lunes, noviembre 23, 2009

Algunas exposiciones en Lima

Doy cuenta de algunas exposiciones en Lima inauguradas en días próximos como las de Piero Quijano, Carolina Bazo, Cherman, las actividades de 'Encuentros en la memoria' o la muy recientemente inaugurada de Patricia Villanueva. Reproduzco las invitaciones y algo de texto.
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Mano Negra de Piero Quijano y Esencia Doméstica de Carolina Bazo en la galería 80m2 de Barranco.


OH NO! DA REVOLUCHON! de Cherman desde este jueves 26 de noviembre en la Sala de Proyectos de la Galería Lucía de la Puente.


Actividades de 'Encuentros en la Memoria'


PACIENTE 779
de Patricia Villanueva desde el 18 de noviembre en las salas de Artco. Reproduzco el texto de Diego Otero sobre la exposición.


Paciente No. 779

1.

Este es uno de los posibles escenarios de la historia: una mujer de pie en una habitación casi vacía. Apenas un espejo ovalado. Una mesa con un puñado de fotos y una caja de lápices de colores. Una silla. Todo está bañado por una luz blanca y uniforme, que no permite el drama: una luz que es también un cernidor de sombras.

La mujer, en rigor, no es una mujer: es una silueta. No posee rasgos, solo opacidad y contornos: el mundo entero se acaba y se agolpa donde comienza su piel, que no es piel sino límite. Ella lo ha olvidado todo y ahora es únicamente cuerpo, mapa de sí misma. ¿Perder la memoria, después de todo, no significa acaso convertirse en frontera pura?

2.

Observemos alguno de los otros elementos de la habitación. El espejo ovalado, por ejemplo. La silueta de la mujer se acerca al espejo y su figura queda enmarcada. El espejo es ahora, por un instante, un camafeo: el olvido ha grabado en él todos los relieves que conforman la silueta de la mujer.

Si la habitación quedara al interior de un sanatorio y un médico de guardia recorriera los pasadizos, podría haber una sorpresa, una chispa: ese camafeo se convertiría, súbitamente, en un huevo o en un vientre: en la promesa de algo que pueda nacer del espejo.

3.

Paciente No. 779, la cuarta muestra individual de Patricia Villanueva, opera como el negativo de todo su trabajo previo. Si en sus exposiciones anteriores exploró la identidad desde un tejido narrativo –en relación con la cultura en La fiesta del té (2002), en relación con la pertenencia y el espacio en París canalla (2004), en relación con el otro en Doppelganger (2006)–, ahora lo hace desde su ausencia: una suspensión de la memoria implica también una suspensión de la identidad.

Hay una cierta radicalidad en la propuesta. O mejor: un cierto riesgo. Villanueva concibe un personaje premeditada y literalmente plano. Es decir, vulnerable, precario. Y por eso toda la puesta en escena apela al tenebrismo candoroso del teatro de sombras, la magia amateur, las cintas memoriales y las siluetas victorianas.

A eso le podemos llamar también instinto: hay que descender hasta una base para tomar impulso. Hay que retroceder en el tiempo, ya sea el nuestro o el del mundo; hay que cavar hasta encontrar tierra firme. Solo entonces podremos emprender la tarea de buscarnos.

Cavar. Quizá cavar sea la palabra clave. No es gratuito que la memoria y la identidad de nuestra colectividad –así estemos hablando del pasado lejano o del reciente- se jueguen muchas veces debajo de la tierra. Walter Benjamin decía que aquel que desee explorar su propio pasado debe actuar como quien cava: más importante que registrar los datos que recupera, más urgente, es marcar el lugar preciso en el que fueron hallados. Una moraleja: el bosque de la amnesia es siempre un bosque encantado.

4.

Pero volvamos, por favor, a la escena probable: hay fotografías, hay lápices de colores. Es decir, hay imágenes o promesas de imágenes. Quizá, después de todo, no estemos en un sanatorio sino en un taller o un estudio. Quizá no pase ningún médico por el pasillo y la silueta acuda de pronto, como en un gesto intuitivo, a los colores.

Y aquí quisiera detenerme y ofrecer una información que nos puede ayudar. Una información solo aparentemente inconexa. En el inventario del Museo de Louvre hay una pintura a la que se conoce como “Pintura # 779”. La pintura carece de título, firma y fecha. En los archivos del museo tampoco figura ningún valor asignado a su código.

A esta pintura, sin embargo, el resto del mundo la conoce como La mona Lisa. No hay mucho que agregar: las referencias nominales a veces quedan sobrando.

5.

La silueta de la mujer tiene ahora los colores en las manos. Y las imágenes de esas fotos son como flashes sobre una tela vacía, en una habitación oscura. Pero cuando ella empieza a dibujar no lo hace sobre ninguna superficie: lo hace sobre sí misma; ella es el soporte de su obra.

Y entonces, lentamente, deja de ser solo una silueta.

Diego Otero, noviembre 2009.

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