sábado, setiembre 15, 2007
Estambul: entre el activismo y el elitismo.
Hoy en el suplemento Babelia del diario El País aparece un comentario de Roberta Bosco sobre la reciente Bienal de Estambul, curada por Hou Hanru.
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Estambul: entre el activismo y el elitismo
por: Roberta Bosco
La X Bienal de Estambul apuesta por el arte comprometido y una propuesta expositiva radical. "Vivimos en tiempo de guerras globales", afirma su comisario, el chino Hou Hanru, y de ahí extrae el lema de la muestra. Las exposiciones se han alejado de los emplazamientos históricos para descubrir los interiores de edificios decadentes, símbolos de la utopía laica y progresista turca.
Han pasado veinte años y diez ediciones desde que Estambul se convirtiera en la decana de las bienales periféricas. Para celebrar la efeméride, la Fundación para el Arte y la Cultura de Estambul, que gestiona el evento, ha elegido como comisario al chino afincado desde hace años en París, Hou Hanru (Pekín, 1963), quien tras una meteórica trayectoria ya se ha consolidado como el principal enlace entre la escena artística oriental y Occidente. Su propuesta, titulada No sólo posible sino también necesario: optimismo en la era de la guerra global, es sólida y bien estructurada, con las obras adecuadas para impulsar una reflexión sobre la crisis del modelo político, económico y social occidental y los retos que aguardan los países emergentes. Hanru apuesta por artistas social y políticamente comprometidos, que han conseguido despojarse de los aspectos más autocomplacientes y autocompasivos para plantear su crítica y sus reivindicaciones, desde una perspectiva irónica, lúdica e incluso optimista, lo cual -como bien se afirma en el título- no sólo es posible sino también necesario.
Con este espíritu, el chino Xu Zhen expone fotos, vídeos y materiales varios de su empresa imposible en la cumbre del Everest junto con la punta de la montaña que afirma haber cortado; Alexandre Périgot convierte la problemática geografía de Europa del Este en una serie de plataformas rodantes que dificultan el paso del visitante, y Taiyo Kimura crea un conjunto de relojes cuyas agujas se rozan haciéndose perder tiempo recíprocamente.
Siguiendo la senda marcada por sus inmediatos antecesores, Vasif Kortum y Charles Esche, también Hanru ha rechazado los míticos espacios históricos, memoria del esplendor del Imperio Otomano, como Santa Sofía y la Cisterna Yerebatan, que dieron a conocer la bienal en el mundo y crearon una serie de imágenes icónicas capaces de perdurar tanto en la memoria de quienes las vivieron como en el imaginario colectivo. Sin embargo, mientras que en la anterior edición se utilizaron espacios cotidianos y anónimos, para "reexaminar las promesas de la modernidad", Hanru ha elegido los edificios más emblemáticos de la revolución laica, impulsada por Mustafa Kemal Ataturk, el primer presidente de la republica turca, que intentó implementar un estado moderno y progresista, capaz de constituir una alternativa de equilibrio entre la codicia de Occidente y las reivindicaciones del mundo islámico.
La sinergia entre el concepto, las obras y los espacios resulta especialmente lograda, empezando por la exposición Burn it or not?, en la que 15 artistas reflexionan sobre las relaciones entre arquitectura, sociedad y poder político y económico, emplazada en el Centro Cultural Ataturk, un gigantesco edificio en el corazón de la ciudad nueva, reconstruido con muchos esfuerzos tras un incendio en los años setenta, que actualmente se enfrenta a un debate sobre su posible demolición.
Antrepo, un almacén portuario ya utilizado en anteriores bienales, acoge Entre Polis, la exposición principal que reúne una cincuentena de artistas, incluidos los españoles (todos con vídeos): Cristina Lucas, Fernando Sánchez Castillo, Democracia (Pablo España e Iván López) y Ramón Mateos, estos últimos ex miembros del colectivo El Perro. En una estructura elevada del fantasmal edificio, sólo durante las noches de los fines de semana, se abre Dream House, que reúne una docena de obras centradas en la diferente percepción nocturna de la realidad. Finalmente, en el IMÇ (Istanbul Textile Traders Market), un enorme y decadente bazar de la década de 1950, formado por un millar de pequeñas tiendas, se ubican los proyectos vinculados a temas de micro y macroeconomía de la exposición World Factory.
Si el inconveniente de los espacios históricos podía ser su excesivo protagonismo, en este caso los problemas son otros. Los monumentales vitrales del centro Ataturk hacen prácticamente imposible ver sin molestos reflejos las fotos que relatan historias de otros edificios construidos con las mismas premisas conceptuales, como la Biblioteca de París de Nina Fischer y El Sani, el Hotel Rossija de Moscú de Markus Krottendorfer, el Bundestag de Berlín de Aleksander Komarov, los campus universitarios americanos de Nancy Davenport y los escalofriantes barrios fantasma de Gyumry en Armenia, abandonados a medio reconstruir tras el terremoto de 1988, inmortalizados por Vahram Aghasyan. Por otro lado, la decadencia del IMÇ y su emplazamiento laberíntico hacen que las obras, situadas en tiendas vacías, se pierdan en el maremagno de estímulos visuales y sonoros del propio lugar.
Los visitantes, ya de por sí poco numerosos, son suficientemente ajetreados para involucrarse en propuestas que requieren cierto tiempo y atención, como los relatos con palabras que se suceden a ritmo de música de los vídeos de Young-Hae Chang Heavy Industries o el proyecto del filipino Lordy Rodríguez, que relaciona los flujos de inmigrantes con la práctica del outsourcing (dislocación de encargos de trabajos a bajo coste en países donde la mano de obra es más barata). Contra quién está, resulta claro; pero, ¿para quién es la bienal? A veces la propuesta de Hanru es tan radical que parece más una declaración de intenciones hacia el mundo del arte que el reflejo de una real voluntad de acercar el arte a la gente.
El rechazo del recurso expositivo sofisticado se refleja también en el montaje más museal, el de Antrepo, donde varios vídeos, como el de Fernando Sánchez Castillo adolecen de la falta de suficiente oscuridad y de alguna clase de asiento para que el público pueda disfrutarlos tranquilamente.
La menor presencia de proyectos concebidos especialmente para la ocasión no molesta e incluso resulta un acto de humildad por parte de un colectivo que a menudo -tras una breve estancia- tiene la presunción de poder analizar, explicar e incluso arreglar situaciones tan complejas y cambiantes como es la de Turquía, aún más tras la elección de Abdulá Gül, el primer presidente islamista en la historia de la república. Una de las ventajas del mundo globalizado reside precisamente en la posibilidad de compartir problemas, críticas y retos, e imágenes como la destrucción de chabolas del proyecto de Democracia, de los jóvenes combatientes de los rusos AES+F, o del minarete de Santa Sofía convertido en misil, resultan fácilmente entendibles desde diversas perspectivas y a diversas latitudes.
Más allá de toda consideración, queda una propuesta valiente, consistente y bien articulada y una bienal que no traiciona su objetivo primordial de ser un laboratorio para estrategias innovadoras, ajenas a los paradigmas del sistema comercial. Estambul se reconfirma como una ciudad extraordinaria y su bienal como un evento de referencia que no decepciona: ambas siempre merecen el viaje.
X Bienal de Estambul. Hasta el 4 de noviembre. www.iksv.org/bienal10/index.html
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Estambul: entre el activismo y el elitismo
por: Roberta Bosco
La X Bienal de Estambul apuesta por el arte comprometido y una propuesta expositiva radical. "Vivimos en tiempo de guerras globales", afirma su comisario, el chino Hou Hanru, y de ahí extrae el lema de la muestra. Las exposiciones se han alejado de los emplazamientos históricos para descubrir los interiores de edificios decadentes, símbolos de la utopía laica y progresista turca.
Han pasado veinte años y diez ediciones desde que Estambul se convirtiera en la decana de las bienales periféricas. Para celebrar la efeméride, la Fundación para el Arte y la Cultura de Estambul, que gestiona el evento, ha elegido como comisario al chino afincado desde hace años en París, Hou Hanru (Pekín, 1963), quien tras una meteórica trayectoria ya se ha consolidado como el principal enlace entre la escena artística oriental y Occidente. Su propuesta, titulada No sólo posible sino también necesario: optimismo en la era de la guerra global, es sólida y bien estructurada, con las obras adecuadas para impulsar una reflexión sobre la crisis del modelo político, económico y social occidental y los retos que aguardan los países emergentes. Hanru apuesta por artistas social y políticamente comprometidos, que han conseguido despojarse de los aspectos más autocomplacientes y autocompasivos para plantear su crítica y sus reivindicaciones, desde una perspectiva irónica, lúdica e incluso optimista, lo cual -como bien se afirma en el título- no sólo es posible sino también necesario.
Con este espíritu, el chino Xu Zhen expone fotos, vídeos y materiales varios de su empresa imposible en la cumbre del Everest junto con la punta de la montaña que afirma haber cortado; Alexandre Périgot convierte la problemática geografía de Europa del Este en una serie de plataformas rodantes que dificultan el paso del visitante, y Taiyo Kimura crea un conjunto de relojes cuyas agujas se rozan haciéndose perder tiempo recíprocamente.
Siguiendo la senda marcada por sus inmediatos antecesores, Vasif Kortum y Charles Esche, también Hanru ha rechazado los míticos espacios históricos, memoria del esplendor del Imperio Otomano, como Santa Sofía y la Cisterna Yerebatan, que dieron a conocer la bienal en el mundo y crearon una serie de imágenes icónicas capaces de perdurar tanto en la memoria de quienes las vivieron como en el imaginario colectivo. Sin embargo, mientras que en la anterior edición se utilizaron espacios cotidianos y anónimos, para "reexaminar las promesas de la modernidad", Hanru ha elegido los edificios más emblemáticos de la revolución laica, impulsada por Mustafa Kemal Ataturk, el primer presidente de la republica turca, que intentó implementar un estado moderno y progresista, capaz de constituir una alternativa de equilibrio entre la codicia de Occidente y las reivindicaciones del mundo islámico.
La sinergia entre el concepto, las obras y los espacios resulta especialmente lograda, empezando por la exposición Burn it or not?, en la que 15 artistas reflexionan sobre las relaciones entre arquitectura, sociedad y poder político y económico, emplazada en el Centro Cultural Ataturk, un gigantesco edificio en el corazón de la ciudad nueva, reconstruido con muchos esfuerzos tras un incendio en los años setenta, que actualmente se enfrenta a un debate sobre su posible demolición.
Antrepo, un almacén portuario ya utilizado en anteriores bienales, acoge Entre Polis, la exposición principal que reúne una cincuentena de artistas, incluidos los españoles (todos con vídeos): Cristina Lucas, Fernando Sánchez Castillo, Democracia (Pablo España e Iván López) y Ramón Mateos, estos últimos ex miembros del colectivo El Perro. En una estructura elevada del fantasmal edificio, sólo durante las noches de los fines de semana, se abre Dream House, que reúne una docena de obras centradas en la diferente percepción nocturna de la realidad. Finalmente, en el IMÇ (Istanbul Textile Traders Market), un enorme y decadente bazar de la década de 1950, formado por un millar de pequeñas tiendas, se ubican los proyectos vinculados a temas de micro y macroeconomía de la exposición World Factory.
Si el inconveniente de los espacios históricos podía ser su excesivo protagonismo, en este caso los problemas son otros. Los monumentales vitrales del centro Ataturk hacen prácticamente imposible ver sin molestos reflejos las fotos que relatan historias de otros edificios construidos con las mismas premisas conceptuales, como la Biblioteca de París de Nina Fischer y El Sani, el Hotel Rossija de Moscú de Markus Krottendorfer, el Bundestag de Berlín de Aleksander Komarov, los campus universitarios americanos de Nancy Davenport y los escalofriantes barrios fantasma de Gyumry en Armenia, abandonados a medio reconstruir tras el terremoto de 1988, inmortalizados por Vahram Aghasyan. Por otro lado, la decadencia del IMÇ y su emplazamiento laberíntico hacen que las obras, situadas en tiendas vacías, se pierdan en el maremagno de estímulos visuales y sonoros del propio lugar.
Los visitantes, ya de por sí poco numerosos, son suficientemente ajetreados para involucrarse en propuestas que requieren cierto tiempo y atención, como los relatos con palabras que se suceden a ritmo de música de los vídeos de Young-Hae Chang Heavy Industries o el proyecto del filipino Lordy Rodríguez, que relaciona los flujos de inmigrantes con la práctica del outsourcing (dislocación de encargos de trabajos a bajo coste en países donde la mano de obra es más barata). Contra quién está, resulta claro; pero, ¿para quién es la bienal? A veces la propuesta de Hanru es tan radical que parece más una declaración de intenciones hacia el mundo del arte que el reflejo de una real voluntad de acercar el arte a la gente.
El rechazo del recurso expositivo sofisticado se refleja también en el montaje más museal, el de Antrepo, donde varios vídeos, como el de Fernando Sánchez Castillo adolecen de la falta de suficiente oscuridad y de alguna clase de asiento para que el público pueda disfrutarlos tranquilamente.
La menor presencia de proyectos concebidos especialmente para la ocasión no molesta e incluso resulta un acto de humildad por parte de un colectivo que a menudo -tras una breve estancia- tiene la presunción de poder analizar, explicar e incluso arreglar situaciones tan complejas y cambiantes como es la de Turquía, aún más tras la elección de Abdulá Gül, el primer presidente islamista en la historia de la república. Una de las ventajas del mundo globalizado reside precisamente en la posibilidad de compartir problemas, críticas y retos, e imágenes como la destrucción de chabolas del proyecto de Democracia, de los jóvenes combatientes de los rusos AES+F, o del minarete de Santa Sofía convertido en misil, resultan fácilmente entendibles desde diversas perspectivas y a diversas latitudes.
Más allá de toda consideración, queda una propuesta valiente, consistente y bien articulada y una bienal que no traiciona su objetivo primordial de ser un laboratorio para estrategias innovadoras, ajenas a los paradigmas del sistema comercial. Estambul se reconfirma como una ciudad extraordinaria y su bienal como un evento de referencia que no decepciona: ambas siempre merecen el viaje.
X Bienal de Estambul. Hasta el 4 de noviembre. www.iksv.org/bienal10/index.html
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