domingo, setiembre 10, 2006

Jaar: "África ha sido abandonada por racismo"

Vía Raimond Chaves me llega una entrevista al artista chileno Alfredo Jaar, publicada el día de ayer en El País de España. La entrevistadora es nuestra conocida Fietta Jarque, escritora peruana radicada en España hace más de dos décadas. Adicionalmente cuelgo más abajo otra entrevista publicada el jueves pasado 7 de setiembre, en el suplemento El Cultural del diario español El Mundo, y que me ha recordado una de las afirmaciones más fuertes y decisivas que leyera hace varios años en relación al proyecto El lamento de las imágenes (2002). En aquel proyecto Jaar renunciaría deliberadamente a la presencia de toda imagen, refiriendo aquella propuesta visual como una alusión sobre "el fracaso de la representación". Una mención crítica a tener mucho en cuenta desde todo ámbito -especialmente desde el propiamente creativo- en momentos como éstos de hiper-crecimiento desmedido de imágenes.

Jaar se encuentra actualmente exponiendo su más reciente trabajo en la galería madrileña Oliva Arauna, habiendo recibido la semana pasada en Extremadura un premio a la Mejor Trayectoria Artística de Autor Iberoamericano.

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ENTREVISTA: Alfredo Jaar

"África ha sido abandonada por racismo"
Fietta Jarque

Uno de los más influyentes creadores latinoamericanos, con presencia en las más importantes citas internacionales del arte, presenta ahora en Madrid sus trabajos más recientes. Muxima es un filme que parte de una canción angoleña. Un lamento por la agonía de un continente luminoso.

Alfredo Jaar (Santiago de Chile, 1956) lleva más de una década viajando a África. El primer proyecto artístico que realizó allí surgió tras sus visitas a Nigeria durante dos años. Geografía = Guerra fue un trabajo sobre los desechos tóxicos que Europa desvía a África. Después desarrolló un largo proyecto que le llevó seis años, titulado Ruanda, enfocado en el genocidio de 1994. Autor de una obra que combina la fotografía, el cine, las instalaciones y las cajas de luz, así como intervenciones urbanas, sostiene una clara posición ética que pretende despertar la adormecida sensibilidad por algunos de los grandes dramas sociales en el Tercer Mundo. Residente en Nueva York desde 1981, Alfredo Jaar presenta ahora una exposición en la galería Oliva Arauna de Madrid, que gira en torno a Muxima, una película realizada en Angola. El pasado miércoles recibió el Premio Extremadura de Creación 2006 a toda su carrera, con un jurado presidido por José Saramago.

PREGUNTA. Su fascinación por África se viene reflejando en su obra desde hace años. ¿Se ha transformado su mirada con el tiempo?

RESPUESTA. Donde quiera que yo vaya, siempre seré un extranjero. No pretendo transformarme en una persona del lugar, soy y seré siempre un outsider. Y cuando hago mis trabajos lo hago siempre en mi nombre, no intento representar a ninguna comunidad o hablar en nombre de ella de forma paternalista, intentar ser la voz de los desposeídos. Es mi opinión lo que expreso en mis trabajos. En África me siento un testigo, un amigo, un observador crítico y solidario. África es un continente totalmente abandonado, de una riqueza extraordinaria, una gente bellísima, una cultura maravillosa. Y el mundo simplemente la ha abandonado por razones de racismo total.

P. ¿El racismo por encima de las razones sociales y económicas?

R. Pienso que lo que explica realmente la relación que el resto del mundo mantiene con África radica en el racismo. Puedes ponerle otras etiquetas: racismo político, racismo económico, social. Pero es racismo al fin y al cabo.

P. Incluso en el arte occidental, la mirada a África de artistas como Picasso o los surrealistas fue siempre en busca de lo exótico. Lo otro. Sin ninguna identificación o aproximación entre iguales.

R. Exacto. África ha sido vista, desde el punto de vista cultural, como materia prima que se usa para nuestros propios propósitos. Finalmente ahora están emergiendo voces y figuras importantes de la cultura africana contemporánea y están empezando a ser vistas y reconocidas en el mundo occidental. Y ésas son buenas noticias.

P. ¿Piensa usted que sus tres proyectos africanos han servido para que la gente haya tomado consciencia de los asuntos que denuncia? ¿Puede el arte ser vehículo para esto?

R. Creo en la capacidad del arte de afectar. De provocar afecto. Quizá el arte sea hoy el último espacio de libertad que nos queda para plantearnos estas preguntas. Obviamente, es un proceso muy lento. A veces tengo la impresión de que no vamos a ninguna parte, que el mundo del arte está encerrado en un espacio muy estrecho. Es un mundo insular y lo que hacemos sólo tiene efecto en unos pocos que ya están convencidos de antemano. Por lo tanto, hace años que decidí dividir mi trabajo en tres áreas de trabajo. Sólo un tercio lo dedico al circuito internacional del arte (galerías, museos, bienales, etcétera). Luego, debido a la extrema limitación de esta escena, he decidido hacer también intervenciones públicas. Proyectos en lugares y comunidades bastante alejados del mundo del arte donde me enfrento a situaciones y personas reales. En el mundo del arte a veces todo parece más falso, una permanente puesta en escena. En las intervenciones públicas me enfrento al mundo real y eso me mantiene despierto, alerta, más vivo. El último tercio de mi actividad es la enseñanza. Algo que me he impuesto a mí mismo porque la cercanía de los jóvenes me resulta siempre muy estimulante. No enseño regularmente en ninguna universidad, pero sí hago talleres, seminarios y conferencias.

P. Sus puntos de partida como artista suelen ser las informaciones de prensa, la televisión. ¿Cómo vive, como individuo, como espectador, el mundo que le ofrecen los medios de comunicación?

R. Yo soy un periodista frustrado. Admiro el periodismo bien hecho, el que trata genuinamente de informar, de contextualizar y de ofrecer los datos que uno necesita para comprender una situación. Para que tenga sentido y para que uno actúe en ella. Mi otra gran frustración es la forma en que los grandes medios tratan la información actualmente. Es un circo, es un negocio en manos de unas pocas multinacionales que descontextualizan todo, que se pasean de una noticia a otra sin el mayor respeto por el drama humano y que dan informaciones que, en conjunto, no tienen sentido alguno. La gente de a pie no se entera de nada. Vivimos en un caos informativo. Y en ese caos, las imágenes de dolor auténtico no se aceptan. Estamos como anestesiados ante ellas. Los artistas que trabajamos con estas imágenes nos debatimos en cómo hacer para que estas imágenes de dolor vuelvan a despertarnos, a provocar reacciones.

P. Su filme Muxima está dividido en diez poemas visuales basándose en versiones distintas de la misma canción popular. ¿Por qué da tanta relevancia a la música?

R. Empecé a coleccionar música africana hace muchos años, sobre todo la de origen portugués. La que combina la cadencia melancólica del fado con los sonidos populares del África contemporánea. El resultado me conmueve. Pero aparte de eso, fue a partir de mi regreso de Ruanda que descubrí el poder curativo de la música, fue lo que me ayudó a superar el dolor de ese terrible genocidio. La música ha sido mi salvación. Por eso fue algo natural empezar este nuevo proyecto de Angola a partir de una canción. Muxima significa corazón en la lengua kimbundu.



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Alfredo Jaar: “El cine ofrece un mayor nivel de comunicación y afecto”
Javier Hontoria



Hay razones para pensar que esta nueva presentación del trabajo de Alfredo Jaar en España es una cita imprescindible. Se proyecta Muxima, primer filme del artista chileno y, en consecuencia, su retorno al campo de la imagen, territorio que abandonó tras acabar su proyecto dedicado a Ruanda, en el año 2000. Porque desde hace años Jaar ha centrado su interés artístico en África, lugar donde se condensan muchas de las lagunas éticas de Occidente.

–Hábleme de Muxima, ¿cómo surge el proyecto?
– Hace ya más de veinte años que colecciono música africana contemporánea, es una de mis grandes pasiones. El enfoque principal de mi colección es la música de influencia portuguesa, es decir la música que se produce en Angola, Mozambique y Cabo Verde. Hace unos años estaba organizando mi colección de música angoleña cuando descubrí que tenía seis versiones diferentes de una misma canción llamada Muxima. Al ponerlas y escucharlas en orden cronológico, desde 1956 a 1998, me di cuenta de que se podía entender la historia de Angola: es decir que a pesar de que era la misma canción, cada interpretación reflejaba el momento en que había sido grabada. Descubrí que la había compuesto “Liceu” Vieira Días, un gran músico pero también intelectual y fundador del MPLA, el Movimiento para la Liberación de Angola. Un personaje extraordinario, artista, intelectual y activista, un personaje/modelo frecuente en África y América Latina. A partir de ese momento decidí viajar a Angola a descubrir el país, y empecé a escribir un guión.

–Usted estudió cine pero ésta es la primera vez que presenta una película. ¿Por qué ahora?
– Siempre me he considerado un cineasta frustrado y hacer cine ha sido un gran deseo desde hace más de 25 años. Pero nunca tuve la oportunidad ni el tiempo, ni los medios. Al terminar el guión de Muxima recibí sorprendentemente una beca importante y eso me dio el impulso necesario para hacer la película. Pero también porque otra de mis grandes frustraciones en el mundo del arte es la poca capacidad de concentración del espectador. Se estima que el promedio de tiempo que un espectador pasa frente a una obra de arte en un museo son 3 segundos. Mi obra ha tratado de prolongar ese tiempo utilizando diferentes mecanismos. El cine ofrece un privilegio extraordinario: el espectador está en tus manos, en la oscuridad, entregado a tu obra. El cine captura la atención del espectador de una manera única, no hay otra experiencia artística que se le compare en el mundo de las artes visuales.

Tras The Rwanda Project, que aborda el silencio de Occidente ante el genocidio de 1994, Alfredo Jaar optó por dejar de trabajar con imágenes. Fue una actitud radical y honesta que derivó en su Lamento de las imágenes, un “ensayo filosófico sobre el fracaso de la representación”, como una vez lo definió.

–¿Ha superado el escepticismo?
Muxima es mi retorno a las imágenes, a pesar de que sigo siendo bastante escéptico, no de la capacidad de las imágenes de comunicar ni producir afecto, sino de un entorno que no facilita esta relación. Estamos sumergidos en un paisaje mediático que sólo nos pide que consumamos, consumamos, consumamos. ¿Cómo puede una imagen de dolor sobrevivir en este contexto? No puede. Por eso confío que el dispositivo cinematográfico ofrezca al espectador un contexto de concentración donde exista un nivel más o menos decente de comunicación y afecto.

–¿Qué relación tiene Muxima con sus otros trabajos africanos?
– Africa es el continente en el que he realizado la mayor parte de mi obra: primero en Nigeria, luego en Suráfrica, después fue Ruanda y ahora es Angola. Además hace tres años lancé un sitio web en internet, www.projectemergencia.net, donde trato de informar sobre el efecto desastroso del SIDA en África. Estos proyectos son modestos signos de solidaridad con un continente abandonado por el resto del mundo y que merece nuestra atención y afecto.

Indolencia barbárica
»A mi juicio es absolutamente inaceptable la manera en que el resto del mundo se relaciona con los habitantes de ese continente: éticamente en su indiferencia criminal a lo que allí ocurre, estéticamente en la manera insultante y degradante en que son representados en los media. No sólo hablamos de racismo e ignorancia, también de apatía e insensibilidad, una indolencia que calificaría de barbárica.


–¿Dónde se siente más cómodo, al abrigo de la “Institución Arte” o en el espacio público?
– Desde hace mucho tiempo divido mi quehacer en tres áreas de trabajo: un tercio de mi tiempo lo dedico a crear obras para museos, fundaciones y galerías de arte. Debido a la gran insularidad de este mundo, dedico otro tercio a lo que llamo intervenciones públicas, proyectos que tienen lugar generalmente en comunidades alejadas del mundo del arte, donde me enfrento a problemas locales específicos. Son siempre intervenciones públicas efímeras. El último tercio lo dedico a talleres y seminarios con estudiantes, a un diálogo con las nuevas generaciones. Sólo con esta estructura triple me siento completo como artista y como ser humano. Me complica mucho la vida y mi calendario es infernal pero no concibo mi vida sin estas tres actividades paralelas.

Ruanda, siempre en la memoria
–Le he leído decir que ha “perdido su idealismo utópico-poético”. ¿Qué le mueve a seguir trabajando? ¿Sigue convaleciente de Ruanda? Parecería que Muxima es un intento de ofrecer una imagen diametralmente opuesta de África…
– Estoy condenado a no olvidar Ruanda, ya es parte de mi sistema, y me es imposible ver el mundo sin el filtro triste de mi experiencia allí. Efectivamente fue en Ruanda donde perdí el idealismo utópico del comienzo de mi carrera. Lo que creo que nunca he perdido por suerte es mi necesidad vital de lo poético y Muxima es, entre otras cosas, un intento poético de borrar esa imagen de África y reemplazarla por otra, más alegre, más viva. Pero me temo que no lo he logrado. El resultado de este intento está lejos del horror del genocidio, es verdad, pero tampoco es una obra muy optimista. Yo diría que es un lamento melancólico, lleno de nostalgia, algo muy difícil de definir con palabras, pero algo que uno siente al momento de darse cuenta de que todo en la vida es efímero.


[imagen 1: Alfredo Jaar, Muxima, still del film, 2006 / imagen 2: Alfredo Jaar, The Eyes of Gutete Emerita, un millón de slides, mesa de luz, y texto iluminado sobre pared, instalación de medidas variables, 1996 / imagen 3: Alfredo Jaar, Real Pictures' Rubavu, cajas de luz, cibachrome, instalación de medidas variables, 1995. foto: Hugo Maertens / imagen 4: Alfredo Jaar, de la instalación The Sounds of Silence, 2006]

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