OITICIQUIANA: Los griegos se referían a Helios como Panoptes
(aquel que todo lo ve). Helio quiere decir sol, lumbre, fuego...
Su nombre mismo sugiere incineraciones ¿Sentiríamos lo mismo si sus
cosas hubieran sido llevadas por las corrientes de una inundación...?
¡Qué susto, el incendio del legado de Helio Oiticica! ¡Qué pérdida tan lamentable!
Pero ¡cuidado!
Diariamente, aparecen más y más opiniones –impresas y digitales– respecto a esta ¿inesperada? conflagración, algunos muy sensatos, otros no tanto. Para no ir muy lejos, veo en este mismo ciberespacio (donde primero supe la noticia), cómo empieza a crecer... algo, ideas. Aún no surge ni el “cuáles ideas”, ni el “cómo ponerlas en práctica”.
Hay que pedirle cuentas a los funcionarios culturales en Brasil, en México, en toda Iberoamérica, por todos sus descuidos. Tienen que saber que se les irá a exigir de manera perentoria y constante que legislen para colocar la cultura y las artes lado a lado con la protección al medio ambiente. Sugiero entonces que vayamos rápido pero con tientos. En torno al resguardo de archivos, no podemos perder de vista que quienes guardan papeles son cronistas, no especuladores. Quiero decir, los conceptualistas de los 60s en adelante no han guardado con el afán del fetichista.
De Oiticia para acá, se fue enfatizando la diferencia entre “l’objet d’art” y “l’ouvre d’art”. Entre objeto y obra. A la hora de la hora, mantengamos esta diferencia frente a los ojos. Se pierde o se puede perder, por un lado, un caudal invaluable de documentación. Por el otro, hay que tener cuidado pues peligran obras, o lo que se ha vuelto cada vez más importante, vestigios de obras...
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Helio Oiticica era organizado y sistemático, como muchos otros creadores y pensadores nuestros, conceptualistas del sur como Clemente Padín... Paolo Bruscky... Beatriz González, Martha Menujin, Lygia Clark, Ulises Carrión, Carlos Zerpa, et al... Reunía con desmedido esmero todo y cualquier papel, documento, foto, recorte o vestigio que tuviera que ver no sólo con lo que creaba sino también –y esto es importante– con lo que pensaba y la manera en que concebía el universo: en la organización de todo archivo personal están reflejados los vericuetos mismos de la mente de quien almacena...
Creo que si Helio no hubiera muerto prematuramente compartiríamos hoy opiniones muy parecidas. Nada sorprendente. La vida –y muchos queridísimos colegas– me han enseñado que se guarda lo impensable, precisamente porque en nuestras sociedades ¡a nadie más se le ocurre nunca guardar "lo impensable"!
Estoy seguro que Helio almacenaba porque, como todos los guardadores contemporáneos que andamos vagando por el éter de la desmemoria, él ya presentía la imperiosa necesidad de cubrir vacíos. Estoy seguro que archivaba presionado (¿aterrado?) por las amnesias que en sus días empezaban a corroer a su Brasil, amnesias que igual corroen a México como a la América latina (incluyendo Haití y Quebec). Helio veía, como lo hemos visto tantos otros, como era desdeñada su producción y las ideas que la impulsaban por la crítica del momento (aún no surgían esos DJs de las artes plásticas llamados curadores). Veía que su pensar no producía eco en las consideraciones teóricas, filosóficas, de su momento.
Y seguramente también se dio cuenta de como la gente de nuestras clases medias, que ocupan posiciones determinantes en nuestras instituciones culturales, han ido cediendo ante el discreto encanto del olvido: de cómo aceptaron –y siguen aceptando– sustituir las memorias de nuestros riquísimos pasados por las efímeras experiencias (gas néon y pixeles binarios) que las deslumbran (happy hour... design... love you... hot sexy girls... brunch... latest news... house for sale... halloween... opening...).
Es sencillo detectar a los culpables: los universitarios y académicos de este sector medio son cómplices de la degradación del pensamiento. Son los que han permitido el desmoronamiento de los eslabones de la imaginaria cadena de eventos artísticos, creativos, de nuestro pasado inmediato y su capacidad para reflejar nuestro devenir. Son los que hacen caso omiso de la Guerra Fría que en los 50s se desencadenó sobre el mundo, ¡y que sigue aquí!, esa guerra que los tiene convencidos que la información es mejor que el conocimiento.
Vean si no: la jesuítica Universidad Iberoamericana, en la Cd. de México, es la única que maneja la carrera de Historia del Arte en el país. ¡Créanme! Sin embargo, hasta hace muy poco, su biblioteca no llegaba ni a los años 50, y ni siquiera se tomaban la molestia de guardar en sus propios archivos las tesis que año tras año le exigían a sus estudiantes para licenciarlos. Frente a tal pobreza de fondo y contenido, ¿cómo pretenden formar cuadros profesionales?, ¿cómo quieren que esos profesionales conozcan el pasado de su propio país, el distante y el cercano? (Me dicen que la situación "ha mejorado". Cruzo dedos porque sea cierto).
Ahora en México, acaba de abrir sus puertas el flamante Museo Universitario de Arte Contemporáneo, con todo y Arkheia, su centro de documentación. Ideado y construido por las mismas clases medias a quienes hasta hace poco les importaba un bledo los nuevos conceptos que se iban fraguando en nuestros suelos, el MUAC no tienen un centavo de presupuesto para reunir, rescatar y cuidar las memorias del arte contemporáneo. Típicamente, quienes dirigen nuestras instituciones ahora quieren que los artistas les donemos lo que antes rechazaban.
Lo malo es que si se siguen por ese camino, si siguen queriendo emular a la Colección Jumex (o las de Constantini o Cisneros, que son 100% privadas), sólo podrán acabar como “medio refrán”: con un ojo al gato, pero descuidando el garabato; con un ojo en el fetiche objetual (hoy más que nunca imperdonablemente eurocéntrico) y descuidando las propuestas del suelo propio.
Varias de las personas que me leen (mil gracias por su paciencia) saben de mis voluminosos archivos. Unos ya están resguardados en la Tate y en la Universidad de Stanford. Por el momento, el MUAC almacena en comodato otra respetable porción de mis documentos (incluyendo obras). Pero lo más sustancioso sigue en las cafetaleras humedades de Xico, zona de calores y lluvias torrenciales. Lo almacenado ahí ya representa un peso injusto en los hombros de mis hijos. Nada, ni candados ni seguros, protegen ese papelerío y esas obras de los pececitos de plata, de los hongos y los líquenes.
No me pregunten que irá a pasar dentro de poco... Puedo asegurarle a quien se interese que, cuando entregue yo el equipo, podrá hallar muchísima información en los espacios submoleculares de la memoria externa que acabo de comprar para mi compu ¡y en el Internet!
De hecho, tengo entendido que precisamente en el Internet hay mucha información producida por Oiticica y en torno a su obra. ¿Qué tal y se aboca alguien a reunir lo más posible en un mega portal/ museo, para la consideración y deleite del mundo?
Any bidders?
Con mil abrazos, desde las humedades paulistanas,
Felipe Ehrenberg
[publicado en su blog hace dos días]
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