Este artículo de Diego Otero sobre la obra del artista cubano Kcho apareció el domingo pasado en el Suplemento Dominical del diario El Comercio. Actualmente Kcho está exponiendo en la galería Lucía de la Puente.
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La frontera infinita
Importante artista cubano en Lima. Con menos de 40 años, Alexis Leyva Machado, conocido simplemente como Kcho, es uno de los artistas cubanos de más renombre internacional. Una breve muestra de su obra gráfica, que es tan lírica como mordaz, y que habla de la migración y el exilio, se puede ver en Lucía de la Puente hasta el 5 de mayo.
Si bien la muestra que se exhibe desde la semana pasada en la galería Lucía de la Puente es apenas una breve mirada al complejo y dúctil (y ciertamente polémico) trabajo de Kcho, sí es un buen punto de partida para introducirnos en la obra de un artista que desde muy joven supo convertirse en uno de los creadores que ha mirado la Cuba de hoy con más agudeza, sensibilidad y compasión.
Nacido en Isla de la Juventud, en 1970, Kcho creció marcado por una doble insularidad, la de su lugar natal y la de su país; un país que a su vez está marcado por otra serie de insularidades (políticas, culturales) que se multiplican hasta el abismo. En la obra de Kcho hay, sin embargo, una clara sensación de que ese lugar -incómodo, inestable, a veces desolado-, es el lugar desde el cual debe enunciar su discurso, sus preocupaciones.
No por nada el propio Kcho escribió una vez: "Estoy convencido de que uno escoge su lugar, yo vivo en Cuba, lo decidí cuando eso era mala palabra. Las obras deben existir a partir de un espacio. Mi espacio de reflexión es la calle. A mí me duele el mar. Me gusta vivir en mi casa, pero no me gusta estar perdido. Amo el mar pero me duele. No sé nadar. Es lo mismo que ocurre con la isla, que la amo pero también me duele".
Remos como zancos
La obra de Kcho opera en un doble juego de fuerzas y de velocidades; un doble juego que se retroalimenta y que hace del dibujo el espacio del pensamiento (el espacio de la duda y las afirmaciones), y de la instalación escultórica la cristalización -voluntariamente imperfecta- de sus ideas. El mar, desde luego, es uno de los protagonistas de su obra. El mar como esa frontera verdadera, que no responde a convenciones: una frontera abrumadora, vasta, que siempre nos sobrepasa.
Pero el mar en la obra de Kcho es también metáfora de otras cosas. Espacio ajeno a nuestra naturaleza, espacio sin demarcaciones ni referentes, el mar es el lugar simbólico de todas las nostalgias y todos los deseos: si no vemos el límite de tierra, nunca sabremos cuán lejos estamos de la orilla, o cuán cerca de nuestro destino final. Pero el mar implica, necesariamente, un destino, un punto de llegada. Por eso son tan sugerentes y conmovedores esos dibujos en los que Kcho dispone unas siluetas oscuras, apenas erguidas, sobre unos zancos que tienen forma de remos.
Hay ahí una serie de símbolos en dramática fricción: la voluntad por acceder a un espacio distinto, pero también la torpe certeza de la imposibilidad de acceder a ese espacio; las herramientas del desplazamiento marítimo trastocadas, inútilmente expuestas, o peor: convertidas en prótesis que apenas sirven para que el cuerpo mire a lo lejos, es decir: para que el cuerpo extrañe. O aquella otra imagen -que es uno de los grabados de esta muestra- en la que, sencillamente, un remo pende de un cielo oscuro y turbulento, mientras abajo, sobre un bote precario, unas siluetas intentan alcanzarlo.
La fragilidad del bote
El mar inabarcable, remos, hélices sin navío, botes incapaces de realizar largas travesías, boyas pobladas de chozas. Hay en la obra de Kcho un énfasis particular en la inestabilidad de la flotación; en el silencio dramático de estar completamente rodeado de agua; en la vulnerabilidad del bote que nos lleva al éxodo. Pero este éxodo no es solo el éxodo de los balseros y las luces de Florida. No. Los éxodos de los que habla Kcho son mucho más complejos, más difíciles. Son éxodos interiores, con límites difusos, con fronteras inabarcables.
Pero claro. La alusión política es evidente, e inevitable. Después de todo, el trabajo de Kcho propone una reivindicación del desperdicio, del desecho -el artista ha construido muchas de sus instalaciones con pedazos de objetos arrojados a la orilla por el mar, o con desperdicios domésticos de su propio barrio-, y, con ello, en términos simbólicos, de lo excluido. Esos botes dibujados por Kcho, que a veces lucen, con cierta ironía triste, pequeñas montañas y amagos de urbanización sobre sus cubiertas, son la imagen de una contradicción poderosa: en el viaje suceden el olvido y la memoria al mismo tiempo. Y uno lleva la isla a todas partes.
[imagen 1: Kcho. Embarcadero. 2003 / imagen 2: Kcho, La soledad]
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