Quien haya estado medianamente atento se habrá dado cuenta que pese a la importancia de su obra su presencia en la escena local, en los últimos años, ha sido esporádica -por no decir mínima-. E incluso su proyecto Muro, que participó como enviado nacional en la 51º Bienal de Venecia (2005), pudo verse inicialmente solo a través de un pequeño conversatorio, y luego a través de dos exposiciones de recuento colectivo del arte contemporáneo reciente (Urbe&Arte; y Vía Satélite).
Quizá uno puede adjudicar tal ausencia a la dimensión mínima de cada una de sus obras, siempre difícil de asir y mostrar. Pienso en una instalación site-specific como El Paracaidista realizada para La Galería del Escusado en 2003, donde LMB escribía, con un pequeño pincel, una serie de frases con agua sobre la pared, las cuales iban desapareciendo el acto mismo de la escritura -esta pieza, debo confesarlo, es una de mis favoritas, con frases tan extraordinarias como: Bartleby el escribiente repite muchas veces “Preferiría no hacerlo”; Oscar Avilés dice “Lo importante no son las notas que se tocan sino las que se dejan de tocar”; Sentado en una silla frente a una mesa de madera, Marcel Broodthaers escribe un texto en tinta china sobre un cuaderno, mientras llueve y las letras se diluyen conforme las escribe. entre otras-. O su reciente video Dirección (2006), presentado como una pequeña proyección casi al límite del piso con el cual uno tenía que tropezarse en el espacio -presentada en la exposición Tránsito de Imágenes, curada por Jorge Villacorta en el MALI-; o también la serie de pequeños libros titulado Afuera, pieza que LMB realiza desde 2001 y que recién pudo verse este año en Lima en la exposición Tener Lugar [experiencia, acontecimiento, posibilidad] que co-curamos con Sharon Lerner en el Centro Fundación Telefónica.
Por todo ello me place anunciar este retorno a las salas de exhibición de LMB con 'Viaje a las Islas Hormigas', un proyecto de video instalación elaborando durante el último año, y que he tenido la suerte de acompañar como curador desde su inicio. La exposición se inaugura mañana sábado 15 de noviembre a las 5:30 p.m. en la galería [e]Star (Belén 1044 Cercado de Lima, prolongación del Jirón de la Unión, a media cuadra de la Plaza San Martín; por la escalera al quinto piso)
Ya el año pasado escribí para una revista local un texto preliminar sobre su trabajo, así que ahora reproduzco un fragmento que puede servir como mínima introducción a su obra [el texto completo puede verse aquí].
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La obra de Luz María Bedoya es un constante y sutil ejercicio de sustracción. La ilusión invertida de aquel anhelo moderno donde todo puede ser acopiado, adicionado, excedido, exacerbado. Una dispersión continua de pequeños silencios y ausencias allí donde la fascinación actual del desbordamiento intenta permanentemente hacer más visible lo visible.
Todo discurso se encuentra, en su trabajo, desplazado: una accidentalidad que no tiene nada que afirmar, un sentido que (no) es nada, una escasez sin materia, una presencia que ha dejado de serlo. Ante la demasía de imágenes y contenidos, la obra de LMB señala el tenue borde de aquello que ha desaparecido, que desafía la realidad y que nos arrastra al vacío entre las cosas. Un vacío sin desciframiento.
Su trabajo, habitualmente desarrollado desde la fotografía, el video, el dibujo y la acción, parece también estar constantemente marcado por el desgaste, la pérdida y la disolución, desestabilizando certezas sobre la función del lenguaje, sus formas de circulación, su presencia material y acción comunicativa. Una puesta en crisis constante de las convenciones que nos permiten habitar en un mundo lleno de sentidos asignados.
Pero la obra de LMB no es una acumulación de objetos consumados, y sí en cambio una particular condensación de procesos sin un fin o límite visible. Sus proyectos nacen de lo transitorio para dejar vestigios materiales cuyo destino es siempre incierto. Desde un pequeño papel arrugado insertado en alguna pared de la calle, volantes repartidos en medio de la ciudad, filmaciones mínimas de pequeños acontecimientos, o un libro sin posibles rastros de pertenencia o autoría: cada elemento se convierte en un rastro de lo imperceptible, de aquello que creemos asir pero que a cada paso nuestro retrocede sobre las coordenadas de su mismo espacio.[1]
[1] “al desierto no se puede entrar. El desierto es puro afuera” dice Mario Montalbetti en relación a la serie de fotografías punto ciego de LMB. “Es como si un ser tridimensional entrara en un espacio bidimensional. Si nos acercáramos, la niña del km 948 N y su perro retrocederían hacia el fondo con cada paso nuestro”. En: Punto Ciego, Catálogo de exhibición, Lima, octubre 1997.
[imagen 1: invitación a la exposición 'Viaje a las Islas Hormiga' / imagen 2: Luz María Bedoya, Caminatas de 20 segundos (1), still de video, Dublín, 2002]
2 comentarios:
espero ver por ahi a mi gran amigo RQ. RQ tu sabes quien eres.
[Augusto del Valle] En lo que me quedé pensando fue si el piso de e(S)tar era o no un "espacio de representación". Pues si lo era ¿que fue lo que se representaba". Estábamos un grupo de gente interactuando, conversando o tomando cerveza. La proyección sobre un soporte reversible, de una imagen elemental que es mejor verla a describirla daba contexto y la hora también (cerca a la caida del sol), pero los pequeños cuadernillos de papel periódico y del tamaño de hoja doblada de A4, fue lo que mas me gustó. No pude escuchar el dispositivo especialmente preparado como background sonoro, alguién que me ganó, me miraba con sorpresa. Pero me llevé dos cuadernillos y ya he "intervenido" uno de ellos, como en una suerte de diálogo imposible con el silencio. Naturalemente, en este caso, al contrario que en Punto Ciego, en el que el perro o la niña podían "retroceder", aqui las letras se comportan menos figurativamente.
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