martes, setiembre 01, 2009

Despolitizarlo todo (a propósito del debate en torno a la obra de Tania Bruguera)


Luego de estar cinco días en Cali, y un aterrizaje rápido en Bogotá cerca del mediodía el pasado sábado 29 de agosto, me dirigí a la Universidad Nacional donde se iban a realizar las últimas dos mesas de discusión como parte del programa del Encuentro Hemisférico de Performance y Política. La primera de ellas era quizá la que generaba más expectativas porque en la mesa se encontraba la artista cubana Tania Bruguera, cuya reciente performance había desatado no pocos enfados y discusiones. La mesa titulada 'Artistas de Performance' incluía a los artistas Wilson Díaz, Guillermo Gómez Peña, la mencionada Bruguera y Rocio Boliver, moderada por Mariene Ramirez Cancio. Sin la ambición de reseñar la mesa de discusión, y menos aún la performance de Bruguera que no alcancé a ver, me remitiré a lo visto y oido en el debate del sábado en la Universidad Nacional y lo leído posteriormente en torno al tema.

Las presentaciones fueron todas apuradas. Bajo el esquema burocrático de ponencias cortas "para dejar lugar al debate" el panel no pudo estimular una adcuada articulación de ideas: Wilson Díaz algo desordenado y errático no pudo culminar solventemente de atar cabos sobre sus imágenes e ideas; la mexicana Rocio Boliver que subida sobre la mesa y amarrando sus piernas con una de las ayudantes planteo una lectura entre crítica y hedonista en torno a su trabajo -que no conozco, por otra parte-; Tania Bruguera, quien parecía tener el discurso más políticamente armado, tuvo que interrumpir su lectura por el límite de tiempo; y Guillermo Gomez Peña apelando al fácil y cansino chiste multicultural y al spanglish bufonesco consiguió arrancar algunas sonrisas del parte de los asistentes, aunque sin remover significativa ninguna idea.

Pero era obvio que los ingredientes más significativo del debate no iban a venir del lado de los ponentes. La primera reacción fue de una activista, periodista, artista colombiana, quien tomó el micrófono para comentar lo "absolutamente ofendida" que estaba con la acción de Bruguera. No era una ofensa por la presencia de la coca, como señalaba visiblemente molesta y con la voz alzada, sino por ese "E! True Hollywood Story", en el cual la performance de Tania comenzaba cuando sus "dólares" empezaban a circular por tierras colombianas y donde ella, desde un avión rumbo a "Miami" bebiedo un mojito, no sabría nunca si esos "dólares" iban a servir para comprar una pistola para matar a un amigo artista, para desplazar un campesino, para concretar un negocio de un político corrupto.

Probablemente aquella primera intervención, entre la ofuscación y la indignación, pueda resumir adecuadamente el tono de la discusión que seguiría aquel sábado, y que me recordó la infeliz figura del tribunal de la moral iniciando un proceso público de sentencia sobre la pobre cubana que había venido a profanar la colombianidad de la violencia y sus símbolos más insignes. Más aún, otras opiniones en paralelo -varías publicadas entonces en [esferapública]- parecían recalcarle lo poco "informada" que estaba en la materia, su "falta de rigor", el hecho de estar apostando a un recurso facilista. "Que piense"!!! (Maria Estrada Fuentes dixit). Como si el agotar toda la "literatura seria" o el saber suficiente (¿qué carajos es eso?) asegurara la pertinencia de alguna posible acción artística -a ver entonces si abrimos posgrados en conflicto, narcotráfico y drogadicción con mención en performance, después del show, las cabezas del Instituto Hemisférico estarán más que interesados-.

Pero la situación del sábado fue profundamente incómoda por un motivo particular: la despolitización absoluta a la cual era llevada la discusión en la valoración moral del acto. La conversión permanente del debate en un juicio en busca de culpables, poco faltó -si es que no se insinuó ya- el imperativo sobre la artista cubana de una rendición pública de disculpas, de su total arrepentimiento.

No deja tampoco de pasmar que otros indignados comentadores (ver algunos links del post anterior), aunque parecen tener el tiempo para masticar lo acontecido, lo único que intentan es reafirmar su posición de superioridad humanista condenando la acción con fuertes e intensas dosis de nacionalismo y moralismo, mezclado con un poco de sensiblería despolitizada, domesticando a ciegas toda la dimensión conflictiva del asunto. Un aluvión de condenas, cuyas posiciones más conservadoras y reaccionarias provinieron sintomáticamente de gente joven -al menos en el debate del sábado-. La política convertida en policía, desgranándose en identificar significados, protagonistas, inmoralidades, nuevamente cada uno en su lugar para la tranquilidad del bienpensante.

Sin embargo, lo político no puede ser reducido a la operación racional de cáculo moral como se pretende. Todo lo contrario: lo político opera allí en la tensión que ejerce sobre eso moral, impugnando una y otra vez sus fundamentos y poniendo en movimiento los antagonismos que habían sido sublimados en ese ejercicio de corrección de lo público. En alguna medida, el acto en sí mismo en Bogotá -ya sea performance o cualquier otra categorización normalizante que queramos imponerle- no se distancia demasiado de la acción realizada por la propia Bruguera en última bienal de La Habana, propiciando una deliberada puesta en escena que desestructura la aquiescencia de todo aquello que aparece en un momento anterior como no-negociable. Obligando con ello incluso a que se tome posición.

Reducir el debate al registro moral como se viene haciendo, entre la correción y la incorrección, el bien y el mal (o entre el 'buen' y el 'mal arte' para algunos administradores de la estética) es esencializante. En su ceguera y autismo autocomplaciente lo que logra es precisamente aniquilar lo político, construyendo una relación jerárquica donde se sobredetermina qué es posible de tratar y qué no, qué cuerpos pueden hacerlo y de qué formas, consolidando en esa distribución de lugares y funciones las nuevas fuerzas del orden, la baja policía que dispone y predispone el régimen de las artes. Su Ley.

Un muy reciente comentario parece afirmar que el error de Bruguera, al margen de cualquier otro detalle, fue su incapacidad de "dar cuenta del conflicto colombiano", contando así con los dedos de la mano derecha los allí convocados para señalar que ellos "no representaban". Sin duda algo de esa pretensión de realismo socialista de lo efímero parece rezumbar en gran parte de los reproches emitidos, desbordándose ansiosamente uno a uno por reivindicar los modos legítimos de hablar del conflicto. En este debate lo que sale a flote en abundancia son los escribanos del nuevo dogma de la corrección nacional, precisamente allí donde en medio de tanto pavoneo lo político ha sido completamente extinguido.

2 comentarios:

Jose Leon dijo...

De verdad que me sorprende que en la única parte donde se ha hablado tan abundantemente de moral en relación al tema de Bruguera es en este artículo.

Las críticas que se han hecho - me refiero a las que usted no considera por carencia de argumentos de su parte para debatirlas - ni siquiera tienen que ver con la moral.

Se nota que leyó de sobrevuelo los comentarios en Esfera Pública.

Esto de ´´los escribanos del nuevo dogma de la corrección nacional´´ suena muy gracioso. Debería enviarlo a un concurso de textos postmodernos. De seguro gana.

julio dijo...

Eso es lo bueno del arte ,que cada uno puede expresarse e interpretar la realidad tal cual la ve o la vive cada uno.Después al exponerse claro hay que aguantar las críticas.