Yo no reiteraría algunos de los comentarios que, en su exalto –y por momentos exageración-, vierte Vanini, especialmente aquellos que retoman ‘etiquetas’ o frases que por su uso ya están totalmente vaciadas de sentido y son más cliché que otra cosa -como la originalísima 'izquierda caviar' y similares-, o las alusiones a la facultad de sociología de la PUCP, que en su repetición inútil y superflua corre el riesgo de reforzar vanamente una visión preconcebida y estereotipada, y que incluso podría caer en el mismo sesgo de prejuicio que se critica.
No obstante el señalamiento concreto que hace Vanini sí me parece pertinente y necesario de discutir. El afiche creado por Toronja, valgan verdades, establece dos presencias polares evidentes tanto en los gestos, el color y la posición de los personajes. Diferencia clara y que en verdad es innecesaria para comunicar aquello que se quiere decir del Festival (que es internacional, latinoamericano, que vienen diversos actores/directores reconocidos, etc.).

Y las interrogantes que se desprenden de todo esto son claras: ¿Por qué reducir de una manera tan drástica los biotipos físicos? ¿Y por qué colocar a estos biotipos diferenciados en actitudes tan mutuamente excluyentes? Es imposible no pensar que, en un país donde un gran porcentaje de personas tenemos rasgos o características del sujeto que le da la espalda al cine, nadie se vaya a sentir identificado y por ende ofendido.
Porque el mensaje que también parece desprenderse de la imagen es que el cine está allí para una minoría privilegiada –lo cual desde el punto de vista económico y social es una lamentable realidad-, pero más abruptamente aún: que a 'la función' solo están invitados algunos pocos. Y en ese caso el afiche se convierte –aún si es involuntario- en un cernidor que define quien está invitado y quien no, cómo debe lucir esa persona y qué tipo de rasgos étnicos son los adecuados.
Lamentablemente esos sentidos están allí, puestos en juego de diferentes formas. Y es claro que dependiendo de los ojos de quien los mire será menos o más evidente, y menos o más ofensivo. Son sentidos que escapan ya ahora, en medio de la discusión, a la intencionalidad original del publicista o de la agencia –que no la exime de su responsabilidad en su producción por supuesto- pero que sí deberían obligarnos a pensar nuevamente el poder de toda imagen.
Como productores de imágenes todos tenemos la responsabilidad crítica y ética de asumir las cosas que estamos diciendo, los modos en que lo decimos y las razones para hacerlo. Yo suelo pensar que en estos momentos de exacerbado desborde de la imagen, reproducida, multiplicada e infestada en todos los ámbitos de nuestro devenir cotidiano, uno debería procurar en este campo siempre decir lo mínimo. Mejor dicho: decir solo aquello que parezca que valga la pena ser dicho y visto. O mejor aún: decir solo aquello que nosotros consideramos puede marcar la diferencia crítica frente a esas otras cosas. (Y con ‘decir’ me refiero a comunicar, porque comunicar e intercambiar significados es de lo que se trata este negocio, como diría mi amigo Max).
Eso no significa que dejemos de tomar fotos para nuestro álbum personal. A lo que voy es que cuando, como productores de imágenes, decidimos poner algo en circulación en la esfera pública, algo que va a ser visto, compartido, discutido, analizado, debemos ser concientes de que ese algo está esencialmente allí para generar consecuencias. Es más, uno debería poner en juego ciertas ideas o conceptos pensando solo en sus consecuencias, en sus efectos, en lo que ello puede generar, revertir, transformar, trastocar en la sociedad, en la cultura o en el ámbito de la vida misma.
(Lo cual me recuerda de pronto que en el espacio joven de nuestras artes visuales hay aún mucha ligereza frente a las cosas que se dicen, y una desidia muy grande para entender que el sentido de algo no se acaba, sino que comienza allí donde el marco de la imagen termina.)
No se si es significativo o no el hecho de que las personas que están vinculadas a esta polémica pertenezcan lateral o transversalmente, o hayan compartido lugar o espacio, dentro del campo de las artes plásticas locales. Yo no dudo de la buena intención de Sandro Venturo –a quien se le alude en el video, amigo mío al igual que Alfredo Vanini-, y tampoco considero que de forma intencional Toronja haya construido este afiche intentando marginar, discriminar o segregar, pero sí me parece que el afiche reproduce –y devela, e incluso podríamos decir, refuerza- algo que está enraizado de una manera brutal en nuestro inconsciente social –si es que eso existe-, o en todo caso en cada uno de nosotros como individuos: la discriminación.
Obviamente centrar la discusión en un solo afiche ya podría pecar de ingenuo –y corre el peligro de parecer cargamontón- dada las múltiples otras formas de segregación, tan visibles como invisibles, que existen a diario en nuestro país. E incluso es evidente que este no es ni el primer, ni será el último, afiche/publicidad que nos permita 'discutir' el problema. Pero me parece importante mencionarlo y pensar una vez más sobre el grado de responsabilidad y exigencia crítica que todos debemos tener frente a la producción –y consumo- de imágenes.