Grupo de Arte Callejero
Este libro es una mirada que hoy captura y da forma a una historia, y la impulsa hacia delante.
Hoy es indispensable reflexionar sobre lo que se hizo y dejar esto expresado en un soporte concreto, tangible, para que el conocimiento pueda ser capitalizado por otros/as.
No pretendemos elaborar un dogma o un modelo a seguir. Pero sí creemos que es necesario que cada nueva lucha utópica que despunte por ahí se pueda organizar sobre el conocimiento de las precedentes, aunque más no sea para refutarlas.
Desde esta perspectiva temporal reconocemos nuestra experiencia imbricada en una red de prácticas precedentes y posteriores, que se retroalimentan. Es por eso que los contenidos de este libro se basan más en saberes populares que en grandes teorías.
Las/os lectores tendrán la posibilidad de desmitificar al GAC, comprobando que no inventamos nada nuevo.
Sin duda no será este el libro más exhaustivo que se pueda escribir sobre el GAC, ni el más agudo y crítico, pero es el que quisimos escribir.
El GAC / GRUPO DE ARTE CALLEJERO se formó en 1997, a partir de la necesidad de crear un espacio donde lo artístico y lo político formen parte de un mismo mecanismo de producción. Es por eso que a la hora de definir nuestro trabajo se desdibujan los límites establecidos entre los conceptos de militancia y arte, y adquieran un valor mayor los mecanismos de confrontación real que están dados dentro de un contexto determinado.
Desde un comienzo decidimos buscar un espacio para comunicarnos visualmente que escapara al circuito tradicional de exhibición, tomando como eje la apropiación de espacios públicos.
La mayor parte de nuestro trabajo tiene un carácter anónimo, fomentamos la re apropiación de nuestras prácticas y sus metodologías por parte de grupos o individuos con intereses afines. Muchos de nuestros proyectos surgen y/o se desarrollan a partir de la construcción colectiva con otras agrupaciones o individuos, generando una dinámica de producción que está en permanente transformación debido al intercambio con las/os otras/os.
Epílogo
1
Al terminar de leer este libro tenemos la sensación de que las tres letras que forman GAC han sido completamente trastornadas. Cada una enloqueció por su cuenta y contagió a las otras, al punto de que sus componentes se desparraman en un estado convulso, de trance. Ahora, más que un nombre, esas tres letras son una fórmula mágica.
La idea misma de grupo se disfrazó, en estas páginas y en estos años, de tonos en primera persona que convivieron de manera promiscua con las más diversas acciones colectivas. El grupo es una operación concreta: necesita entrar en funcionamiento cada vez y no siempre lo hace del mismo modo. Se arma y se desarma de acuerdo a las discusiones que está dispuesto a asumir o según los viajes que se anima a emprender. El GAC no es un grupo sino un repertorio de formas operativas, que hacen de su plasticidad una puesta en escena a la vez barrial, detallada, intempestiva y colectiva.
Su pensamiento metodológico, como ellas se ocupan de exponer, implica un conjunto de procedimientos donde se reúnen materiales, estrategias y decisiones políticas en una misma voluntad de intervención. Y en este sentido el grupo no es más que el nombre de fantasía o la superficie de una “producción por movilidad”. El movimiento que buscan, detectan y co-producen es lo que pone en marcha cada intervención. Pero también la materia de pensamiento sobre la que planifican y reflexionan. Se mueven y producen sin ofrecer nada a nadie (no brinda servicios “artísticos”) y, simultáneamente, exponiéndose a todos (armando espacio público con otros/as).
De la noción misma de arte se han reído sin fin. Primero fue una treta: se valieron de ella para ser consideradas “inocuas”. Decir que hacían arte era la excusa perfecta para parecer inofensivas. Usaron el arte como se usa un pasaporte falso. Pero más tarde debieron estar alertas: el arte pasó a estar de moda si se lo adjetivaba como político. Entonces, la palabra arte fue una mancha de aceite que se derramaba, una sustancia pegajosa con efecto devastador: la banalización. De lo inocuo a lo banal, el grupo debió pensar y discutir un uso contra las varias ofertas de estrellato.
Hay una clave que se construye como criterio para la propia práctica: la del riesgo. ¿Qué significa una acción arriesgada? Por un lado, el riesgo del azar. Como una forma de escapar al puro cálculo efectista, para enriquecer la intervención con una dimensión nunca del todo planificada. El riesgo de una apertura a lo que acontezca. Y ese riesgo sólo se corre de un modo: estando en la calle.
La calle obliga a imaginar relaciones secretas entre señales viales adulteradas y vecinos que transitan despreocupadamente, cuando son asaltados por una memoria nueva del presente. También permite trazar vínculos arbitrarios: entre soldaditos que caen de las azoteas y un presidente que se escapa por los techos. Y opera entrecruzamientos cargados de violencia: entre falsos funcionarios de inexistentes organismos de control, los desocupados que encarnan la protesta y artistas que exponen en museos.
Si en algún momento, el GAC dijo sentirse suspendido en un “limbo de lenguajes”, sin saber de cuál agarrarse, nosotros arriesgamos la hipótesis de que finalmente han conseguido enloquecer todos los lenguajes que se les ofrecieron. Y ahora sus innovaciones andan sueltas, como marcas virtuales y reales de la ciudad. La estela de la intervención queda estampada en una placa de homenaje hecha con fibrocemento o pegoteada en una plaza que se resiste a las huellas. O en la inmaterialidad del recuerdo de un barrio que terminó expulsando al genocida con el que convivía y que ha dejado señalizada la condena a la impunidad.
2.
¿Qué cosa es un colectivo? ¿Qué sucede cuando la acción pública, o mejor, común (ya que siendo “para todos”, no se ofrece a la administración del estado) se desarrolla precisamente, a partir de colectivos?
Primero vino la llamada crisis de representación, modo ampuloso o académico de nombrar el abandono de una cierta relación con las que, se suponía, eran instituciones “naturales” para procesar nuestro malestar: los partidos, los sindicatos, los museos, el estado. Luego apareció la posibilidad de ceñirnos a las carreras personales, mientras la acción colectiva era orientada hacia las ONGs y los voluntariados de la sociedad civil. Finalmente sobrevino la codificación mediática y la privatización de los estados de ánimos. Pero, ¿qué pasó con la política, es decir con el tratamiento conjunto de estos malestares?
Durante un tiempo hemos hablado de “movimientos sociales” o, más preciso aún, de “nuevos protagonismos sociales”. Algo fugaces tal vez, pero tan efectivos durante la crisis y en la movilización, como agudos a la hora de desplegar terrenos de crítica y problematización. Hemos puesto especial énfasis en interpretar esos nuevos actores como sitios de elaboración de inéditas racionalidades. Quizás sea tiempo de hablar de lo colectivo como aquello que desborda el presente de los colectivos, para abrir el horizonte de sus posibilidades.
¿Qué decir de este ahora y este aquí desde el que hablamos? Para empezar, hay que dar cuenta de cómo el espacio común de los movimientos ha sido fragmentado-subordinado. No es este un asunto fácil de tratar, aún si siempre hemos descreído de la unidad como fundamento del protagonismo político. De hecho, hemos vivido con alegría el carácter plural (en lo organizativo, en los estilos, en las perspectivas) con que emergieron las iniciativas sociales a partir de mediados de los años noventa. Polemizamos cuanto pudimos contra la idea de homogeneizar estas expresiones, a partir de una concepción hegemónica de la acción concertada. Y sostuvimos que en la multiplicidad había fuerzas y lucidez suficientes como para que el trabajo de coordinación se pareciera a un cotejo de riquezas, capaz de síntesis parciales, al calor de un mismo poder destituyente. Hemos sido testigos de hasta qué punto esa multiplicidad producía un espacio político nuevo, habilitando prácticas y puntos de vistas que al circular en tanto singularidades alimentaron de manera compleja al conjunto. Cuando hablamos, ahora, de fragmentación subordinada ya no nos referimos a tal o cual movimiento sino al debilitamiento que sufrió aquella dinámica de politización.
No se trata de repetirnos una vez más, y de volver a hablar de lo mismo, con ese tono de balance que nunca logra hacer una diferencia. Esta vez nos hacemos una pregunta concreta: ¿qué pasa con los “colectivos”, o más precisamente con lo colectivo como instancia de politización y que, contra todo pronóstico, no sólo no ha desaparecido sino que, además, sigue elaborando las coordenadas de una nueva vitalidad de lo común?
Claro que no todo es interesante en los colectivos. Resulta particularmente aburrido y hartante esa carga de grupalismo que no está puesto al servicio de lo propiamente común. Según nuestra experiencia no siempre el grupo es espacio para lo colectivo, especialmente cuando sedimenta como una coordinación de personas ya hechas, con opiniones y sentimientos definidos, con identidades estables.
Pero lo colectivo que aquí estamos nombrando, inspirados por las imágenes que este libro nos devuelve elaboradas, es temporalización, testimonio y registro; fundamento trans-individual que sostiene las voces y los cuerpos, en su esfuerzo por agrupar fuerzas, para ir más allá de lo que somos o fuimos. Lo colectivo existe en la capacidad de inventarse funciones que se despliegan de manera autodeterminada. ¿Qué es esta autodeterminación que siendo libre no es caprichosa, porque supone una convergencia de deseos, una puesta en movimiento de lo social? ¿Qué es lo colectivo cuando no se conforma con la unidad y el consenso, porque prefiere seguir de cerca el intuir laborioso de una energía social que siempre está desplazándose? ¿Cómo obviar hoy esta dimensión de lo colectivo, cuando los relatos vuelven a entrar en disputa y nuevamente se entreabre la necesidad de inventar formas expresivas, ahora abrumados por la complejidad y la caotización semiótica?
Mucho se ha reprochado a los colectivos el carecer de una perspectiva política para institucionalizar la creatividad social. En el momento actual, cuando la tentativa de restablecer el sistema de partidos y el juego de la representación coloca a los movimientos como instancia subordinada y menor (pura portación de demandas), la experiencia del GAC nos recuerda hasta qué punto la profundización del proceso político requiere el relanzamiento de una auténtica democracia de colectivos.
3.
Durante el proceso de construcción de esta publicación fuimos percibiendo con más o menos nitidez la motivación y el sentido que la anima. La primera vez que las amigas del GAC nos hablaron de su idea de libro, sentimos la dificultad que implicaba: “no queremos el registro aséptico de los catálogos artísticos; ni la biografía de un grupo exitoso, con su inevitable tono póstumo; ni el recuento de una hermosa historia de la juventud perdida”.
Hay una “memoria de la potencia” construida a partir de lo vivido en la Argentina de los últimos años, que resiste ser convertida en un pseudónimo más del poder. No se trata de una memoria cándida o inocente, en el sentido de un mero recuerdo. Al mismo tiempo es preciso escapar de toda consagración, por justiciera y bienintencionada que resulte, porque todo intento de ofrecer una herencia a los que vendrán no hace más que reponer el juego de jerarquías generacionales, al instituir nuevos panteones que deberán reverenciados. Lo que nos interesa es el perdurar de ciertas intensidades sensoriales, como un eco que insiste aunque cueste distinguir su sentido, pero que es hábil a la hora de cuestionar el cierre de la experimentación en nombre de la normalidad. Si algo nos recuerda esta persistencia, aunque no ofrezca certezas ni provea señalizaciones claras, es hasta qué punto el mundo es un infinito de percepciones, esencialmente incompleto, eternamente inquietante, donde siempre es posible recomenzar la búsqueda sin necesidad de retroceder, y menos aun en procura de justificaciones.
Es cierto que no resulta sencillo sintonizar esta temporalidad en un cotidiano hecho de inseguridades y patologías, en el que se difunden el pánico y los más variados síntomas de stress, y en el que sólo atinamos a atemperar el tormento con terapias o consumo. Cuando la dimensión colectiva del padecimiento queda anulada, psicologizada o espectacularizada por la difusión del semio-capitalismo, se nos vuelve tarea no acomodarnos en esa tierra de ansiedades y “tiempos de trabajo”. Hay que inventar procedimientos que coloquen en el centro la capacidad contra-performativa de hacer cosas con palabras y con imágenes, para vomitar ese mundo amenazante que la ideología de la inseguridad quiere que introyectemos y para, un paso más, exteriorizar las fabulaciones que nuestras existencias frágiles contienen.
Trabajar con signos, revertir sus relaciones, alterar sus sentidos, es justamente lo que el GAC no ha dejado de enseñarnos en estos años y que hoy constituye una función imprescindible, desde que la totalización abyecta de la mercancía-espectáculo nos configura el horizonte mental y nos sirve de “segunda naturaleza”. Pero la contra-performatividad no es tarea de un grupo, sino función política difusa; construcción de una afectividad disidente que se entreteje más acá de las distinciones entre “arte y política”, en ese lugar común donde hacer es decir, mostrar, incitar, huir, descodificar, elaborar, instituir y dramatizar la existencia colectiva.
Colectivo Situaciones
Buenos Aires, febrero de 2009
1 comentario:
esto si que arte nuevo! si es que aun no lo conoceis, os presento a Zeta, es mi nuevo idolo, me encanta.
Lo he decubierto en :
http://www.youtube.com/watch?v=mWNukcSK060
y tiene dos videos mas :
http://www.youtube.com/watch?v=MvIQih2P2Gw
http://www.youtube.com/watch?v=Tpk7BUqas-k
me encanta su mudica y su idea, me parece genial. que os parece?
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