No olviden que este martes 13 Jota Castro estará en La Culpable presentando un recorrido personal por sus años recientes de trabajo que no han podido verse previamente en Lima.
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Antes del mitin silencioso
Por Diego Otero
Polémico, provocador, agudo, atento a las grandes problemáticas políticas del mundo -su pieza Salud, por citar uno entre muchos ejemplos, es una reproducción a escala de la Estatua de la libertad semisumergida en una copa llena de petróleo- el trabajo de Jota Castro posee sin embargo una base profundamente personal. Después de todo, en su condición de migrante latinoamericano y mestizo en Europa, el artista encarna muchas de las pugnas y las negociaciones simbólicas que están definiendo al mundo de hoy. Conversamos con él sobre eso y sobre otros aspectos de su trabajo.
-Algunos artistas peruanos vinculados a un arte crítico, político, crean en base a agendas, a objetivos que no necesariamente representan sus urgencias personales. Y eso, de alguna manera, a veces difumina la potencia simbólica que puede tener la obra. ¿Cómo trabajas tú en ese sentido?
Para empezar, yo me alejo de la ideología. Mi trabajo nace siempre de una serie de análisis que son muy largos, a veces tediosos, y las obras son síntesis de cosas que me interesan. Yo no creo que la política, como la vida, sea en blanco y negro. Entonces simplemente trato de jugar con esas tonalidades, y desde ahí intento decir, al menos, mi verdad. Cuando la gente ve el tipo de trabajo que hago, o los idiomas que hablo, o cómo me muevo, me suele calificar como una especie de artista cosmopolita, extremadamente politizado, que utiliza su background profesional todo el tiempo, lo cual es cierto, en una medida. Pero desde que dejé la diplomacia he ido a sesiones de psicoanálisis, y me han hecho mucho bien. Ahí descubrí una serie de cosas que me interesaban, entre ellas el trabajo de Winnicott. Él hablaba de una 'deep culture', de una 'cultura profunda', que no es más que la información que un ser humano almacena sin querer. Entonces, la mayoría de las piezas son un intento de tocar el deep culture social a partir de mis propias experiencias y de mis propios sentimientos de culpa. Trato de provocar que el espectador busque en su 'memoria pasiva' la referencia que le pueda hacer clic, y que lo obligue a tomar posición, o le provoque una reflexión. La reflexión generalmente provoca conflictos, y los conflictos cambios.
-De alguna manera, aunque en apariencia a veces eso no se vea, tus obras son también modos de exorcizar ciertas experiencias personales.
Totalmente. Por ejemplo "Mi tiempo" es una especie de poema escrito en varios idiomas, que usualmente exhibo impreso en letras grandes. Yo me puedo definir como alguien cosmopolita, y vivo en todos esos idiomas. Es decir, todos esos idiomas me han aportado, me han formado, me han hecho ser lo que soy. Y lo que yo quería con esa obra era probar mi respeto. Y era bastante complicado lograr que el texto sonara bien en siete idiomas, pero al final lo logré.
-¿Tú te retiraste del mundo diplomático por desilusión o porque tu vocación se impuso?
Yo parto del principio de que tenemos solo una vida. Y yo quería hacer arte desde muy niño. Yo admiro mucho el trabajo de Cy Twombly, por ejemplo. Y yo veía sus cuadros de niño, a los doce años, y había algo ahí que me tocaba las tripas. Ahora pienso que quizá tenga que ver con el vínculo que hay entre su pintura y el grafitti, que bien visto es algo que existe desde el inicio de la humanidad. El asunto es que hubo un momento en que quise cambiar y lo hice, y curiosamente no fue tan difícil. Y además siempre fui un ratón de museo, y de exposiciones y de lecturas. Ya lo era de niño, pero no llegaba a conversarlo con nadie. Eran cosas que difícilmente interesaban. De adulto empecé a adquirir arte en serio, y me hice de una buena colección. Y en paralelo a eso realizaba piezas medio en secreto, sin exhibirlas. De hecho dejar un trabajo como el que tenía es una decisión muy personal, que puede ser dura en el sentido de que nunca va a faltar quien te diga que se trata de un suicidio profesional, pero al final es simple: uno tiene que aceptarse.
-Si algo caracteriza buena parte de tu trabajo más reciente es que resulta provocador. La pieza llamada "Día de la discriminación" que exhibiste en el Palais de Tokio hace unos años, y, sobre todo, la "Hucha de los Incas" que se mostró en Madrid Abierto el año pasado, generaron un gran rebote en la opinión pública.
La "Hucha de los Incas" era un símbolo primario; es decir, un vientre. Un objeto potencialmente de deseo, y también un lugar en el que se puede guardar algo, un lugar confortable. Además de esta suerte de alcancía dorada y enorme, coloqué un pequeño cartel que decía: "devuelvan el tesoro de los incas". Yo coloqué la pieza en La Castellana, que es la avenida más importante de Madrid, y se armó un gran movimiento de personas alrededor; algunos incluso se tomaban fotos con la pieza. A la mañana siguiente llego para tomar fotos y las autoridades me dicen que un grupo de vándalos se la había llevado. Me puse a preguntar en los alrededores, y me dijeron que había sido gente del Ayuntamiento. Y es lógico, la pieza estaba sembrada medio metro en el suelo, enganchada. Se necesitaba herramientas para sacarla. Yo me reí y les dije que los vándalos en Madrid eran muy educados porque yo nunca había visto un acto vandálico que dejara el suelo tan limpio, sin huellas de la extracción de la pieza. Todo eso demostró que Madrid es en algunos sentidos una especie de cacicazgo.
-Qué te impulsó a regresar al Perú para realizar un trabajo como La palabra de los mudos. Imagino que es, de nuevo, una necesidad personal.
Para mí era necesario reconciliarme con el pasado, así de simple. Yo me fui casi de niño y he regresado de adulto. Ahí hay cosas que tengo que resolver, que completar. Venir es una manera de hacerlo. Pero también es una manera de confrontar el hecho de trabajar en un lugar en el que nadie me conoce, el hecho de lidiar con los problemas que ese anonimato pueden traer. Ahí hay una energía que es interesante. Es como transportar la problemática de la relativa invisibilidad del arte contemporáneo a un lugar en el que está mi origen. Por otro lado yo no regreso con ninguno de los sentimientos mesiánicos con los que suelen regresar los emigrantes intelectuales. Yo no tengo el sueño de cambiar el país, en absoluto. En todo caso creo que es el mundo el que debe cambiar, pero se trata de una cosa colectiva. De hecho el Perú es uno de mis países, aunque yo nunca le pregunto a nadie por su nacionalidad.
La palabra de los mudos Este jueves 15 de mayo por la mañana Jota Castro realizará una acción artística que pretende congregar a miles de personas en la playa Redondo, en Miraflores. En el evento, un orador se dirigirá a la audiencia sin pronunciar una sola palabra. Dice Castro al respecto: "Las discusiones en la cumbre van a ser muy enmarcadas, nadie se va a molestar por lo que se diga, y no es así como avanzan las cosas, lamentablemente". La pieza, por un lado, habla de lo lejos que está el ciudadano de a pie de la cumbre: tan lejos que pareciera incluso no tener voz, no ser representado. "Pero la acción tiene que ver, también, con los problemas de comunicación que yo tengo con el Perú. Y con ello, con suerte, quizás estemos tratando el problema de la comunicación que hay en el país en términos más abiertos. Si comenzamos a pensar de una manera distinta; si comenzamos a dejarnos de ver como seres victimizados y encontramos una nueva manera de comunicar lo que está ocurriendo aquí en todo dominio, quizá seamos mucho más escuchados".
[imagen 1: Jota Castro. Cheers. 2006. glass, oil and plastic / imagen 2: Jota Castro. La hucha de los Incas. 2008. / imagen 3: Jota Castro. Motherfuckers never Die. 2003. Lightboxes de dimensiones variables]
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