-Un fantasma recorre el mundo… el fantasma del comunismo.
Esta es la amenaza de Marx y Engels nada más comenzar el Manifiesto comunista. Apunto, como si hiciera falta, la distancia sideral que me separa de sus autores. Acto seguido, reconozco que esta metáfora del Manifiesto siempre me ha sonado extraña; como no resuelta del todo.
La tercera y más extendida aserción de “fantasma”, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es esta: “Imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos”. Otras traducciones del Manifiesto prefieren la palabra “espectro”, pero esto no cambia las cosas. En el mismo diccionario, encontramos el primer significado de espectro: “fantasma”.
De una u otra manera, lo propio de los fantasmas es aparecer después de la muerte. No es antes del Comunismo que podemos hablar, en propiedad, de “fantasma”, sino a posteriori. La mayor capacidad aterradora de un fantasma es post-mortem.
Es después del derribo del Muro de Berlín que el Comunismo pasó a ser, ahora sí, un fantasma que recorre el mundo. Un fantasma que se destapa en 1989: el punto exacto que cifra el declive del PC (Partido Comunista) y el apogeo del otro PC (Personal Computer), con la entrada en escena de Microsoft a escala global.
Hoy, esa amenaza sobrecogedora no existe desde el punto de vista estatal -el Bloque Comunista ya no está, aunque China marca tendencia en el modelo del mundo-, ni militar (aunque China…). Es, ante todo, cultural y, si apretamos un poco, estética. Palabras como “revolución” o incluso “comunismo” están alojadas, cada vez más, en el lenguaje del arte, el mercado o la publicidad; no en el de la política o la acción directa. Y al revés: hay algo performático y “artístico”, por no decir pictórico, en procesos que se nombran a sí mismos como revolución: bolivariana, azafrán, naranja…
De modo que hoy la revolución sirve lo mismo para vender un Lancia (”It´s Time to Another Revolution!”) que para abrir una tienda de tendencias, llamada precisamente Marx, en Madrid. Tan solo en Barcelona, hace unas semanas, podías ver la película de Soderbergh sobre el Che; seguir la polémica sobre el pasado de Milan Kundera; comprar el último libro de Zizek en el que enaltece a Lenin; encontrar en la trastienda de una galería los dibujos corrosivos de Dan Perjovski; ver una función de Rock and Roll, la obra de teatro de Tom Stoppard dirigida por Álex Rigola (y cuya trama cubre desde la Primavera de Praga hasta la caída del Muro de Berlín); recordar la mítica discoteca KGB (que funcionó entre 1984 y 2005); o escuchar -también disponible vía MySpace- la propuesta musical del grupo alternativo Russian Red.
Todo lo sólido se desvanece en la estética. Todo lo siniestro también.
En los últimos años, algunos hemos insistido en la tesis de que el Muro había caído hacia los dos lados. Y en que era necesario explorar no sólo las consecuencias en los países del Este, sino también las menos evidentes en los países occidentales (que se avecinaban a unas inundaciones de muy diverso calado). Esa idea navegó un tiempo a contracorriente, pues la transformación de las antiguas tiranías comunistas acaparó casi todas las miradas. En 2009 cumpliremos veinte largos años de todo aquello y, según los augurios, estaremos todavía en medio de esta crisis de hoy. No me cabe la menor duda de que esta vez las miradas del XX Aniversario estarán enfocadas hacia el lado de los vencedores de la Guerra Fría. Con el modelo puesto en solfa y el fantasma revuelto. Es decir, de vuelta.
Iván de la Nuez
http://www.ivandelanuez.org/?p=133
(ver comentarios sobre ese post en el link)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario