Tanto el objeto como la imagen parecen conectadas dado que el levantamiento tridimensional de adobe señala, a través de su espacio abierto, el rectángulo geométrico en blanco que la pared presenta. Como si fuera posible que el objeto tridimensional pudiera fundirse o se desprendiese de su par bidimensional. Objeto y huella son entonces signos de un diálogo particular y que pareciera querer interrogar toda presencia entre ellos.
Alejandro Jaime es un artista singular, egresado hace pocos años de la especialidad de pintura de la Universidad Católica, su trabajo se ha desplazado de forma natural del soporte bidimensional al espacio físico. Primero trasladando materia (como tierra) al plano, a través de alusiones cartográficas diversas, y luego interveniendo lugares específicos a modo de señalamientos sutiles. Su trabajo, por tanto, aparece en una especie de horizonte casi invisible en el arte peruano contemporáneo, que bebe tanto del posminimalismo en sus variantes del land art, como del arte conceptual. Alejandro en más de una oportunidad me ha señalado su interés por un tipo de obra poco tomado en cuenta (Esther Vainstein, Emilio Rodríguez Larrain, entre otros) en una escena bastante orientada, en los últimos años, a preferir los signos exaltados de lo mediático a través de un hedonismo que algunos peligrosos casos suelen asociarse con el mero esteticismo. La obra de Jaime se aparta abiertamente de esta vertiente más iconográfica, buscando habitualmente espacios apartados en los cuales registra silenciosamente sus intervenciones y/o acciones sobre el terreno.
Pienso que la evocación al incierto final de la escultura de Rodríguez Larrain en el exterior del Museo no es sino una reflexión pertinente sobre el lugar del emplazamiento, y más aún, por una exigencia de precisión del sentido que no se vea alterada de forma posterior por elementos que escapen a la voluntad del artista (a menos claro, que esa sea el interés de la obra). Ya desde el conceptualismo el lugar de la enunciación paso a formar parte importante de la construcción del sentido en el arte. Ya no hablamos entonces del significado como una condición inherente al objeto, sino de la oblicua y bien pensada relación que éste se permite con el espacio que lo acoge. La obra de Alejandro Jaime parece querer establecer una perturbación en el propio espacio, pero ¿de qué tipo de perturbación estamos hablando? Eso parece no estar tan claro, al menos no en el texto del artista.
Jaime ha presentado su trabajo de un modo poco convincente. Ha utilizado la división entre significante-significado para establecer una suerte de correspondencia y complementariedad entre el objeto de adobe tridimensional y la pared hecha de huellas, y en donde esta Construcción parece develar "la estructuración de toda obra de arte en tanto signo en sí y su asimilación y codificación como tal por parte del espectador dentro del espacio institucional de consumo". Pero si esa era la pretensión, la obra parece quedarse corta. ¿Es qué acaso la confrontación entre el objeto -aparentemente- 'representacional' y sus huellas nos enfrenta con el lenguaje -en todo sentido- y lo complejiza? Recuerdo de pronto One and three chair de Joseph Kosuth y me parece diez veces más efectiva.
Yo consideraría situar Construcción bajo las coordenadas de lo indiciario. Así, mientras lo icónico alude a un referente determinado a través de su representación figurativa o mimética, lo indiciario simplemente señala aquello que compartió su espacio y tiempo. Es decir, alude a su referente a través de una complicidad que no se ampara en lo dicho, sino en aquello que no se puede decir, aquello que simplemente está atestiguado y donde la huella o indicio no puede restituir el sentido sino simplemente advertirlo. Una gota de lágrima sobre un papel servilleta, por ejemplo, señala el suceso del llanto, su existencia efectiva, pero sin poder decirnos si las lágrimas fueron de tristeza o felicidad.
Y es quizá desde esta coordenada que el material podría complicar con su presencia la Sala. Sala llamada además, curiosamente, 'Plasma': alusión obvia y directa al monitor-televisor que presenta el espacio, además de la casi veintena de monitores de computadora. Un espacio destinado entonces a la fabricación divergente y simultánea de representaciones simulacrales y mass-mediáticas, y que se vería enfretado inusitadamente a la presencia directa del adobe y su huella. Simulación absoluta frente al carácter llano y desnudo del material. La reproducción infinita de lo representado y la reducción silente de la no-representación. Un cortocircuito impensado pero que me sacudiría desde el primer momento que ingresé a aquella Sala. Su edificación en el pasillo central genera una suerte de recinto inútil, casi de ruina, friccionando aún más el plácido estar que la Sala Plasma proyecta.
Es así que la relación con el consumismo que el artista plantea no se ve dado necesariamente por un develamiento de la estructura de la obra de arte como signo de dos partes, sino por una muy sutil erosión del sentido a través de una puesta en cuestión de las posibilidades semánticas que el 'objeto' plantea. Vestigio y simulacro.
[imagen 1: Augusto del Valle y Alejandro Jaime en presentación de la obra Construcción. Centro Fundación Telefónica / imagen 2: Alejandro Jaime. Escalera a la platita. arena y piedra. registro fotográfico del artista / imagen 3: Construcción (detalle). huellas de bloque de adobe mojado sobre pared / imagen 4: Construcción. instalación con adobe / todas las fotografías son mías excepto la segunda]
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