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El viejo arte nuevo
Por Diego Otero
Luis Arias Vera es un nombre importante y poco conocido en las artes visuales del país. Su obra, que irrumpe a mediados de los años sesenta como una fuerza renovadora, es parte esencial del grupo Arte nuevo y se nutre (entonces) del pop y de las radicales experimentaciones que se realizaban desde fines de la década anterior en Europa y Estados Unidos. Hoy, con casi cincuenta exposiciones individuales alrededor del mundo, Arias Vera realiza una pintura antagónica a la de sus inicios, vinculada a ciertos mitos y grafías del mundo precolombino.
-Usted se formó como artista en Argentina.
Estudié en Buenos Aires y me vinculé a las vanguardias artísticas de ahí, digamos. Conocí a Jorge Romero Brest, el director del Instituto diTella, y trabajé al costado de gente como Marta Minujin o Carlos Squirru. En realidad me fui de San Pedro Lloc, que es donde nací, a Buenos Aires, por tren, en un viaje de once días.
-Cómo así vuelve al Perú. ¿Llega con la idea de llevar a cabo lo aprendido en Argentina?
En realidad no. Yo me había ido a Brasil, para trabajar en un mural muy grande en la playa Leme, en Rio. Una vez ahí participé en un concurso de mural convocado por el estado de Guanabara, y resulté ganador. Pero no se pudo hacer efectivo el premio porque yo no era brasileño, y eso estipulaban las bases, que el ganador debía ser brasileño. De tal forma que me dieron el dinero pero no me permitieron realizar la obra. Y como sintieron el enojo, me llamaron y me dijeron: 'hemos visto tu CV, y hemos notado que nunca has expuesto en Lima. ¿Qué te parece si te organizamos una individual en el Instituto de Estudios Brasileños, y cubrimos todos los gastos? Así fue que vine a Lima, a fines de 1964.
-¿Cómo así decidió quedarse en Lima?
En realidad ni siquiera llegué a utilizar el pasaje de regreso a Rio, porque la noche que inauguré mi exposición conocí a Emilio Hernández y a Jaime Dávila, y a los pocos meses formamos el grupo Señal. Ellos necesitaban un espacio para desarrollarse, porque, según me decían, la Escuela de Bellas Artes los estaba amordazando. El problema es que habían recibido una impecable formación técnica, pero no se sentían en libertad, ni en posibilidades de salir de los esquemas impartidos por los profesores.
-Luego vendría una especie de "madurez" experimental a través de Arte Nuevo, el grupo que formaron al poco tiempo, en 1966.
Con Arte nuevo lo que se hizo fue insistir en el arte como una fuerza capaz de generar estímulos críticos y cuestionadores en el espectador. En ese momento el espectador de artes visuales en Lima era muy pasivo, se plantaba ante las obras solo para recibir un estándar de belleza, digamos. Lo que nosotros queríamos era, básicamente, que la gente mirara las obras y se hiciera preguntas; preguntas sobre sí mismos, sobre sus opciones políticas o sociales, pero también sobre su vida cotidiana.
-¿Arte Nuevo se disuelve porque los integrantes del grupo empiezan a emigrar? ¿Qué pasó exactamente?
Lamentablemente sí, eso pasó. Yo gané la primera beca que creó la Fundación para las artes; una propuesta abocada a estimular a los artistas jóvenes que fue concebida por Hermann Braun y un grupo de otros pintores. Me fui a Nueva York. Ahí conocí a Rauschenberg, a Frank Stella y a otros artistas que estaban en el pico de su trayectoria. Y es curioso, pero yo noté en ese momento que estos artistas se sintieron muy atraídos por la singular cultura contemporánea peruana; les parecía enigmática y magnética. El caso es que al final algunos otros también emigraron -Gloria Gómez Sánchez se fue a Buenos Aires, Teresa Burga a Chicago- y el grupo no pudo sostenerse, y fue una pena porque creo que hubiera sido importante insistir unos cuatro o cinco años más en una idea del arte más libre, más abierta y crítica.
-Durante la década del setenta usted dejó de pintar y estuvo vinculado a programas de promoción cultural. ¿Cómo así volvió a la pintura, y qué lo llevó a esa completa reorientación de su trabajo? Porque esta muestra de sus últimos veinte años es un juego pictórico plagado de referencias precolombinas.
Yo estuve trabajando para el INRE, el Instituto Nacional de Recreación y educación física. Yo me dediqué a viajar por diversas zonas del ande programando talleres de arte o muestras de cine. En esa época vi cómo reaccionaban ante las imágenes de una película personas de setenta años que nunca habían visto cine. Lloraban de la emoción, era impresionante. Luego de un tiempo, a mediados de los ochenta, volví a pintar, pero a partir de entonces muy influido por el mundo de la sierra. Ahí, después de todo, había conocido la cultura de los danzaq, ahí había conocido a Máximo Damián, en fin; toda una cultura valiosísima, que tiene todavía mucho que ofrecer.
BLUE REVÓLVER
Revólver es el nombre de una nueva galería de arte en Lima, estrenada el 28 de junio último, con la muestra Blue Pieces, de Jerry Martin. Que se abra una nueva galería es, bajo cualquier perspectiva, una buena noticia. Y Revólver luce un espacio atractivo, en el corazón de Miraflores (Recavarren y José Gálvez), y apuesta -al menos como programa- por un catálogo manejable (menos de diez artistas), con propuestas de riesgo y de rigor. No sabemos qué sucederá en el futuro con la galería, pero Blue Pieces, la muestra de Jerry Martin, es una inmejorable carta de presentación. Se trata de un complejo trabajo sobre las ideas de traducción e identidad en el mundo contemporáneo. Desplegado en varios soportes, que operan a manera de hitos, Blue Pieces es un proyecto conceptual que parte de una singular utilización del dibujo: con una vieja máquina de escribir Remington, Martin copia de manera realista una serie de piezas clave del arte desarrollado entre 1960 y 1975 (trabajos de Duchamp, Beuys y Ono, entre los más a la mano), solo que la tipografía que funciona como material pictórico es en realidad un texto crítico que asedia o alude de alguna manera a las obras citadas. Así, gracias a ese extraño proceso de mixtura, Martin dibuja, confronta y discute conceptos como 'obra' y 'lectura'. Blue Pieces son completa con un video que sugiere, de manera irónica, cuánto hay de orgánico o de inmediato en la problemática de la traducción -de una frase, de un gesto o de lo que sea; y con un 'libro' en el que se han impreso, sobre transparencias, todos los textos que han servido de materia prima y de referente a la vez. Martin lo cierra todo con un comentario mordaz: la misma encuadernación de transparencias imposibilita la lectura de los textos. Blue Pieces es una muestra exigente pero imperdible.
[imagen: Luis Arias Vera, sobre #3, 1966, colección del Museo de Arte de Lima]
2 comentarios:
Bien por los dos artistas, Arias Vera ya un saurio del arte y Martin más que una promesa. Pero escribo sólo para recordar que hace exactamente 47 años murió Sérvulo Gutierrez, irrepetible genio de la pintura peruana. Ojalá los jóvenes relacionados de algún modo con el arte en el país nos acordemos de él para los cincuenta años y no lo obviemos escandalosamente como sucedió este año con Sabogal. Éxitos.
hola iván, gracias por el aviso! es cierto, es importante tener en cuenta estas situaciones a fin de que permitan reconsiderar críticamente la construcción de la historia reciente. gracias por tu comentario, saludos.
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