Sin embargo aún tengo la inquietud. No puedo evitar mi fascinación por el minimalismo, sobre todo por aquel que es muy conciente de su ubicación cultural e histórica, que es capaz de revertirla, desestabilizarla, ironizarla. Pensé entonces que probablemente termine haciendo una exposición similar en otro contexto, con otras intenciones y bajo otra perspectiva. Pero la pregunta que tuve entonces en la cabeza era ‘por qué’.
La conversación derivaba de una cosa a otra. Pensábamos sobre el devenir de la escena plástica local, sobre el Museo de Arte de Lima, sobre las cosas que están permitiendo reevaluar situaciones. Sobre que este año van cinco años del I Simposio sobre la escultura peruana del Siglo XX, en homenaje a la escultora Anna Maccagno, y que no ha vuelto a existir asomo de querer repetir la experiencia. Qué lamentable y qué evidente se hace la displicencia mental de las personas que dirigen la Facultad de Artes de la Universidad Católica!!! No puedo sino lamentar tanta desidia para articular un pensamiento.
Y dialogábamos también sobre los modos de cubrir vacíos. Para mí uno de las únicas formas tiene que ver con fortalecer proyectos e investigaciones. Y Jorge me preguntaba si consideraba si tal o cual persona podría estar interesada en investigar, al mismo tiempo que me confesaba que él ya no quería mirar más hacia atrás, que sentía que estaba en un momento donde quería ver solo hacia delante. Que sentía que había realizado demasiados trabajos del tipo histórico, y muchos de ellos por encargo, que casi lo habían agotado: las posibilidades curatoriales para él estaban ya en otro ámbito. Escucharlo me hizo recordar que una de las críticas que yo siempre le he planteado a Jorge -como curador- tiene que ver con aquellas elecciones que hizo, tanto en los años noventa e incluso a inicios de esta nueva década, al optar o aceptar realizar determinada exposición. Y ahora mientras lo escuchaba comentar sobre cada una de aquellas exposiciones históricas (la de Tsuchiya, la de Revilla, la de Llona, la de Humareda, la de Casari, etc.) reevaluando a la distancia sus decisiones acertadas e inciertas, pensaba mucho sobre mi propio trabajo. Y pensaba que si bien Jorge apostaba ahora por mirar íntegramente hacia lo que viene, yo quisiera intentar modificar el presente mirando hacia atrás. Quisiera volver sobre los pasos andados y evaluar los acentos en la historia, los cuales me parecen a veces tan mal puestos, tan cómodos y poco críticos, que dan ganas de tirar toda la estructura abajo y poder mirar las cosas desde cero.
Y pensaba además que en muchos años quisiera mirar hacia atrás y al ver la lista de cosas hechas sentir que hice solo las imprescindibles. Aquellas que desde mi absoluta convicción sentía que necesitaban ser impostergablemente dichas. Pero únicamente las necesarias.
Me alegraba también oír decir todo eso a Jorge porque siempre he estado convencido de que esos proyectos suyos, los personales, son los que me han marcado de manera decisiva. Para él, quien tenía ya la carga de haber realizado tantas muestras por encargo durante varios años, hacer Cubo Blanco Flexi-Time (Sala Luis Miró Quesada Garland, feb. 2004) fue tal vez la válvula de escape más precisa para plantear de manera honesta y directa quién era, donde estaba parado y qué le interesaba del arte peruano contemporáneo. Y para mí ver esa exposición, a mis 20 años, fue entender la curaduría como un espacio de riesgo absoluto, donde las apuestas debían correrse al máximo, sin concesiones, sin indulgencias, sin remordimientos. Donde no había límites posibles ni márgenes infranqueables. Ese espacio que se convirtió para mí en la mejor exhibición de arte local que haya presenciado y la oportunidad única de entender qué era exactamente aquello que querría hacer en adelante con el arte.
Pero a veces uno no es ni tan conciente de sus ecos. Yo recuerdo haber ido a esa misma sala durante el año final de mi secundaria. Y cuando se realizó Terreno de Experiencia 1 -diseñado por Cécile Zoonens, David Mutal y J.V.- yo pasé también por aquel lugar aunque tal vez sin comprender demasiado. Sus diez días de duración fueron suficientes para dejar una marca indisoluble en aquellos que pudieron presenciarlo y disfrutarlo –no por gusto muchos de los primeros comentarios que recibí, luego de que nos nombraran como nuevo equipo de dirección, fue exigir una segunda parte-. Su duración total, del 18 al 28 de octubre de 2000, marcaba también el momento en que yo dejaba de tener 16 para cumplir 17 años. Y aunque lo olvidé por un par de años, la posibilidad de recordar aquella experiencia a través de testimonios, notas e imágenes, me hacen pensar y entender cuan determinante se puede volver para una generación toda una situación o una orientación curatorial bien marcada.
Mi formación es en gran parte aquella experiencia directa. A Jorge le debo esa oportunidad tan grande que me ha dado para compartir de forma tan personal sus aciertos como sus errores, ponerlos en perspectiva, plantear paralelos y problematizar sus salidas. Eso definitivamente marca el convencimiento actual que tengo sobre el ejercicio curatorial y las necesidades de ser preciso con cada movimiento, con cada palabra, con cada decisión. Y si bien median casi 25 años entre nosotros es definitivamente reconfortante saber que aunque estemos mirando espacios temporales distintos, desde intereses también distintos, la voluntad de entrar e interferir críticamente en el presente sigue siendo la misma.
2 comentarios:
Me ha gustado tu post Miguel. Un abrazo.
Gracias Max, a mi me gustó mucho escribirlo.
un abrazo, m.
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