lunes, junio 18, 2007

Una Bienal sin riesgo

Salon Kritik publica algunos artículos en torno a la Bienal de Venecia, comisariada por Robert Storr. Cuelgo dos textos seguidos, que se complementan con las entrevistas al curador de la bienal publicadas aquí.
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Venecia. Una Bienal sin riesgo
por: Pilar RIBAL

Originalmente en
EL CULTURAL.es

Propagándose en nuevas sedes y en eventos colaterales en los que caben desde cenas hasta el más variado repertorio de exposiciones, ferias de arte e incluso presentaciones espontáneas, Venecia ha vuelto a soñarse a sí misma en el espejo multicolor de la Bienal. Este año brillan con más fuerza que nunca artistas ausentes durante mucho tiempo de esta cita estrella, como Giovanni Anselmo y Giuseppe Penone, uno de los nombres que más se repite entre bastidores. Su impresionante instalación escultórica en el recuperado Pabellón Italia (que comparte con el joven enfant terrible italiano Francesco Vezzoli) avala la actual potencia creadora de uno de los padres del Arte Povera. África, un continente entero injertado entre los muros industriales del Arsenale merced a la cesión de una colección no exenta de polémica y con la presencia significativa de Miquel Barceló como un artista africano más. Las incorporaciones de Turquía, Líbano o México –con el As en la manga de Rafael Lozano-Hemmer–, las participaciones de los ya fallecidos Jason Roades –en el Arsenale– y de Félix González-Torres –en el pabellón de Estados Unidos– o la concesión del León de Oro al malinés Sibidé Malick, se comenta en los pasillos, en los jardines, en las terrazas.

Tres mujeres, Sophie Calle –sin duda una de las mejores propuestas nacionales–, en el Pabellón de Francia, Tracey Emin –con sus sugerentes e intimistas dibujos matizados por frases de alcoba– en el de Gran Bretaña e Isa Genzken –menos afortunada en el montaje de su proyecto– en el de Alemania, son las que generan más largas esperas. Junto a éstos, el nombre de la checa Irena Juzová, con una cuidada instalación surgida en torno a la sutileza escultórica de un cuerpo moldeado en cera, el de la polaca Monika Sosnowska y el de la finlandesa Maaria Wirkkala, merecen tenerse en cuenta. Entre otras muchas propuestas nacionales, los envolventes grandes formatos del austriaco Herbert Brandl y el danés Troels Wörsel parecen casi escapados del Pabellón Italia, donde Robert Storr nos aguarda con su encendida defensa de la pintura.


Avancemos ya nuestra conclusión más contundente: tal vez la Bienal no nos descubrirá los nuevos derroteros del mundo del arte, ni siquiera nos permitirá conocer a los artistas más “en forma” del mercado, pero nos afirmará en la certeza de que es ésta una cita a la medida de sus comisarios. Ellos, junto a sus artistas, son los verdaderos protagonistas de este gran carnaval de pasiones veneciano. Afirmarse en sus líneas de trabajo o subirse al “carro de las modas” depende de ellos. Últimamente, y a tenor de lo visto, prevalece la opción de la coherencia, que es también la menos arriesgada y, paradójicamente, también la más valiente.

Como ejemplo de lo dicho, las dos muestras “de tesis” de la Bienal, cuyo título un tanto inocente, impreciso, casi cursi (como de slogan publicitario), Piensa con los sentidos, siente con la mente. El arte en el presente, pretende marcar las pautas de lectura y apreciación de las dos exposiciones firmadas por el primer comisario americano de una Bienal de Venecia. Distribuidas con una claridad y un orden meritorios en el Pabellón Italia y en el Arsenale por el actual rector de la prestigiosa Yale School of Art (una de las personas más influyentes de la escena artística americana desde sus tiempos de Conservador del MOMA), no podemos afirmar que las obras seleccionadas ilustren esa pretendida “dicotomía” entre los aspectos perceptivos y conceptuales de la obra de arte en la que ampara Robert Storr su propuesta teórica, pero sí que permanecen en ese ámbito formal que la justifica.

Poco sorpresiva y con algunas obras por debajo del nivel de una Bienal (Kara Walker, Martin Kippenberger), con la presencia un tanto forzada de una indiscutible Louise Bourgeois, o las piezas demasiado literales de Bruce Nauman, la exposición reunida en el histórico Pabellón Italia sitúa la balanza en el lado de la pintura y, principalmente, en las figuras de Sigmar Polke (uno de los mejor representados), Gerhard Richter, Sol Lewitt, Ellsworth Kelly y Robert Ryman, la responsabilidad de liderar un debate que se propaga ampliamente hacia el dibujo y, en menor medida, hacia el vídeo, la escultura y la instalación.

Además de la previsible profusión de artistas norteamericanos vinculados a la trayectoria profesional de Robert Storr, llama poderosamente la atención la presentación de Iran do Spirito Santo (espléndidas sus piezas de suelo), Waltercio Caldas o Emily Jacir (con un proyecto de archivo de imágenes muy bien resuelto), así como el soberbio video de Steve McQueen y el que nos descubre la fuerza expresiva del joven mexicano Mario García Torres (indagando en sus raíces culturales y asumiendo una lúcida posición crítica). Ignasi Aballí, único artista español cuya lúcida investigación conceptual le ha procurado un destacado lugar aquí y también en el Arsenal, Elisabeth Murray, Susan Rothenberg o, entre otros, Nalini Malini, destacan en el conjunto.

Pero el plato fuerte, la muestra que evidencia el largo tiempo de que ha dispuesto Storr para preparar esta Bienal (el doble que las anteriores comisarias españolas), se halla en el Arsenale, cuya presentación museística, clara y con amplios espacios para los artistas, se disfruta y se agradece. Menos espectacular que en otras ocasiones, con una interesante selección de artistas periféricos (algunos de ellos poco conocidos), un enfoque más temático y una inteligente gradación de obras secundarias y presencias sobresalientes, la muestra del Arsenale depara algunos de los momentos más álgidos de esta 52 edición de la Bienal. Uno muy especial es el que nos detiene a escuchar las canciones tradicionales recuperadas por el artista malinés Sidibé Malick, primer africano que se alza, merecidamente, con el León de Oro.

Ya en las primeras salas se descubre ese ritmo expositivo que se mantiene inalterable hasta el final, obligando al espectador a no perder ripio de cuanto se despliega frente a él. Las presencias destacables del argentino León Ferrari y del italiano Gabriele Basilico encabezan e ilustran esa línea argumental que reflexiona sobre el “malestar del presente” para aunar las visiones de numerosos artistas procedentes de zonas afligidas por los males de la guerra, la violencia o la pobreza. En este sentido, emergen con fuerza trabajos como los de Emily Prince, Pavel Wolberg, Yto Barrada y, sobre todo, la investigación documentada por la brasileña Paula Trope sobre los niños de la calle en Brasil.

Repartidas en siete estaciones, no podemos perdernos la excelente serie de vídeos Seven intelectuals in the Bamboo Forest del pequinés Yang Fudong, que, si no se conocen ya, merecen una pausada observación. También Jason Rhoades con su llamativa Tijuanatanjierchandelier, Félix Gmelin, con Tools and grammar, Dimitry Gutor, con su proyecto The Karl Marx School of the English Language, Valie Export, con The pain of utopia, Rosario López con su apología paisajística o, entre otros, Guillermo Kuitca y la pareja formada por Ilya & Emilia Kabakov con su notable Utopian City, nos aguardan para capturar nuestra mirada antes de llegar a la apoteosis final elaborada por Francis Alÿs. Su Bolero es una de las mejores instalaciones de esta Bienal.

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