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Toda una 'performance' de premio
La artista donostiarra Esther Ferrer gana el Nacional de Artes Plásticas por su trayectoria en el ámbito del arte de acción y su presencia internacional
por: Isabel Lafont
El arte puede ser tan efímero que no deje huella. Es el caso de muchas de las performances que Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) realizó en las décadas de los sesenta y setenta. "De esa época tengo poquísimo material. Y no me importa nada", dijo ayer la artista desde París, donde reside desde más de tres décadas, horas después de saber que el Ministerio de Cultura le había concedido el Premio Nacional de Artes Plásticas por "su relevante trayectoria artística, especialmente en la performance". El galardón, dotado con 30.000 euros, premia "su fidelidad en este ámbito", que ha tenido "especial incidencia en generaciones más jóvenes a partir de su actividad pedagógica". También valora "su continuada presencia internacional".
Ferrer, que estudió Periodismo y pertenece a la primera promoción de asistentes sociales de España, se define "autodidacta" como creadora. "Yo no decidí ser artista. Desde que recuerdo siempre me interesó el arte en general, la música, la pintura, todo". Pero, ¿por qué decidió Ferrer convertirse en artista de performance? Un día de 1967, por mediación del artista José Antonio Sistiaga, conoció al grupo de artistas de vanguardia ZAJ, que había sido fundado tres años antes por Ramón Barce, Juan Hidalgo y Walter Marchetti. Un colectivo que trabajaba la performance y que suscitó la desconfianza de las autoridades franquistas de la época.
Su filosofía era un eco de la de Fluxus, el movimiento internacional creado por George Maciunas en 1962 y que reunió a artistas, músicos y performers que se inspiraban en los principios dadaístas y en la estela de Marcel Duchamp. Ferrer siempre cita al músico John Cage como otra de sus grandes referencias. Su aspiración, como la de los artistas de su generación que comulgaron con todas esas influencias, era el arte por el arte, libre de ataduras políticas, institucionales e incluso de las de la propia tradición artística.
Esa autonomía, espejo de un espíritu anárquico que aún hoy en día reivindica -"felizmente"- Ferrer, supuso que durante mucho tiempo no pudo vivir de su arte: "Yo he tenido que ganarme la vida traduciendo o escribiendo colaboraciones en medios como EL PAÍS o en revistas como Lápiz", señala. Confiesa que también pintó muchas paredes en París, pero como "pintora de brocha gorda". "Yo produzco relativamente poco y no me gusta exponer, me gusta más trabajar en mi taller y, además, la performance no da dinero. Durante mucho tiempo mi trabajo me costaba más de lo que me generaba".
Muchos artistas de performance guardan registros de vídeo o fotográficos de sus acciones, un material que luego sale al mercado como un subproducto que contribuye a redondear los ingresos del artista. No es el caso de Ferrer: "Los artistas americanos y alemanes de mi época ya documentaban sus performances, pero nosotros vivíamos en una cultura pobre y no había nadie para hacer la foto". La artista puntualiza que no tiene nada en contra de ellos, sino de los que buscan directamente la foto y olvidan su "responsabilidad" como artistas.
La performance, en palabras de Ferrer, es el arte que combina el tiempo y el espacio con la presencia de un público que no es un mero espectador, sino que también participa en la acción. "Una performance es una situación polimorfa que se crea en un momento dado, que empieza y nunca se sabe cómo se va a desarrollar".
En los últimos años, la escena artística ha visto un resurgimiento de esta forma de expresión. Pero en los sesenta y setenta, la performance tenía una enorme carga crítica, reivindicativa. ¿Queda espacio para ello en la actualidad? "Los tiempos han cambiado y esta sociedad tiene una capacidad tremenda para institucionalizar las cosas y eliminar su capacidad subversiva. Pero sigue habiendo espacio para la transgresión. El hecho de que hagas una performance en una institución no significa que uno se venda porque siempre puedes sobrepasar los límites que te imponga", asegura. "Vivimos en democracias con muchas comillas pero cada vez estamos más adormecidos. Antes sabíamos dónde estaba el enemigo. Ahora todo es más confuso, más frágil, la gente tiene más angustia por subsistir y lo único que quieren es seguridad. Y eso es muy peligroso".
Ahora, Ferrer ha aparcado por un tiempo sus performances y trabaja en su próximo proyecto, una exposición que presentará en la galería Lara Vincy, de París, en la que -se resiste a revelar más detalles- mostrará "trabajo plástico", antiguo y reciente.
[imagen 1: Esther Ferrer, Eurorretrato / imagen 2: Esther Ferrer, Íntimo y personal, acción, 1975]
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