos vinculados a nuestras violencias recientes, entre los que sobresalen ciertas artesanías bélicas y la escopeta "hechiza" de un poblador ayacuchano muerto por Sendero Luminoso debido a su participación en las rondas campesinas.

En ese registro documental se exhiben también algunos ejemplos notables del notable periodismo gráfico peruano: Carlos "Chino" Domínguez, Vera Lentz, Fátima López, Luis Miranda, Mónica Newton, Julio Pérez Ramos, Walter Silvera, Jorge Torres Serna, Paul Vallejos, Víctor Ch. Vargas... A partir de estas y otras evidencias, MICROMUSEO ensaya un recorrido por la sensibilidad (neo)barroca que gradualmente emerge de entre los estragos de la guerra, para ir con el tiempo esbozando un nuevo horizonte de renovaciones artísticas -acaso comparable en los últimos años al impacto anterior provocado por la irrupción del pop "achorado" hacia 1980.

Una sensibilidad, también una sensorialidad nueva. No una sino varias pulsiones que se desperdigan y fragmentan en torno a dos ejes fundamentales, explorados a lo largo de los varios ambientes ocupados por la exposición.

Por un lado, las relaciones y tensiones entre Christian Bendayán y Lu.Cu.Ma., dos plásticos vinculados a Iquitos y a cierta (post)modernidad popular que suele expresarse desde las estridencias de lo tecno-tropical-andino. Y las reverberaciones de todo ello en los desbordados cuerpos amazónicos de Luis Sakiray y las "visiones psicotropicales" de Harry Chávez.

Al otro extremo, la propuesta de los varios artífices (Alex Ángeles, Carlos Lamas, Alfredo Márquez, Ángel Valdez, Marcel Velaochaga) que se agrupan y reagrupan bajo el nombre del proyecto A Imagen y Semejanza, donde los referentes suelen ser eruditos y pueden remontarse hasta los ideólogos de la Evangelización y de la Contrarreforma. Antecedentes que se incluyen también en la muestra como reproducciones o en la impresionante presencia original de tallas coloniales andinas obtenidas en colecciones públicas de Santiago.

Sublimaciones pasadas y vulgaridades presentes se entrecruzan y fecundan en la actualidad de un país donde toda distancia colapsa. Y en una exhibición que además ofrece los registros distintos, pero pertinentemente planteados, de obras también decisivas de artífices de extracción popular como Inkari (Fredy Ortega) y Primitivo Evanán Poma, entre tantos otros cuya enumeración prolija puede encontrarse en la sección Paradero de nuestra ruta web.

Todo ello articulado por un estricto guión museográfico y un elaborado escrito curatorial que, además de ofrecer una aproximación histórica al (neo)barroco peruano, se ofrece cargado de ideas provocadoras, incluso en su versión resumida. Las relaciones entre la violencia y lo sagrado. Entre la religión y el cuerpo, entre la sexualidad y la experiencia mística. O entre nuestro gran vacío museal (la ausencia en Lima de un museo de arte exclusivamente contemporáneo, o siquiera "moderno") y las museotopías que eróticamente se construyen sobre ese hueco.

Como el propio MICROMUSEO y sus propuestas de fricción creativa entre la pequeña-burguesía-ilustrada y lo popular-emergente. Estrategias friccionarias que ponen en escena crítica el carácter discontinuo de la historia y de la cultura y de la política en un país hecho de fracturas -pero también de incesantes intercambios de fluidos. A esa libido en medio del caos responde esta propuesta de una praxis museal que yuxtaponga los fragmentos dispersos de nuestras muchas expresiones, recíprocamente iluminadas por sus diferencias tanto como por sus articulaciones. Una cópula político-cultural en la cual el propio nombre y concepto de un Museo de Arte Contemporáneo deviene en una contradicción en términos: para ser genuinamente contemporáneo, el museo tiene que renunciar a cualquier vocación exclusiva por lo artístico para abarcar toda la generosa amplitud de la cultura material. Se trata de colapsar las odiosas distinciones modernistas entre arte, artesanías y diseños.

Una musealidad promiscua, donde las obras llamadas artísticas coexisten con productos masivos u objetos reciclados, además de notables ejemplos de la múltiple creatividad popular. Una musealidad mestiza donde las palabras "artista" y "artesano" se irán reemplazando por la de "artífice" -como en esta nota de prensa- procurando de ese modo significar la crisis de esas y otras distinciones en una sociedad crecientemente hecha de lo impuro y lo contaminado. El principio aquí operativo es no reprimir sino productivizar la diferencia.

La belleza nueva que de todo ello saldrá.

Gustavo Buntinx

sábado, enero 19, 2008

(Re)descubriendo el color de los Sesenta. Una fe en los sentidos - por Diego Otero

Por la acumulación de trabajo de fin de año no pude colgar prácticamente ningún comentario publicado en prensa sobre la exhibición Arte Nuevo y el fulgor de la vanguardia. Disidencia, experimentación visual y transformación cultural, que se exhibe hasta mañana domingo 20 de enero en las dos salas de arte de la Municipalidad de Miraflores. Aquí cuelgo una entrevista de Diego Otero publicada el 23 de diciembre en el Suplemento Dominical del diario El Comercio. Y en este link pueden encontrar un post de Paolo de Lima, del blog zonadenoticias, que compendia varias notas sobre la expo del mes pasado.

Si van a la exhibición no olviden pedir el afiche-desplegable de la expo. Cabe señalar que el grueso de reflexiones sobre este período que venimos estudiando va a tener una real densidad crítica en un texto largo que estamos culminando sobre el grupo Arte Nuevo y la década, creo que el soporte escrito es la mejor vía para inscribir la complejidad de aquel momento. Esperamos verlo publicado en poco tiempo.
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(RE)DESCUBRIENDO EL COLOR DE LOS SESENTA
Una fe en los sentidos
Por Diego Otero

La exposición Arte Nuevo y el fulgor de la Vanguardia, que se exhibe en paralelo en las salas Miro Quesada y Porras Barrenechea de Miraflores, propone un recorrido por un período intenso, crucial y olvidado de nuestra historia plástica. Son años de entusiasmo y de vocación crítica, reflejados en imágenes cinéticas, pop y sicodelia


En marzo de este año, con la exposición La persistencia de lo efímero -llevada a cabo en el Centro Cultural de España-, Miguel López y Emilio Tarazona develaron una serie de coordenadas históricas acerca de un período olvidado de la plástica peruana: el primer conceptualismo, ese breve lapso creativo centrado en una nítida actitud cuestionadora -de la institucionalidad artística y de la sociedad en su conjunto- a través de propuestas desmaterializadas o efímeras, propuestas en las que la idea era el único protagonista, y todo para devolverle al espectador una función esencialmente reflexiva. Hoy, con el cierre del año, la muestra Arte Nuevo y el fulgor de la Vanguardia busca presentarnos el otro lado de esa etapa olvidada: la experimentación radical a través de todo lo que pudieron brindar los objetos de ese entonces, en un lenguaje vitalista, lleno de color y optimismo.

El entusiasmo artístico y la vitalidad de las obras exhibidas en la muestra son arrolladores e inusuales en nuestra historia plástica. ¿A qué atribuyen ustedes esa especie de fe en el color y la forma, ese fervor?

-Efectivamente se trata de un movimiento artístico enfocado en lo retiniano -sostiene Emilio Tarazona-. El color, el esplendor, son quizá una traducción del entusiasmo que generó el hecho de romper las barreras convencionales de la pintura, de salirse de la tela y del óleo para trabajar con plásticos, con chatarra, con imágenes de revistas, con todo lo que estuviera alrededor. El problema es que en ese entonces no había ningún tipo de soporte para esas propuestas, de modo que muchas de las piezas de Gloria Gómez-Sánchez, por ejemplo, fueron apiladas en su taller y con el paso del tiempo fueron recicladas, convertidas en muebles o cosas por el estilo.


Por eso es que para esta muestra han tenido que reconstruir algunas piezas perdidas, de las que se sabía solo por fotos o documentos. Pero si en ese contexto prácticamente no existían soportes para la consolidación de una escena artística de vanguardia, cómo fue que surgió Arte Nuevo, el grupo que aglutinó a todos estos artistas.

-A mediados de los sesenta imperaba en nuestra escena artística la abstracción lírica, gestual, en la cual la marca del autor está muy presente, a través de una especie de subjetividad exaltada -comenta ahora Miguel López-. Lo que Arte Nuevo hace es precisamente intentar poner en jaque ese paradigma a través de elementos industriales, cotidianos, deliberadamente vanales. Eran las formas que se encontraron para intentar desestabilizar el modo en que se concebía y se recibía el arte. Es paradójico, porque de alguna manera fue Fernando de Szyszlo quien introdujo el debate acerca del pop en nuestro país, cuando vino de Estados Unidos en el 63 y comentó con expresiones muy críticas, muy ácidas, la exposición de Oldenburg de las hamburguesas hipertrofiadas. Esa acidez, esa virulencia, evidentemente generó curiosidad en la gente más joven, que empezó a investigar qué había detrás del pop.

EN LOS MÁRGENES
Una de las hipótesis que Tarazona y López manejan con respecto al surgimiento de Arte Nuevo tiene que ver con la realización del Festival americano de pintura, organizado por el IAC (Instituto de Arte Contemporáneo). Parece que a muchos de los artistas jóvenes se les cursaba invitación tardíamente, de modo que no tenían tiempo de preparar obras sólidas. Meses antes, a algunos de ellos ya se les había negado la posibilidad de exhibir en la sala del IAC, dejándolos al margen del ojo público.

-Ese tipo de situaciones no solo los obligó a plantear una diferencia estética con respecto al festival y a la postura del IAC, sino también a empezar a cuestionar el sentido mismo del evento y su organización -explica Tarazona-. Parece que lo primero que hicieron públicamente fue repartir un manifiesto en contra del evento; invitaban a todos los artistas participantes a denegar la invitación, del mismo modo en que lo habían hecho ya tres miembros de Arte Nuevo. Así, en paralelo, ellos decidieron realizar su propia exposición, en un espacio absolutamente marginal -lo que había sido alguna vez una ferretería- al que bautizaron como El ombligo de Adán. A partir de ahí pretendieron articular una crítica no solo de las formas y estilos de nuestra escena, sino también de las instituciones, de los soportes que respaldan determinados proyectos artísticos.




ARTE NUEVO
¿Cuál es el factor común en las propuestas de Arte Nuevo?, ¿qué los define en tanto grupo?


-Yo creo que la vocación por dialogar con aquello que los rodeaba directamente -especula López-. Con las revistas, por ejemplo. Como cuando Emilio Hernández Saavedra realiza el Bob Dylan o el Bang-bang, que son imágenes que extrae de publicaciones. O Con la televisión. El caso es que ese diálogo es una manera de mirar su entorno, de señalarlo. Para Juan Acha este señalamiento implicaba cierto componente crítico, en la medida en que lo hacía evidente, lo ponía delante de uno para que uno lo examine. Más allá de eso, yo creo que si tanto a mí como a Emilio nos interesa esta década es porque condensa una serie de inquietudes que se vendrían a desarrollar solventemente mucho tiempo después: el abandono del lienzo, el uso del cuerpo, el cuestionamiento de los valores artísticos nacionales, etcétera.

Qué pasó con Arte Nuevo, porque sus huellas desaparecen apenas se inicia la década del setenta.

-Son varios los factores que empujaron al grupo hacia su disolución -vuelve López-. La irrupción del gobierno de Velasco es una de las principales, sin duda. El nacionalismo exacerbado y las restricciones en la prensa, los prejuicios ideológicos, la ignorancia. Pero lo curioso es que todas estas vallas no se dan de manera explícita, clara, sino como una especie de represión muy sutil, a través del cierre de espacios de exposición paulatino, o a través de una reducción constante del apoyo económico a las iniciativas experimentales en el arte.



[imagen 1: Gloria Gómez Sánchez. Corbata. Reconstrucción 2007. [1968]. Collage y látex sobre madera. 220 x 230 x 156 cm. Foto: Miguel López / imagen 2: Vista de exhibición. Obras de Luis Zevallos Hetzel, Hilda Chirinos y Eduardo Castilla. Sala Raúl Porras Barrenechea. 2007. Foto: Miguel López / imagen 3: Vista de exhibición. Obras de Rúbela Dávila y Jesús Ruiz Durand. Sala Raúl Porras Barrenechea. 2007 / imagen 4: Luis Arias Vera. Sobre. 1966. 87 x 134 cm. Colección Jorge Zamora]

martes, diciembre 04, 2007

"Arte Nuevo y el fulgor de la vanguardia" en las salas de Miraflores


Lamento la ausencia de posts en las últimas semanas pero el trabajo ha sido de-mo-le-dor. Sin embargo, todo trabajo arduo tiene sus recompensas y este jueves será, al menos para mí, una de las más gratificantes. Inauguramos Arte Nuevo y el fulgor de la vanguardia. Disidencia, experimentación visual y transformación cultural, una exposición concebida como una reflexión complementaria de la investigación sobre los 60s que Emilio Tarazona y yo venimos realizando, y que tuvo una primera aparición en La persistencia de lo efímero. Orígenes del no-objetualismo peruano: ambientaciones / happenings / arte conceptual (1965-1975).

Esta nueva exposición está concebida casi como el reverso del guante de la anterior, intentando tomar distancia de su tono didáctico y explicativo -lo cual era entonces necesario en tanto se trataba de obras desasistidas de reflexión previa-. Así, esta nueva curaduría ha apuntado a actualizar sensaciones y sentidos en el espacio, entramando un conjunto de signos que revelan el interés de estos jóvenes artistas por el señalamiento de lo banal, de lo cotidiano, de lo masivo, de lo frágil y transitorio.

Como bien saben nuestra intención es poder dar visibilidad a nuevos bordes de la experimentación plástica peruana de los 60s, añadiendo preguntas más complejas y ambivalentes que nos permitan repensar críticamente aquel período tan parcialmente discutido y visitado, esperando también impulsar nuevas aproximaciones interpretativas sobre el tema. Hay obras que no han circulado ni siquiera como registro fotográfico!, lo cual asegura muchas sorpresas, dejando en evidencia también lo lagunar que resultan las especulaciones sobre un momento que aún no se encuentra adecuadamente inscrito en la memoria.


Son más de 60 obras (además de catálogos, posters, música, documentos, fotos inéditas y gráfica) que se dividirán en la Salas Luis Miró Quesada Garland y en la Sala Raúl Porras Barrenechea, de la Municipalidad de Miraflores. Inauguramos simultáneamente en ambos espacios este jueves 6 de diciembre a las 8 pm!! Los esperamos.

sábado, setiembre 15, 2007

Ríos de palabras sobre arte contemporáneo

El día de ayer la artista Mónica Mayer publicó, en su columna del diario Universal, un comentario sobre lad pasadad semanad de conversatorios y discusiones generadas aquí en la ciudad de México. Copio íntegramente su artículo.
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Ríos de palabras sobre arte contemporáneo
Mónica Mayer


Estos últimos días el chubasco de foros y seminarios sobre arte ha sido aún más intenso que los aguaceros que lavan y deslavan a mi querida ciudad de México.

Fotoseptiembre arrancó del 4 al 6 de este mes con el foro Perspectivas: Fotografía y Diversidad en América Latina, en la Biblioteca de México. El 6 y el 7 fueron las Jornadas de Crítica de Arte 2007 de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA), en el Centro Nacional de las Artes. Y el 10 y el 11, la exposición La era de la discrepancia: arte y cultura visual en México 1968-1997 empezó a despedirse del Museo Universitario de Ciencias y Artes con el simposio internacional Recargando lo Contemporáneo: Estrategias Curatoriales de Rescate del Arte Reciente.

El tiempo y el clima a duras penas me permitieron asistir a algunas sesiones de los dos últimos encuentros, pero les cuento que me escandalizó y que me fascinó, para darles una idea del rango de ideas que se manejaron.

En un afán por sacudirse un letargo de décadas, la AICA organizó estas jornadas en las que se discutió desde la enseñanza de la crítica hasta su relación con el periodismo. Para mi sorpresa, también hubo una mesa sobre performance en la que incluso se realizarían acciones. Aunque usted no lo crea, todavía hay críticos que rechazan estas propuestas.

Un acierto de las jornadas fue que se las dedicaron a Jorge Alberto Manrique, uno de los críticos más importantes de México, a quien muchos admiramos porque en más de una ocasión sacrificó su chamba como director de museo por impedir que algún político sacara obra o por defender la libertad de expresión.

Un error garrafal de AICA es que originalmente invitaron a la mesa de performance a Víctor Sulser y luego lo desinvitaron porque propuso realizar una acción que viene haciendo desde las elecciones, en la que aparece en actividades culturales portando una banda presidencial. Parece que les dio miedito. De cualquier forma Sulser se apersonó con banderita en mano y la boca tapada. Nadie abrió el pico. ¿Irónico, no?

Recargando lo Contemporáneo fue una delicia. Durante dos días se reflexionó sobre los problemas para recuperar la historia reciente del arte de carácter no-objetual y de fuerte carga contextual. Se habló de las dificultades para rastrear estas obras que, por sus características políticas y materiales, no quedaban albergadas en museos. Se abordaron las soluciones a estos obstáculos, que van desde presentar documentación, reconstruirlas o crear formas de exhibición centradas en la recuperación del contexto y la significación de la obra, más que los objetos mismos.

Este simposio tuvo sabor latinoamericano. Participaron, entre otros, los peruanos Miguel López y Emilio Tarazona, que hablaron de La persistencia de lo efímero. Orígenes del no-objetualismo peruano, una exposición que se inauguró en marzo en el Centro Cultural de España en Lima. También vino Álvaro Barrios, curador de Orígenes del arte conceptual en Colombia, que se inauguró en abril en el Museo de Antioquia. El movimiento en nuestro continente en términos de la recuperación de nuestras historias del arte reciente es impresionante.

La cereza del pastel fue la conferencia de Suely Rolnik, sicoanalista, crítica cultural y curadora brasileña que habló de su proyecto de investigación y exposición sobre Lygia Clark, que se centró en 63 entrevistas. La suya es una forma creativa, cálida y profunda de acercarse a la obra de una artista y transportarla al presente.

Ojalá la UNAM fomente esta discusión también entre otros curadores mexicanos trabajando líneas similares y que estas ideas permeen su propia estructura.

www.pintomiraya.com.mx

sábado, julio 28, 2007

Alrededor del artículo 'La persistencia de lo efímero' de Gabriela Germaná

Reproduzco en el post anterior el artículo -publicado en la revista Arte Marcial- de la historiadora Gabriela Germaná sobre la exposición La persistencia de lo efímero, que curamos hace pocos meses en el Centro Cultural de España. Lo posteo para agradecer el hecho de escribir sobre la exposición, aprovechar para comentar algunas de sus ideas y enmender un par de pequeños errores -comprensibles dado que obras prácticamente no vistas en los últimos 30 años-.

En cuanto a los errores cabe aclarar que los "muñecotes tremebundos" son de Gloria Gómez-Sánchez y no de Luis Arias Vera. En relación a Autorretrato (1972) la reconstrucción parcial de algunos elementos faltantes de la instalación se realizó el año pasado y no este, el 9 de junio de 2006, a 34 años exactos de su realización original -era muy importante para nosotros mantener cierta coherencia conceptual y realizarlo el mismo dia y mes de su producción originaria-. Y una última correción sería decir que la obra conceptual de Gloria Gómez-Sánchez de 1970 no tiene título, y que la frase 'El espacio de esta exposición es el de tu mente, haz de tu vida la obra' es el cartel que ella colgó en la Galería Cultura y Libertad junto con las paredes blancas completamente desnudas.



Me parece significativo que Teresa Burga haya sido uno de los puntos de mayor interés para Germaná -y para muchas otras personas que han tenido la amabilidad de comentar al respecto-. Definitivamente el trabajo de Burga, absolutamente olvidado e ignorado en las últimas décadas, marca una aproximación local inusual al conceptualismo desde un espíritu casi científico y racional, con diálogos con la ingeniería, la matemática y la arquitectura. Burga privilegia el levantamiento sistemático de datos como una manera de interrogar los sistemas tradicionales de lectura e interpretación, tan dentro como fuera de la práctica artística. Muchos de sus proyectos iniciales beben tanto del horizonte del conceptualismo linguístico norteamericano -Kosuth, Barry,Wiener- con quienes tuvo contacto directo e indirecto durante sus años de estudio en EEUU desde 1968, y así también de una reflexión sobre la representación de la mujer dentro de un marco social ampliado -desde su ambientación en 1967 o por ejemplo la pieza conceptual Perfil de la mujer peruana de 1981-. Y de hecho Burga conecta de un modo particular la escena de los sesentas y de los ochentas, lo cual no ha quedado del todo evidente en esta oportunidad dado que esta primera exposición tenía como objetivo principal hacer visible una cantidad de experiencias relegadas por la historia del arte reciente, para luego ya entrar a hacer interpretaciones más complejas y específicas. (Aprovecho incluso para adelantar que Emilio y yo estamos trabajando en una exposición retrospectiva sobre Teresa Burga, para mediados del próximo año, que definitivamente permitirá encender estos debates).

Para mí siempre ha resultado indicativo ver que figuras han sobrevivido como grandes presencias de la plástica local, ya que ello marca de modo directo el sesgo con el cual se ha mirado y escrito la práctica visual. Que la pintora abstracta Julia Navarrete -que es prácticamente de la misma generación que Teresa Burga- sea el referente plástico de aquella generación dice mucho, demasiado, sobre la ausencia de un horizonte crítico desde el arte. No es gratuito tampoco que la Facultad de Arte de la Universidad Católica siga relegando al pensamiento al último peldaño dentro de una educación ¿artística? que se sigue revelando como solipsista y lamentablemente endogámica.



Hacer esta exposición implicaba de algún modo poder inscribir otras coordenadas que excedieran a la abstracción, al expresionismo o al surrealismo pictórico tan visto de aquellos años. Coordenadas que tengan una semilla reflexiva sobre el ejercicio mismo del arte, que sean capaces de extender e invisibilizar sus soportes, de ampliar sus significados, y de fundir, aunque sea por unos pocos instantes, el ámbito del arte a la vida misma. Que permitan cuestionar, indagar, interrogar, irrupir, como base fundamental de toda creación. Y una cosa que yo quisiera creer que permite esta exposición es una puesta en cuestión del modo en el cual se ha escrito la historia del arte peruano, hacer evidente sus omisiones, sus ausencias, y qué implica todo ello.

La pregunta final de Germaná sobre las maneras adecuadas de presentar cada obra sigue latente, y ella fue definitivamente la tarea más complicada a nivel curatorial -y que motivó que Emilio y yo tuvieramos largas y extensas discusiones-. La opción de optar por una reconstrucción y/o por simplemente el registro tenía que ver con la capacidad que nosotros advertíamos para devolverle, en uno u otro caso, la mayor cantidad de su sentido crítico inicial. El peligro era siempre despojar involuntariamente esa cualidad conflictiva original desde la cual se insertaron en su contexto. ¿Cómo reinscribir entonces estas prácticas desmaterializadas sin traiciar su condición radicalmente efímera? E incluso más profundamente, ¿por qué habría de ser recuperado tal experiencia en relación a aquella otra?

Por otro lado, el acompañamiento textual tenía el claro compromiso de no desprender aquellas imágenes de la circulación interpretativa de la investigación. Y es que las imágenes -y a veces ni siquiera los objetos- son suficientes para entender la potencidad y densidad disruptiva de cada experiencia. Piénsese en la Fuente de Duchamp: ¿acaso en las reproducciones autorizadas recientes logran inscribir de modo cabal el asalto que significó su aparición primera en 1917 en la exposición de la Sociedad de Artistas Independientes, de la cual fue rechazada? Ello implica siempre una negociación con el significado y lo que se pierde y se gana con cada elección.

Digamos entonces que una de las primeras cosas que intentamos evitar es la fetichización gratuita de elementos que minen y horaden su drástica emergencia política. No obstante, las decisiones sobre reconstruir o recuperar determinadas piezas tiene también el carácter de la pertinencia histórica y discursiva. Es decir, para tales exposiciones o momentos históricos parece más necesario poner determinados sentidos en juego. Lo importante para nosotros en esta oportunidad era identificar qué cosas pueden ser dichas, de qué manera y en qué contextos.
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[imagen 1: Vista de instalación Autorretrato [1972] de Teresa Burga / imagen 2: Obra sin título de Gloria Gómez-Sánchez [1970] / fotografías: Miguel López]

Algunas vistas de la exhibición pueden ser vistas aquí, aquí y aquí.
Otros artículos sobre la exposición pueden verse aquí, aquí, aquí y aquí.

La persistencia de lo efímero - por Gabriela Germaná

Centro Cultural de España
15 de marzo - 29 de abril de 2007

>LA PERSISTENCIA DE LO EFIMERO
Orígenes del no-objetualismo peruano: ambientaciones / happenings / arte conceptual (1965 – 1975)

Por: Gabriela Germaná

Más que una exposición de obras de arte, es una exposición de ideas. Rescatar ideas del pasado, aunque cercano, es una tarea difícil, sobre todo si estas fueron materializadas en gran parte de manera efímera. En este contexto, los curadores de la exposición, Miguel López y Emilio Tarazona, han tenido una ardua labor en la búsqueda de las creaciones de un grupo de artistas que entre 1965 y 1975 realizaron una serie de actos artísticos en los que la idea era lo que prevalecía sobre la realización material de la obra. Los resultados obtenidos son verdaderamente notables.

La exposición, estructurada en una secuencia cronológica, se divide en tres partes: “Desgaste y disolución del objeto”, “Despertares y revoluciones”, “Una aparente conclusión”. A través de ellas se sigue un claro recorrido que demuestra cómo hacia mediados de la década de 1965 irrumpen en la escena artística local una serie de propuestas que, ante la aparente crisis de la obra pictórica, cuestionan los formatos y los procedimientos establecidos en las artes hasta ese momento.


Este distanciamiento conllevó un interés por los objetos, muchos de ellos nunca antes considerados como válidos en el campo de la creación artística –instalaciones efímeras realizadas en materiales de deshecho, frágiles y poco duraderos–, y poco a poco al distanciamiento mismo del objeto que conducirá al happening y a la acción. Hay una voluntad evidente por el cambio de las nociones estancadas sobre el funcionamiento de la creación y circulación de la obra de arte, hay un interés por fusionar el arte con aspectos de la vida cotidiana y priman conceptos antiburgueses y anticomerciales en los que ya no es importante la configuración del objeto, ni que permanezca como objeto de valor, a la vez que se diluye la figura del artista y del objeto firmado.

A mediados de la década de 1975 es indiscutible un proceso de desarticulación de este movimiento que se había conformado en Lima en tan pocos años. Uno de los mayores aciertos de la muestra es integrar una serie actores y lugares que parecían dispersos para la historia del arte peruano de esa época y lograr reunirlos en un todo coherente que adquiere sentido alrededor de determinados artistas y críticos y de algunos espacios de exposición alternativos.


Es por ello que cuando el crítico de arte Juan Acha, la figura teórica más sólida alrededor de la cual gira este movimiento, deja el país en 1971 y la galería “Cultura y Libertad”, en la que se realizaron muchos de proyectos expuestos, cierra sus puertas, el final de este corriente se hace evidente. Sin embargo, se pueden seguir ciertas conexiones con desarrollos artísticos posteriores, como las propuestas exhibidas de Jorge Eduardo Eielson, Rafael Hastings e Ivonne von Mollendorf, quienes establecieron vínculos importantes con la escena internacional del arte experimental.

Haciendo un rápido recuento de la exposición, en la primera sala nos encontrarnos con fotos de proyectos en los que el objeto, aunque realizado en materiales poco duraderos y ortodoxos para el sistema artístico del momento, todavía es visible. En este sentido son claves la exposición Yllomomo y el objeto Mangas con lunares de Gloria Gómez Sánchez, los muñecotes tremebundos de Luis Arias Vera, y la exposición colectiva realizada enteramente con objetos hechos en papel periódico Ambientación. Genial la recreación de la obra de “Ah y el chino de la esquina”, con las flechas que nos guían efectivamente hasta la bodega que se encuentra en la misma calle del Centro Cultural de España.

En la segunda parte, lo primero que se muestra son una serie fotos de proyectos en los que la transformación del espacio galerístico por medio de materiales como plástico, cartón o la misma iluminación, se constituye en la misma obra. Luego encontramos proyectos de corte claramente conceptual como la performance Ballet verbal de Ivonne von Mollendorf, una las propuestas más interesantes y audaces en la concepción y realización, al invitar formalmente a una función de danza para, en el momento del supuesto espectáculo, describir tres coreografías con palabras. También se encuentra Galería de Arte de Emilio Hernández Saavedra que aborda la institucionalidad local a través de la reproducción fotográfica de la definición de la palabra galería tomada del diccionario, las fotos de personal de esta institución, la reproducción de la invitación a la exposición, la crítica de la misma, etc.

Y Autorretrato de Teresa Burga, trabajo conformado por documentos y esquemas que procuran una aproximación a sí misma pero tratando de eludir elementos expresivos, como fotos de su rostro, electrocardiogramas o un artefacto lumínico y sonoro que informa sobre los latidos de su corazón. La exhibición completa de la obra, con partes realizadas este año por la misma artista especialmente para esta ocasión constituye, en nuestra opinión, una de las ideas más notables de la exposición.

Teresa Burga resulta una de las artistas que más concitaron nuestro interés, de hecho es de la que se presenta un mayor desarrollo de sus obras, siendo evidente que hubo un contacto directo y muy cercano con ella. Además de Autorretrato se exhiben sus Propuestas, esquemas, diagramas e indicaciones para la realización de instalaciones o acciones. Una de ellas, Work that disappears when the spectator tries to approach it, ha sido realizada para esta exposición. Se trata de una obra lumínica sencilla, pero meticulosamente estructurada y calculada –aspecto característico de toda su producción–, de la que emana un encanto particular en el paso gradual de la oscuridad a la luz, que va adquiriendo diversos grados de coloración mientras uno se acerca a ella.


La investigación de los curadores ha dado como resultado un esquema bastante ordenado del desarrollo del arte no-objetual en los diez años tratados. Esto se plasma de manera bastante clara en la muestra, que adquiere un carácter didáctico particularmente interesante, el que por supuesto agradecemos. Sin embargo, para lograrlo cada proyecto ha debido ir acompañado de largas explicaciones sobre la intención de cada uno de ellos. Es el resultado de intentar mostrar obras en las que predomina la idea. A esto se agrega la imposibilidad de mostrar muchos de los trabajos, salvo a través de fotos y documentos de la época. Es el resultado de querer mostrar lo efímero. Bajo estas circunstancias ¿habría habido otra forma de montar la exhibición de tal modo que se comprendiera a cabalidad cada proyecto? La sensación frente a la obra misma –aún recreada– pensamos que es fundamental.

Esto queda clarísimo cuando uno llega a la sala adyacente al patio y encuentra las instalaciones L'Espace de Rafael Hastings, Work that disappears when the spectator tries to approach it de Teresa Burga y la genial El espacio de esta exposición es el de tu mente, haz de tu vida la obra de Gloria Gómez Sánchez. Éstas, junto con Ah y el chino de la esquina de Luis Arias Vera en la primera sala, y Autorretrato de Teresa Burga, en la segunda, son las que realmente nos permiten comprender cabalmente no sólo la intención de los artistas, sino la importancia, audacia y apertura que un movimiento como éste tuvo en el panorama del arte peruano contemporáneo.


GABRIELA GERMANÁ
Historiadora de Arte.

[Tomado y reproducido íntegramente de la revista Arte Marcial #4 ]

domingo, mayo 13, 2007

Otros inicios del conceptualismo (argentino y latinoamericano) - por: Ana Longoni

Otros inicios del conceptualismo
(argentino y latinoamericano)

Ana Longoni
Universidad de Buenos Aires/ CONICET


Me propongo aquí poner en discusión una apretada síntesis respecto no sólo de los puntos de partida y nociones que sostienen mi trabajo de investigación sobre los comienzos del conceptualismo en Argentina en los años ’60 y ’70, sino también retomando algunos aportes del conjunto de iniciativas e investigaciones sobre el tema que están avanzando en distintos puntos de América Latina. La intención del texto es entonces articular, a la manera de una plataforma programática tentativa, en proceso, un conjunto de ideas, hipótesis y proposiciones que esperan ser productivas o al menos provocativas a la hora de avanzar en la elaboración colectiva y comparativa que este proyecto espera propiciar.

En primer lugar y aunque quizá sea redundante, nuestra perspectiva se enmarca en los esfuerzos por cuestionar el canon hegemónico angloamericano del arte conceptual, que restringe su origen a la corriente tautológica o lingüística, y sus nombres relevantes a artistas ubicados en el centro.[1]

En la última década empiezan a configurarse otros relatos de los inicios del conceptualismo fuera del centro. Sin duda, las operaciones curatoriales que Luis Camnitzer, Mari Carmen Ramírez y otros han llevado a cabo a partir de 1999 fundamentalmente desde distintos museos y universidades de Estados Unidos, contribuyeron a sacudir con fuerza ese relato canónico y ampliarlo. En ese marco vienen teniendo lugar evidentes gestos de inclusión[2] de ciertas zonas de la vanguardia argentina y brasileña de la década del ‘60 en los nuevos relatos del “conceptualismo global” en tanto corpus heterogéneo y pluricéntrico.

Paralelamente, con menos visibilidad internacional y sin duda con menor presupuesto, en distintos puntos de América Latina se sostienen esfuerzos hasta ahora aislados por rescatar del olvido otros casos que obligan a repensar los relatos inaugurales canónicos. Estoy pensando en concreto en investigaciones en curso, como las que vienen desarrollando hace años los peruanos Emilio Tarazona y Miguel López sobre los orígenes del no-objetualismo peruano, concretada recientemente en la exposición “La persistencia de lo efímero” que abarca ambientaciones, happenings y arte conceptual entre 1965-1975, o el trabajo de los argentinos Fernando Davis y María de los Ángeles de Rueda sobre el conceptualismo surgido en los años 60 en la ciudad de La Plata (en particular el radical proyecto artístico “revulsivo” de Edgardo Antonio Vigo), o la revisión que propone Soledad Novoa (entre otros investigadores chilenos) sobre los desarrollos del experimentalismo previos al golpe de Estado de 1973, cuya memoria quedó bloqueada por la pretensión inaugural de la dictadura de Pinochet, o proyectos como el del artista Álvaro Barrios sobre los orígenes del arte conceptual colombiano en 1968, que vienen tomando forma a través de publicaciones y la curaduría de exposiciones.

Hoy parece ser un momento propicio para plantear la posibilidad de articular estos esfuerzos de largo aliento, hasta ahora aislados aunque coincidentes, en una red de investigadores acerca de los inicios otros del conceptualismo.


Descentrados
Partamos de reconocer que dentro del conceptualismo se inscriben proyectos no sólo diferentes sino incluso antagónicos. Benjamín Buchloh lee en cierta zona del conceptualismo la más cabal actitud de asumir las consecuencias del legado de Marcel Duchamp en su puesta en crisis de las condiciones de producción y de recepción del arte. Estamos, afirma, ante el mayor asalto a las distintas dimensiones del objeto artístico tal como era comprendido hasta entonces: sus aspectos visuales (en tanto el conceptualismo produce una eliminación de la visualidad y un corrimiento de las definiciones tradicionales de representación), su status mercantil y sus formas de distribución.[3] Coincidentemente, en Heterotopías, Mari Carmen Ramírez señala al conceptualismo como un gran salto del siglo XX en relación al entendimiento y la producción de arte (el segundo después de la revolución implicada por las vanguardias históricas). Dice: “Al ser declarado obsoleto el status y la preciosidad de la obra de arte autónoma, de herencia renacentista, y de haber sido transferida la práctica artística de la estética en sí al territorio más elástico de la lingüística, el Conceptualismo preparó el terreno para innovadoras y más radicales formas de arte”.[4]

Cuando Ramírez sostiene en ese marco el “carácter precursor” [5] del conceptualismo latinoamericano, señala que su diferencia radica en sus formas eclécticas, heterogéneas y contradictorias, no subordinadas a cánones metropolitanos. El primer momento del conceptualismo latinoamericano abarcaría, de acuerdo a su parámetro, desde 1966 hasta 1974, y se restringiría a Brasil, Argentina y la comunidad de artistas latinoamericanos radicados en New York.

Nuevas investigaciones ponen en evidencia que ese corpus merecer ser ampliado a otros puntos de América Latina (por señalar un ejemplo preciso: la irrupción del Grupo Arte Nuevo en Lima en 1966). Es indiscutible que a mediados de la década confluyen una serie de dimensiones que otorgan a ese momento una densidad inédita dentro de la época. Pero incluso bastante antes de esa fecha pueden señalarse actitudes emparentadas con el conceptualismo. Señalo ejemplos entre artistas argentinos: los vivo ditto de Alberto Greco realizados desde 1961 en España, Brasil y Argentina, la quema colectiva de la obra de Marta Minujin en París en 1963 y sus recorridos, ambientaciones, happenings y obras de los medios a mediados de la década, y los proyectos de poesía visual y señalamientos de Edgardo A. Vigo en La Plata.[6]

El punto es no quedarse en la pura notación de la coincidencia o en el señalamiento de la precocidad o antelación de un fenómeno que nace todavía sin nombre. El reconocimiento de que la aparición del conceptualismo latinoamericano fue simultánea a la de los campos artísticos centrales obliga a repensar el vínculo entre centro-periferia partiendo de parámetros muy diferentes a los de irradiación o difusión desde la metrópolis a los márgenes de tendencias artísticas internacionales. Más allá de que es innegable que en los campos artísticos latinoamericanos repercutieron más tarde o más temprano (en los ‘60, con inédita inmediatez) tendencias vanguardistas emergentes en las metrópolis, surgieron artistas y movimientos que alcanzaron un desarrollo propio y singular, en medio de condiciones diferentes de producción, circulación y recepción de las obras, de otro estado de conformación de los sujetos y de la estructura del campo, de otras formas de relación con el poder político y económico. Para explicarlo no sirven las lecturas que entienden la relación del arte latinoamericano con la escena internacional como la recepción tardía, sometida y deslucida de las tendencias en boga en los centros del arte. Incluso podría arriesgarse que cualquier lectura en términos de centro/ periferia corre el riesgo de colocar a las producciones realizadas en el margen en términos de retraso, pobreza, lejanía o exotismo. Tampoco alcanza para explicar esas simultaneidades la metáfora de la “puesta al día”, tan frecuentada en ese entonces.

Creo que se impone historizar las conexiones entre fenómenos artísticos y extraartísticos en la complejidad de cada situación específica, lo que no implica caer en una posición relativista, que se limite a remarcar la diferencia, y obvie o licue la desigualdad entre centro y periferia. También es necesario considerar la existencia de un clima de época compartido, que excede la circulación unidireccional de información y produce obras (e ideas) que fluyen en formas no subordinadas a cánones metropolitanos, dando lugar a procesos de experimentación semejantes en distintos puntos del globo. Estas hipótesis pueden ayudar a explicar los inicios simultáneos y coincidentes del conceptualismo en –por ejemplo– Argentina, Yugoslavia y Estados Unidos. Propongo llamar descentradas a estas condiciones particulares de producción y circulación.[7]


El caso argentino
Un reparo que puede hacerse a las incorporaciones del primer conceptualismo latinoamericano a los relatos del conceptualismo global es que corren el riesgo de reducir a un restringido y reiterado conjunto de casos, un repertorio de nombres y obras conocidos (en concreto: una zona o una versión “apta para mostrar en museos” de la producción de los brasileños Lygia Clark[8] y Helio Oiticica, o la revisitada realización colectiva “Tucumán Arde” en Argentina) que, al ser extrapoladas fuera de sus contextos locales, quedan aisladas como excentricidades despojadas de su carnadura histórica y su potencia crítica. Para sortear esos riesgos, se impone considerar cada una de esas producciones o ideas como exponente de la complejidad de un escenario que se resiste a someterse a relatos homogenizadores o tranquilizadoras clasificaciones. Tampoco alcanzan estas producciones a explicarse por sí mismas como obras de arte autónomas sino que demandan su inscripción en el radicalizado mapa cultural de la época, en la medida en que en esos proyectos creativos quedan huellas de los entornos político-culturales en los que intervinieron, las redes de intercambio intelectual que generaron, y los legados vanguardistas que reactivaron y actualizaron.

¿Cuáles son las coordenadas artísticas y no artísticas que precipitan esas producciones e ideas tan extremas en su radicalidad?

La época de los ‘60 se inicia en el continente con el peso inaugural del triunfo de la Revolución Cubana en 1959, que permite imaginar como posible e inmediata una oleada revolucionaria expansiva en el continente. Ese horizonte de expectativas se entrecruza, de maneras a veces contradictorias y a veces compatibles, con los impulsos modernizadores que atraviesan la sociedad.

1966 pasó a la historia argentina por la irrupción de un nuevo golpe militar encabezado por el general Onganía, que derrocó a un frágil régimen democrático, imponiendo un régimen autoritario que combinó el discurso industrialista en lo económico, la extensión de la proscripción en el terreno político a todos los partidos políticos opositores, y un fuerte sesgo clerical y conservador en lo que respecta a la cultura y a la vida cotidiana. A la vez, la escena del arte contemporáneo se vería sacudida por una efervescencia creativa tan potente, que 1966 es señalado por el periodismo como “el año de la vanguardia”: el arte pop y los happenings hacen eclosión en Buenos Aires y otras ciudades del país, al mismo tiempo que Jacoby, Costa y Escari conforman el grupo Arte de los Medios de Comunicación de Masas, que junto con Tucumán Arde son hoy reconocidos inequívocamente como hitos fundacionales dentro de la historia del conceptualismo global.[9] El grupo se proponía producir hechos dentro del circuito de los medios masivos de comunicación, sin otra materialidad que la propia de su transmisión mediática, una idea de alcances políticos radicales que es retomada en el diseño comunicacional de Tucumán Arde. Su primera obra-manifiesto fue el “antihappening”: la construcción de una noticia inexistente (la realización de un happening), puesta en circulación a través de gacetillas apócrifas, fotos trucadas, complicidades varias y demás. Luego de una amplia cobertura en numerosos medios de prensa, los artistas difundieron una desmentida. Este circuito de engaño-noticia falsa-desmentida no evidencia tanto la obviedad de que los medios engañan, sino una idea de avanzada para la época: la capacidad de los mass media de construir acontecimientos.

1966 es también el año en el que Ricardo Carreira concreta sus primeros planteos conceptuales, como Soga y texto y la Mancha de sangre, que suponen un giro crucial en la producción de este artista y en los inicios del conceptualismo argentino.

Soga y texto tuvo un carácter fuera de lugar, sorprendentemente inaugural de un nuevo tipo de arte. La obra, presentada por el artista en el Premio Ver y Estimar, constaba de tres partes. La primera consistía en un hilo o una soga que atravesaba toda la sala del Museo de Arte Moderno. Colgaba tensa a la altura del espectador, dividiendo la sala en dos, de modo de afectar la funcionalidad del espacio mismo, trastocar la percepción de las demás obras montadas e incomodar la circulación del público.

La segunda parte de la obra se ubicaba en el espacio delimitado que los organizadores habían destinado al artista. Allí, un fragmento del mismo material se exhibía enrollado sobre un pequeño caballete de madera.

La tercera parte se ubicaba en otro piso de la exposición y consistía en algunas fotocopias, en las que se veía la imagen en negativo del hilo (o soga), y a su alrededor, un texto diseminado: algunas letras, palabras, frases.

Una clave para abordar la obra es, justamente, la noción de discontinuidad, evidente en la disposición de la obra segmentada en tres zonas que sólo se integran en la percepción del espectador que las relaciona. Se trata de uno de los núcleos de las conversaciones que Carreira sostiene en ese tiempo con el teórico Oscar Masotta, estrechamente vinculado al Grupo de Arte de los Medios.[10] Para Masotta, la forma discontinua en el tiempo y en el espacio es característica de la obra de vanguardia, en su búsqueda de revolucionar el lenguaje, expandir la noción de obra, e incidir sobre la conducta del espectador, la modificación o alteración de su conciencia o sus parámetros de percepción.[11]

La irrupción de Soga y texto provoca el estallido de la noción tradicional de obra en la medida en que rompe no sólo con los materiales y los géneros artísticos, sino también con las ideas de unidad y composición, cuando opta por un dispositivo discontinuo de exhibición, se corre de cualquier forma de representación y elude ser incluida en algún género artístico. “Esto es materia, es un hilo, está acá presente y marca un espacio. Rompe con todo: no es escultura, ni pintura, ni fotografía, no es nada”, señala Roberto Jacoby. Sus consecuencias afectan profundamente no sólo los modos de producción, sino también los modos de exhibición y recepción hasta entonces conocidos en el medio artístico.

Es llamativo el modo en que Soga y texto se aproxima notablemente a Una y tres sillas (1965) del conceptualista norteamericano Joseph Kosuth, de la cual no había llegado noticia a Buenos Aires.[12] Pero, a diferencia de la disposición de la obra elegida por Kosuth, que favorece una actitud de contemplación convencional en el espectador, la disposición de la soga de Carreira atravesando la sala perturba la recepción (de las demás obras, del conjunto) y entorpece la circulación del público. El artista no se limita a los estrechos límites del espacio asignado para cada expositor en el Premio, los desborda y dispersa la obra, la segmenta. Cuando se despliega, el hilo es una frontera, un parteaguas del espacio. Cuando se repliega, se convierte en trazo. Cuando se vuelve fotocopia, se torna huella. Son estos usos o disposiciones del material los que redundan en volverlo extraño. O, para usar el concepto preciso que propone Carreira, deshabituado.

La noción de deshabituación es mucho más que una clave estética. Apunta a una teoría social e implica una posición ante el mundo, una forma de vivir la vida, una apuesta por transformarla: “Cada vez que conocemos algo nuevo, tenemos conciencia de relaciones causales o formales antes ocultas, o una simple alteración no justificada se produce una deshabituación”. [13]

Carreira atribuye a la deshabituación la capacidad (política) de la vanguardia artística de actuar sobre lo existente y transformar al público y su entorno . Así lo entiende también el artista Juan Pablo Renzi, uno de los más activos integrantes del Grupo de Vanguardia de Rosario: “El vanguardismo como actitud es independiente de sus resultados: el cambio, la novedad, la renovación de los medios, de las formas. La idea básica: la búsqueda de extrañamiento, la deshabituación. El arte como forma de conocimiento nos posibilita ver más en profundidad la realidad y las obras de vanguardia aportan una visión nueva de lo cotidiano”.[14]

En el mismo sentido -como ampliará oportunamente Fernando Davis en este workshop -, el artista plantense Edgardo Antonio Vigo despliega un programa estético revulsivo que ataca sistemáticamente la integridad del valor “arte”, desestabiliza los roles tradicionales del artista y el público, y postula intercambios por fuera de los espacios institucionalizados. “Una actitud límite, una opción radical”, caracteriza Davis: los pliegues vacilantes y las marcas en contradicción de las significaciones a la deriva de una experiencia estética “para y/o a realizar”. Así como Carreira trabaja en la “deshabituación”, el proyecto de Vigo se propone “revulsionar”: “incomodar el orden naturalizado, introducir un desvío en la percepción ordinaria, desarreglar la cotidiana adecuación a prácticas y normas instituidas. El calificativo “deshacedor de objetos”, que Vigo adopta para sí mismo (...) coincide en señalar la apuesta límite de la práctica revulsiva”.[15]
Qué otras categorías o conceptos propusieron los artistas o teóricos latinoamericanos a la hora de pensar lo que estaban provocando en el arte?

Pensando en los alcances de la misma disolución del objeto artístico, Masotta retoma el concepto “desmaterialización” del constructivista ruso El Lissitsky[16] para referirse al proceso del arte y la comunicación contemporáneos, el desénfasis creciente en su materialidad.

Para caracterizar el mismo proceso, el crítico peruano Juan Acha propuso en los años ‘70 la categoría de “no-objetualismos”, que “responden al imperativo de transformar el arte –no sólo la pintura- o, lo que es lo mismo, de cuestionar, subvertir y reemplazar las ideas fundamentales sobre arte que Occidente ha difundido por el mundo”. De las potencialidades e implicancias de esta propuesta seguramente nos hablarán Emilio Tarazona y Miguel López en su presentación.
Lo cierto es que estamos ante un repertorio de categorías (desmaterialización, no objetualismo, deshacer objetos) que, cada uno con matices distintos, evidencian la necesidad de generar un nuevo lenguaje teórico para echar luz sobre el vertiginoso estallido de la forma artística tradicional que emprendieron estos movimientos.


La mancha de sangre: la politización del planteo conceptual
El fuerte impacto que la guerra de Vietnam tuvo en la radicalización del campo intelectual argentino se puso de manifiesto cuando, entre abril y mayo de 1966, en lo que definieron como una “muestra-manifestación” la galería porteña Van Riel cubrió completamente sus paredes (y parte del piso) con los aportes de cerca de 200 artistas plásticos, de un amplio abanico de orientaciones artísticas y políticas que difícilmente hubiesen coincidido en otra exposición colectiva.

¿Con qué obras participaron los artistas de vanguardia? León Ferrari llevó La civilización occidental y cristiana, exhibida por primera vez allí luego de haber sido censurada un año antes en el Instituto Di Tella, la institución más visible entre las que apoyaban la experimentación.

Roberto Jacoby mostró un conjunto de esculturas que reproducían a escala natural fotografías de prensa: una madre vietnamita cargando un soldado muerto como una Piedad, un fusilado a punto de desplomarse, niños llorando, y otras escenas de la tragedia de la guerra.

“La más fuerte de las doscientas obras expuestas” en el Homenaje al Vietnam, según el recuerdo de Ferrari, “fue la Mancha de sangre de Ricardo Carreira”. Consistía en un charco sólido, realizado en resina poliéster roja, colocado sobre el piso de la sala. Carreira no se limitó a mostrarla allí: la prensa informa que la Mancha de sangre fue “exhibida simultáneamente en los mataderos y en una galería porteña”.[17] Fácilmente transportable e instalable, la Mancha de sangre lograba ambientar cualquier espacio (fuera éste de exhibición artística o no), y aludir a distintas formas de violencia de acuerdo al contexto preciso en el que actuara. Igual que la noción de discontinuidad, la capacidad de ambientación de los medios artísticos es otra idea que Masotta desarrolla al pensar en las derivas del arte contemporáneo. Retoma el eslogan del canadiense Marshall McLuhan (“los medios ambientan”) para sugerir que distintos medios constituyen mensajes distintos, y avanzar a partir de allí en un despojamiento de la condición visual de la obra. A “más baja orientación visual” corresponde “mayor grado de envolvimiento, mayor ambientación del medio”.[18]

Si la encerrona tautológica en la que cayó el llamado conceptualismo lingüístico podía ser un riesgo a correr de continuar en la línea de Soga y texto, con la Mancha de sangre Carreira avanzó en la politización del planteo conceptual y en la articulación precisa entre concepto y contexto.

Esa deriva se generalizó a toda la vanguardia argentina, que a lo largo de 1968 lleva a cabo un vertiginoso proceso de rupturas antiinstitucionales evidenciado en una serie de acciones y abiertas tomas de posición que denominamos el “itinerario del ‘68”. Este itinerario –al que se referirá en su intervención una de sus protagonistas, la artista rosarina Graciela Carnevale- culmina en Tucumán Arde, la renombrada acción colectiva que manifiesta –entre otras cuestiones- el paso del curso antiinstitucional a la articulación de la vanguardia artística con el movimiento obrero combativo, al realizarla en el seno de la central obrera opositora a la dictadura.[19]


¿Conceptuales?
Al revisar esas experiencias, a la hora de incluir y definir un conjunto de prácticas históricamente situadas, conviene evitar asumir pasivamente la denominación metropolitana de “conceptualismo”, más aún cuando los propios artistas que las protagonizaron se resistieron muy temprano y enfáticamente a esa asimilación.

Concretamente me refiero a algunas tomas de posición inmediatamente posteriores a la finalización de Tucumán Arde y del itinerario del ‘68, en la que los propios realizadores señalaron algunos límites de la experiencia de ese año, propusieron nuevas modalidades de acción cultural (y las llevaron a la práctica). En este punto, reaccionaron muy pronto contra lo que percibían como una neutralización o una apropiación por parte de las instituciones artísticas: la comprensión de Tucumán Arde como una manifestación del arte conceptual.

Entre ellos, Juan Pablo Renzi realizó en 1971 una serie de panfletos (que numeraba a Tucumán Arde como el Panfleto Nº 1), mediante los que introdujo estas críticas en diversas convocatorias internacionales. Presentó el Panfleto Nº 2 en la muestra “De la Figuración al Arte de Sistemas” en el Camden Arts Center de Londres, y el Nº 3 en la muestra “Arte de Sistemas” en Buenos Aires, ambas instancias de presentación o lanzamiento argentino al arte conceptual en los primeros años ’70, promovido por Jorge Glusberg. Este último panfleto, titulado “La Nueva Moda”, exhibe la tensión entre participar en una exposición pero hacerlo enarbolando una crítica extrema a producir dentro de la institución. Al rechazar explícitamente ser considerado un iniciador del arte conceptual, Renzi reivindica la politicidad de las realizaciones del grupo y su función de denuncia antisistema. Lo citaré extensamente:

“Ahora lo que está de moda es el arte conceptual (renovar el stock periódicamente para incentivar la venta de su mercancía —que, entre otras cosas, es siempre la misma— es uno de los sistemas que caracterizan a la cultura burguesa), y resulta que soy (al menos para algunos críticos como Lucy Lippard y Jorge Glusberg) uno de los responsables de la iniciación de este fenómeno (junto con mis compañeros de los ex-grupos de artistas revolucionarios de Rosario y Buenos Aires en los años 67-68.)
Esta afirmación es errónea. Como es errónea toda intención de vincularnos a dicha especulación estética. (...) A continuación enumero las razones que nos diferencian:
DE NUESTROS MENSAJES:
1. No nos interesa que se los considere estéticos.
2. Los estructuramos en función de su contenido.
3. Son siempre políticos y no siempre se transmiten por canales oficiales como éste.
4. No nos interesan como trabajos en sí, sino como medio para denunciar la explotación.”[20]


En el mismo sentido, en 1973 León Ferrari escribe una evaluación de Tucumán Arde[21], en la que señala que “su propósito era hacer del arte una herramienta revolucionaria, usar el arte para hacer política, participar con su profesión en el proceso de liberación de nuestro país” y lamenta que la obra haya sido usada como plataforma de lanzamiento del arte conceptual.
Frente a estas explícitas resistencias a ser catalogados dentro del arte conceptual, es que no podemos dejar de preguntarnos si corresponde denominar así a producciones que se anticiparon a esa denominación internacional, y que incluso se resistieron a su temprana incorporación.


¿Conceptualismo ideológico?
Hace ya treinta y cinco años años, Simón Marchán Fiz -en su clásico libro Del arte objetual al arte del concepto-[22] incluyó a los latinoamericanos dentro de la tendencia que denomina “conceptualismo ideológico”: “Con una concepción ampliada del conceptualismo, los creadores argentinos no renunciaron a la materialidad de la obra, ni al significado, ni a los contenidos”. Su trabajo, dice, apunta a “analizar los límites o fronteras de los lenguajes artísticos como a definir la ‘institución-arte en su relación con la ideología y la política”.[23] El mucho más reciente libro de Peter Osborne titulado Arte Conceptual[24] reproduce una selección de imágenes del conceptualismo latinoamericano en el apartado "Política e ideología", definiéndolo de nuevo en los siguientes términos: "'Contenido ideológico' es el término clave del arte conceptual latinoamericano".

Ante el lugar común de atribuir una dimensión ideológica al temprano conceptualismo latinoamericano, la pregunta que surge es: ¿qué efecto produce esa categorización? ¿Señala su particularidad o su diferencia respecto de otros conceptualismos? Sin duda, entre los rasgos específicos que lo distinguen cabe señalar, como hemos visto a vuelo de pájaro, su abierta y radical condición política (que no se restringe a una mera cuestión de contenido), así como también su ruptura con el espacio de exhibición institucional, y los intentos de inscribirse en circuitos de comunicación de masas apostando a generar condiciones de recepción colectiva que exceden largamente el público de elite habitual del circuito artístico.

A diferencia del conceptualismo angloamericano, que dirigió su crítica hacia el mundo artístico institucionalizado, los latinoamericanos “hicieron de la esfera pública su blanco preferencial”[25] y no se aferraron a los límites de la noción moderna de arte autónomo.

El primer conceptualismo latinoamericano no es tanto una tendencia artística como un modo de actuar desde el arte que desnuda (y socava) la separación moderna entre arte y vida. En gran medida, su identidad y su programa de intervención artístico-político asocian las ideas-fuerza vanguardia y revolución.[26]

Estos movimientos artísticos no estaban reclamando un lugar en el mundo del arte o el reconocimiento de su existencia periférica, sino algo mucho más audaz y crítico: querían poner en cuestión el estatuto de lo artístico, desbordándolo. Es el estatuto de la relación instituida y convencionalizada entre el arte y la política lo que está puesto aquí en cuestión, ya no planteada en términos de “contenidos ideológicos”. Está puesto en discusión el lugar atribuido al arte en las dinámicas colectivas de transformación de la existencia.

En ese sentido, el conceptualismo (no sólo el latinoamericano) no admite ser leído como un nuevo estilo o movimiento, de los muchos y sucesivos que tienen lugar en el arte de la posguerra, sino de “una estrategia de antidiscursos” contra el fetichismo del arte autónomo y los sistemas de producción y circulación de la obra de arte en el capitalismo tardío. Un despliegue de su capacidad de autorreflexión, la propia práctica concebida como “una manera de pensar” –de acuerdo a la feliz expresión de Roberto Jacoby– la relación del arte con la sociedad, de expandir el pensamiento y generar nuevas formas de vida. Se trata de uno de los más radicales experimentos artísticos que tiende a autodisolverse en el acto mismo de apropiarse de territorios hasta entonces ajenos al arte. Recorrerlo como un inestable territorio de fronteras imprecisas nos ayudará a eludir versiones estereotipadas o tranquilizadoras categorías.

Al mismo tiempo, para evitar cualquier fosilización de aquellas intensidades, se impone pensar en las reverberaciones e implicancias contemporáneas del programa que llevan a cabo o proponen estos artistas. ¿Qué consecuencias acarrea su legado para nuestro presente? ¿En qué se convirtió hoy esa potencia revulsiva o deshabituadora? Nuestra difícil pero apasionante tarea es volver visibles esas prácticas turbulentas, en desajuste, todavía polémicas y problemáticas, sin que su sentido quede clausurado o encapsulado. Todo ello nos compromete a avanzar en una investigación rigurosa. Urge descubrir y redescubrir los episodios, las realizaciones y los proyectos, las discusiones y las ideas, el sustrato crítico de esa historia silenciada, perdida o banalizada.


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[1] Una exposición como "L’art conceptuel: une perspective" en el Musée d’Art Moderne de la Ville de París, 1989, es sintomática de esa operación de recorte cuyos límites Benjamin Buchloh pone en evidencia en una demoledora serie de críticas al criterio rector de la propia muestra a partir de reconocer en una serie de artistas lo que denomina “crítica institucional”. Benjamin Buchloh, Formalismo e historicidad, Madrid, Akal, 2004.
[2] Me refiero concretamente a una serie de exposiciones y antologías: Alberro, Alexander y Stimson, Blake, Conceptual Art: a critical anthology, Cambridge-London, MIT, 1999; Luis Camnitzer, Jane Farver y Rachel Weiss, Global Conceptualism: Points of Origin, 1950s-1980s, Nueva York, Queens Museum of Art, 1999; Mari Carmen Ramírez y otros, Heterotopías. Medio siglo sin lugar: 1918-1968, Catálogo, Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2000.
[3] Buchloh, op. cit., p. 168.
[4] Ramírez, op. cit, p. 373.
[5] Ramírez (op. cit.)
[6] Así lo considera también J. López Anaya, “Conceptualismo en Argentina, 1961-1999”, en revista Lápiz, Año XIX nº 158/159, Madrid, 1999.
[7] Con el término descentrado pretendo aludir a aquello que está desplazado del centro pero también a un centro que ya no se reconoce como tal, extrañado, desconcertado, que está fuera de su eje. Raymond Williams, en Políticas del Modernismo (Buenos Aires, Manantial, 1997) llama a analizar las vanguardias con algo de su propia ajenidad y distancia, despegándose de las cómodas y hoy internacionalmente adaptadas formas de su incorporación y naturalización. Esto es: observar la metrópoli desde un adentro que está afuera (los desposeídos interiores, el mundo pobre que siempre fue periférico a los sistemas metropolitanos). Concluye: “Hay que poner en tela de juicio un nivel: la interpretación metropolitana de sus propios procesos como universales”. El desafío (y la provocación) radica en invertir el flujo habitual (rastrear las repercusiones del centro en la periferia) para pasar a pensar el movimiento inverso: qué tiene el mismo centro de periférico o de descentrado.
[8] Esta limitación ha sido cuestionada por Suely Rolnik en sus trabajos sobre la dimensión terapéutica de los objetos relacionales de Lygia Clark. V. entre otros “El cuerpo del arte contamina el museo”, en revista Brumaria nro. 8, Madrid, 2007.
[9] En la antología Conceptual Art, editada por Alberro y Stimson (op. cit.) se traducen manifiestos centrales de ambas experiencias. También se incluyen en las ya mencionadas muestras “Global Conceptualism: Points of Origin 1950s-1980s” (Queens Museum of Art, New York, 1999) y “Heterotopías. Medio siglo sin-lugar: 1918-1968” (Museo Reina Sofía, Madrid, 2000-2001), dos de las primeras de varias exposiciones internacionales que retoman Tucumán Arde en los últimos años.
[10] Sobre la contribución de Masotta a la comprensión de la vanguardia, véase Oscar Masotta, Revolución en el arte, Buenos Aires, Edhasa, 2004.
[11] Masotta retoma la categoría de lo “discontinuo” de Roland Barthes, puntualmente referida al libro Mobile, del francés Michel Butor, y al debate suscitado en torno a su aparición. V. Roland Barthes, "Literatura y discontinuidad", en Ensayos críticos (1º ed. en francés, 1964).
[12] Buchloh pone en duda la datación de las “Proto-Investigations” de Kosuth, que su autor fecha entre 1965-66, atribuyéndoles una fecha más tardía (febrero de 1967). Ver: Benjamin Buhcloh, op. cit., pp. 181-182 n.
[13] Ricardo Carreira, “La deshabituación”, manuscrito inédito, s/f., Archivo RC.
[14] Juan Pablo Renzi, s/t, revista Artinf, Buenos Aires, 1981. El subrayado es mío.
[15] Fernando Davis, “Edgardo Antonio Vigo y las poéticas de la ‘revulsión’”, en: Arte nuevo en La Plata 1960-1976, Buenos Aires, Centro Cultural Recoleta, 2007.
[16] Lissitsky planteaba en 1927 que la capacidad expresiva del libro es multiforme y que “la desmaterialización es la característica de la época” en que las nuevas técnicas comunicacionales provocan la disminución de la materia física y el aumento de la “energía liberada”.
[17] En: revista Análisis, nº 543, 10 de agosto de 1971.
[18] V. Oscar Masotta, op.cit..
[19] V. Ana Longoni y Mariano Mestman, Del Di Tella a Tucumán Arde, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2000.
[20] Juan Pablo Renzi, “Panfleto nº 3, La nueva moda”, 1971.
[21] Respuesta a un cuestionario de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, inédito, 1973.
[22] Simón Marchán Fiz, Del arte objetual al arte del concepto, Madrid, Akal, 1973.
[23] Marchán Fiz, op. cit., p. 83.
[24] Peter Osborne, Conceptual Art, London, Phaidon, 2002.
[25] Ramírez, op. cit, p. 373-6.
[26] Véase Soledad Novoa, “El contexto local como problema para una reflexión sobre vanguardia/ postvanguardia”, en: Pablo Oyarzún, Nelly Richard y Claudia Zaldivar, Arte y política, Santiago de Chile, Arcis, 2005, pp. 75-82, y mi tesis doctoral inédita “Vanguardia y revolución. Ideas y prácticas artístico-políticas en el arte argentino de los ‘60/’70”, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2004.

miércoles, mayo 02, 2007

Divagaciones varias (I)

La semana pasada hubo en Lima un seminario internacional de curaduría. Lo menciono porque quiero traer un libre comentario que Gustavo Buntinx en una de las mesas de conversación. Este comentario intentaba constatar como la actual curaduría local venía de por sí contaminada, en la medida en que los curadores que en años recientes se habían aproximado a esta práctica lo hacían desde una formación, en muchos casos, de artistas visuales (el cual es también mi caso).

Yo intento siempre de asumir la práctica curatorial como una amplia plataforma de debate y diálogo de sentidos, obras e ideas, que toda exposición se ocupa de poner en escena para su discusión pública. Y si la curaduría no es capaz de generar algún tipo de reacción, aunque sea mínima, que trastoque e interrogue el pensamiento habitual de sus espectadores pues entonces estamos ante un trabajo inofensivo. Emilio Tarazona señalaba en ese mismo conversatorio que a él le importaba medir no el modo en que las personas llegan a la sala sino la manera en la cual salen, es decir, las potenciales transformaciones que la exhibición arrastra y confronta con cada uno de sus visitantes.

Traigo a colación estas ideas -de un modo muy arbitrario y libre- ya que el domingo pasado, 29 de abril, culminaron dos exposiciones en Lima. Dos exposiciones con las cuales estuve involucrado curatorialmente y de las cuales me siento responsable y comprometido con lo exhibido. La primera es Tránsito de imágenes (puntos de fuga hacia el arte último) en el Museo de Arte de Lima, y la segunda La persistencia de lo efímero. orígenes del no-objetualismo peruano: ambientaciones / happenings / arte conceptual (1965-1975) en el Centro Cultural de España. Y aunque no estoy seguro si estas dos exposiciones han ocasionado transformaciones en todos sus posibles espectadores quisiera pensar que sí, efectivamente, algún movimiento de ideas produjo.

Para mi está muy claro que hacer una curaduría es tomar una posición frente al arte (en este caso contemporáneo). Toda curaduría es siempre un trabajo de opinión, y exije ser examinado como tal. En ese sentido creo que ambas muestras ponen en evidencia mi posición e intereses en relación a la creación actual, lo que considero pertinente e importante de ser exhibido, recuperado, discutido -entre otras cosas-. La mía no es una posición de un crítico de arte -que por formación no soy-, y sí en cambio la mirada de un artista visual que considera que todo ejercicio artístico debe venir acompañado de un profundo ánimo reflexivo, y al que le interesa mucho poder pensar la producción de sus contemporáneos (aunque mis contemporáneos estrictamente hablando sean tal vez la generación de artistas jóvenes en Lima, yo estoy pensando en un marco amplio de productores visuales con quienes comparto espacios).

En ese sentido, quiero pensar que la apuesta que persigo no se encuentra únicamente en el plano de las imágenes sino también en el de las estrategias y de los métodos. Y allí debo coincidir nuevamente con Gustavo Buntinx: no hay tarea más revolucionaria en el campo de la investigación histórica que la recuperación sistemática de fuentes que agreguen nuevas y valiosas coordenadas de lectura. Estamos hablando de nuestro caso local, un contexto donde la ausencia de historia y memoria es alarmante. Curaduría productora de infraestructura la llamaría el crítico chileno Justo Pastor Mellado.

Y lo digo también porque considero indispensable que la producción visual se produzca desde un mínimo de perspectiva histórica: conocer el marco cultural en el cual cada obra se inserta y ver los tipos de diálogo que establece ésta con momentos anteriores (a un nivel no solo artístico sino social y político). En mi caso fue ese uno de los detalles fundamentales que me animaron del todo a investigar las primeras experiencias de arte conceptual. No sólo porque me encantaba el tema y me molestaba no poder acceder a una historia minuciosa sobre el tema en el caso peruano, sino porque mi trabajo visual en ese momento particular -hace tres años tal vez, a punto de emprender mi tesis, y cuyo interés principal era poner en análisis el sistema del arte- intentaba buscar referentes locales en la línea del arte conceptual y no encontraba ninguno (al menos en la línea que buscaba). Tampoco es que deban existir! Pero lo curioso resultó que la única referencia velada que tuve fue la de una supuesta exposición en 1970, donde -me decía un amigo- el artista había confrontado también el espacio expositivo -algo que intaba yo también en ese momento-, y por ende el sistema del arte. A lo cual agregó un pero: se habían escrito sobre ello solo unos pocos párrafos en casi treinta y cinco años, y -oh sorpresa- no se había editado en Lima imagen alguna.

Aquel solitario relato, que fue contado además por quien sin saberlo sería posteriormente mi compañero de investigación mientras yo realizaba una sesión de fotografías, me produjo en primera instancia una profunda emoción por sentir que podía haber allí había algo verdaderamente valioso, pero también una sensación de pesar al notar como habían pasado tantos años y parecía que nunca hubiera sucedido.


Ocurrieron muchas otras cosas por esa misma época (yo aún era estudiante) que me permitieron enfocar cada vez más mi atención sobre el tema. Encontrar de forma casi azarosa -aunque el azar no existe como dice G.B- un texto de Juan Acha en la Biblioteca Nacional sobre el asunto fue fundamental. Que un amigo muy querido me obsequiara un ejemplar del catálogo de esa exhibición también fue decisivo. Conocer al artista, pedir testimonios, buscar en archivos, encontrar a sus amigos, etc., etc. Y cuando ya me encontraba totalmente embarcado descubrí referencias varias posteriores que justamente habían incidido en esa exposición pero con una difusión limitada o parcial, seguramente por otras complicadas circunstancias contextuales. Gracias a mi amigo Augusto del Valle pude llegar a un video de una exposición de Buntinx sobre las Vanguardias de los años 60's donde se exhibició ese catálogo en 1984, y gracias a Jorge Villacorta llegué a la referencia de Restauración/No Restauración (1990), también proyecto curatorial de Buntinx que había elaborado de manera explícita sobre la obra de Hernández. Experiencias sumamente valiosas que me siguen interesando mucho y que me gustaría ver publicadas o que tuvieran tal vez mayor circulación (el texto de Restauración/No Restauración fue publicado en una edición de la revista Micromuseo, pero sin ninguna imagen, el cual es por cierto uno de los escritos que más me han impactado e interesado dentro de su amplia producción).

Hay muchas cosas que están aún a la espera de ser inscritas adecuadamente en la historia, o en todo caso que merecen que su eco o repercusión sean mayores a la que tienen actualmente. Y esa es parte de lo que intentamos en La persistencia de lo efímero, tantas experiencias significativas que merecen ser enunciadas en voz alta, que son capaces de cuestionar o contravenir la mirada que tenemos sobre esos años, o que pueden interferir y alimentar nuevos procesos y producciones más jóvenes. Es imposible calcular la repercusión de una situación en el momento en que es realizada, y no se de que manera un proyecto curatorial como el realizado con Emilio Tarazona ha efectivamente inquietado o agitado nuevos intereses. Solo se que es fundamental seguir recuperándolo, y no me veo haciendo otra cosa durante los próximos años. Siento que lo hecho es casi como un fragmento de un algo más amplio, de una investigación más profunda sin límites visibles que revelará, espero, nuevos bordes y complejas contradicciones.

Hace tiempo que no escribía de manera personal en el blog así que he aprovechado unos pocos minutos libres para simplemente dejar fluir las palabras. No se si son ideas coherentes, pero son ideas al fin. El tiempo en las últimas semanas ha sido mínimo, y aún ahora me encuentro escribiendo y afinando un texto para un encuentro en el MACBA (Barcelona) la próxima semana, donde continuaremos discutiendo estos temas y afianzando las redes para impulsar una recuperación historiográfica conjunta. Ya comentaré sobre eso. De momento me quedo pensando en lo que me dijo hoy temprano una amiga, y más tarde unos amigos: que el último día de la exposición por la noche -domingo pasado, hace 3 días- se tuvo que retrasar dos horas el cierre y desmontaje de la exposición dado el número de personas que aún se encontraban en el lugar viendo la muestra. No se si eso signifique exactamente algo, pero en verdad se siente muy bien saber que el entusiasmo de uno puede ser a veces compartido.


[imagen 1: Entrada del Centro Cultural de España, exposición La persistencia de lo efímero. diseño: Claudia Cáceres Garrido y Arturo Higa Taira. foto: Eddie Hirose / imagen 2: obras de Emilio Hernández Saavedra en la exposición. foto: Eddie Hirose]