martes, noviembre 06, 2007
A propósito de la charla "Cuestión de género: Rosemarie Trockel, la mujer y el arte"
Escribí este texto hace un par de semanas para el conversatorio que hubo en el Mali con motivo de la exposición de la artista alemana Rosemarie Trockel, que se puede ver hasta el 11 de noviembre. Nunca había participado en uno, ni hablado en público más que preguntando como tal, desde el otro lado de la mesa, así que decidí preparar algo. Pero Jorge Villacorta, que moderaba, tenía muy clara la estructura a seguir, basada en algunas preguntas específicas que quería hacernos a las invitadas (Elida Román, Susana Torres, Gabriela Germaná y yo) y finalmente no hubo ocasión de leer lo que escribí. Así que lo comparto con ustedes gracias a la invitación de Miguel y Raimond.
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"Cuestión al género"
Hace un par de semanas recibí un inesperado y misterioso paquete. Me sorprendió que estuviera dirigido a la “señora Eliana Otta”, porque todavía no me han llamado así lo suficiente como para que no me sorprenda. Me sorprendió luego ver que me invitaban a un conversa torio acerca de una artista cuyo trabajo no me era tan familiar, y sobre todo que se titulara “Cuestión de género: Rosemarie Trockel, la mujer y el arte”.
Este título me hizo plantearme algunas preguntas, comenzando por tratar de pensar qué podría tener alguien que decir acerca de una categoría aparentemente tan amplia como “la mujer y el arte”, y al mismo tiempo sesgada, al demarcar precipitadamente su contenido con la explícita señalización de sus límites. Problemática de género + dos puntos + una artista alemana + cuatro mujeres en una mesa y un moderador hombre.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue un libro que compré hace varios años, y cuyo título nunca ha dejado de suscitar comentarios burlones de parte de mis amigos. “Mujeres artistas”, la compilación editada por Uta Grosenick, fue durante varios años de universidad, uno de los parches a los que más recurrí en el intento por rellenar vacíos dejados por la deficiente formación teórica que recibí.
En esa urgencia por conocer y tratar de encontrar posibilidades de identificación para alimentar el trabajo artístico, un libro llamado “Mujeres artistas” sonaba casi como la solución a los problemas de una chica que no sabía cómo decidir si su arte era femenino o no, si tomar esa decisión era necesaria, o si se mantenía vigente la queja de las Guerrilla Girls que treinta años atrás llamaban la atención acerca de que cualquier arte hecho por mujeres es llamado feminista. Durante un buen tiempo dediqué cada noche a leer el libro hasta terminarlo, pero ahora tratando de recordar el trabajo de Rosemarie Trockel, caí en cuenta que no había llamado mi atención entonces. En esa época en que mis búsquedas estaban orientadas concientemente hacia lo hecho por las minorías, era mejor si éstas eran visibles y fáciles de ubicar al ser presentadas en libros como ese. Y las artistas que más me interesaban eran aquellas capaces de expresar rotundamente sus cuestionamientos. El exhibicionismo auto biográfico de Tracey Emin, Natacha Merritt o Elke Krystufek, la efectividad y claridad del sentido del humor de Adrian Piper, eran algunas de las características con las que me conquistaban mis nuevas ídolas. Reconociendo el trabajo de Trockel con motivo de esta charla y gracias a esta exposición pensaba en el poco sentido de resumirla o presentarla con los pesados rótulos de “género” o de “mujer y arte”, justamente cuando parece ser alguien que se preocupa por dejar los suficientes cabos sueltos como para que las certezas cedan paso a las preguntas cuando nos acercamos a su trabajo, así como los reclamos al agudo comentario en voz baja.
Cuando vi la “Máquina de pintar” por primera vez, la posición vertical del pincel que pende sobre el lienzo extendido en el suelo me hizo recordar inmediatamente la performance “Vagina painting”de Shigeko Kubota y algunas de las acuarelas expuestas me remitían a Marlene Dumas y sus expresivas imágenes de sexualidad gozosa. Así confirmo que mi cabeza está llena de referentes concretos, explícitos y que de ellos se han alimentado por mucho tiempo mis ideas acerca del arte, y mis dudas acerca de lo femenino y los caminos del feminismo. Pero no hay nada de sexualidad, ni de goce, ni de cuerpo protagónico en el trabajo de Rosemarie. Sobre todo, no hay nada explícito. La ambigüedad que caracteriza la mayoría de sus trabajos y la ironía que subyace, evidencian una voluntad por desestabilizar la actitud con la que nos acercamos a una obra: la mirada que estamos acostumbrada a darle y lo que esperamos encontrar en ella. Una voluntad que puede emparentarse con la de quienes han tratado de cuestionar acerca de los límites en las relaciones de poder y de lo asumido consensualmente como dado, es decir: lo femenino con sus formas tradicionales de creatividad, el rol de los artistas y sus protagonismos en momentos determinados. Pero en este caso siempre con una mirada desconfiada, que no revela sus intenciones inmediatamente y que se preocupa por mantener el propio ego controlado, alerta frente a cualquier pretensión de endiosar al artista.
Algo que demuestra la capacidad subversiva de sus inexactitudes es un trabajo como el BB/BB, donde un difuso dibujo presenta los rostros de Bertolt Brecht y Brigitte Bardot fusionados como por un error perturbador. El rostro andrógino y enigmático nos deja con la interrogante acerca de la identidad del retratado o retratada en cuestión, mientras los rasgos reconocibles se divierten confundiéndonos.
Sorprende la complejidad de las ideas mezcladas con los sencillos trazos, que parecen casi fallidos: la mirada de Brecht y nuestra imposibilidad de aprehender su imagen nos recuerdan su insistencia en evidenciar la distancia entre espectador y obra, mientras que la frivolidad atribuida a un ícono como B Bardott se vuelve relevante cuando nos enteramos que constantemente daba diferentes imágenes de sí misma a sus fans, como intentando desmitificar su condición de estrella de cine. Deconstruyendo y reconstruyendo públicamente su identidad, hacía tambalear ligeramente su propio altar. Trockel le presta atención a las mutaciones, a las metamorfosis y señala los límites difusos que componen los cambios re huyendo a cualquier gesto autoritario.
En un libro que me regalaron hace un par de años, “Arte y feminismo”, sólo aparece un trabajo de Trockel y en foto chiquita. Quizá porque los compiladores tuvieron que aceptar que a pesar de que trabaja con hilos y hornillas, probablemente su intención no es ser abanderada de ninguna causa. Que acercarnos a grandes temas con las palabras más grandes suele espantar las sutilezas y adormilar nuestras habilidades para relacionarnos con lo ambiguo, con el enigma de la puerta entre abierta, con la sorpresa de reconocer los ojos chiquitos de un dramaturgo alemán compartiendo rostro con los voluptuosos labios de una antigua femme fatale, en un territorio donde toda categoría parece ser inexacta, absurda, insuficiente.
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"Cuestión al género"
Hace un par de semanas recibí un inesperado y misterioso paquete. Me sorprendió que estuviera dirigido a la “señora Eliana Otta”, porque todavía no me han llamado así lo suficiente como para que no me sorprenda. Me sorprendió luego ver que me invitaban a un conversa torio acerca de una artista cuyo trabajo no me era tan familiar, y sobre todo que se titulara “Cuestión de género: Rosemarie Trockel, la mujer y el arte”.
Este título me hizo plantearme algunas preguntas, comenzando por tratar de pensar qué podría tener alguien que decir acerca de una categoría aparentemente tan amplia como “la mujer y el arte”, y al mismo tiempo sesgada, al demarcar precipitadamente su contenido con la explícita señalización de sus límites. Problemática de género + dos puntos + una artista alemana + cuatro mujeres en una mesa y un moderador hombre.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue un libro que compré hace varios años, y cuyo título nunca ha dejado de suscitar comentarios burlones de parte de mis amigos. “Mujeres artistas”, la compilación editada por Uta Grosenick, fue durante varios años de universidad, uno de los parches a los que más recurrí en el intento por rellenar vacíos dejados por la deficiente formación teórica que recibí.
En esa urgencia por conocer y tratar de encontrar posibilidades de identificación para alimentar el trabajo artístico, un libro llamado “Mujeres artistas” sonaba casi como la solución a los problemas de una chica que no sabía cómo decidir si su arte era femenino o no, si tomar esa decisión era necesaria, o si se mantenía vigente la queja de las Guerrilla Girls que treinta años atrás llamaban la atención acerca de que cualquier arte hecho por mujeres es llamado feminista. Durante un buen tiempo dediqué cada noche a leer el libro hasta terminarlo, pero ahora tratando de recordar el trabajo de Rosemarie Trockel, caí en cuenta que no había llamado mi atención entonces. En esa época en que mis búsquedas estaban orientadas concientemente hacia lo hecho por las minorías, era mejor si éstas eran visibles y fáciles de ubicar al ser presentadas en libros como ese. Y las artistas que más me interesaban eran aquellas capaces de expresar rotundamente sus cuestionamientos. El exhibicionismo auto biográfico de Tracey Emin, Natacha Merritt o Elke Krystufek, la efectividad y claridad del sentido del humor de Adrian Piper, eran algunas de las características con las que me conquistaban mis nuevas ídolas. Reconociendo el trabajo de Trockel con motivo de esta charla y gracias a esta exposición pensaba en el poco sentido de resumirla o presentarla con los pesados rótulos de “género” o de “mujer y arte”, justamente cuando parece ser alguien que se preocupa por dejar los suficientes cabos sueltos como para que las certezas cedan paso a las preguntas cuando nos acercamos a su trabajo, así como los reclamos al agudo comentario en voz baja.
Cuando vi la “Máquina de pintar” por primera vez, la posición vertical del pincel que pende sobre el lienzo extendido en el suelo me hizo recordar inmediatamente la performance “Vagina painting”de Shigeko Kubota y algunas de las acuarelas expuestas me remitían a Marlene Dumas y sus expresivas imágenes de sexualidad gozosa. Así confirmo que mi cabeza está llena de referentes concretos, explícitos y que de ellos se han alimentado por mucho tiempo mis ideas acerca del arte, y mis dudas acerca de lo femenino y los caminos del feminismo. Pero no hay nada de sexualidad, ni de goce, ni de cuerpo protagónico en el trabajo de Rosemarie. Sobre todo, no hay nada explícito. La ambigüedad que caracteriza la mayoría de sus trabajos y la ironía que subyace, evidencian una voluntad por desestabilizar la actitud con la que nos acercamos a una obra: la mirada que estamos acostumbrada a darle y lo que esperamos encontrar en ella. Una voluntad que puede emparentarse con la de quienes han tratado de cuestionar acerca de los límites en las relaciones de poder y de lo asumido consensualmente como dado, es decir: lo femenino con sus formas tradicionales de creatividad, el rol de los artistas y sus protagonismos en momentos determinados. Pero en este caso siempre con una mirada desconfiada, que no revela sus intenciones inmediatamente y que se preocupa por mantener el propio ego controlado, alerta frente a cualquier pretensión de endiosar al artista.
Algo que demuestra la capacidad subversiva de sus inexactitudes es un trabajo como el BB/BB, donde un difuso dibujo presenta los rostros de Bertolt Brecht y Brigitte Bardot fusionados como por un error perturbador. El rostro andrógino y enigmático nos deja con la interrogante acerca de la identidad del retratado o retratada en cuestión, mientras los rasgos reconocibles se divierten confundiéndonos.
Sorprende la complejidad de las ideas mezcladas con los sencillos trazos, que parecen casi fallidos: la mirada de Brecht y nuestra imposibilidad de aprehender su imagen nos recuerdan su insistencia en evidenciar la distancia entre espectador y obra, mientras que la frivolidad atribuida a un ícono como B Bardott se vuelve relevante cuando nos enteramos que constantemente daba diferentes imágenes de sí misma a sus fans, como intentando desmitificar su condición de estrella de cine. Deconstruyendo y reconstruyendo públicamente su identidad, hacía tambalear ligeramente su propio altar. Trockel le presta atención a las mutaciones, a las metamorfosis y señala los límites difusos que componen los cambios re huyendo a cualquier gesto autoritario.
En un libro que me regalaron hace un par de años, “Arte y feminismo”, sólo aparece un trabajo de Trockel y en foto chiquita. Quizá porque los compiladores tuvieron que aceptar que a pesar de que trabaja con hilos y hornillas, probablemente su intención no es ser abanderada de ninguna causa. Que acercarnos a grandes temas con las palabras más grandes suele espantar las sutilezas y adormilar nuestras habilidades para relacionarnos con lo ambiguo, con el enigma de la puerta entre abierta, con la sorpresa de reconocer los ojos chiquitos de un dramaturgo alemán compartiendo rostro con los voluptuosos labios de una antigua femme fatale, en un territorio donde toda categoría parece ser inexacta, absurda, insuficiente.
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2 comentarios:
hey, me parece bien interesante eso que dices sobre "la capacidad subversiva" de lo ambiguo. yo también creo que en ese espacio de inexactitud, de duda, de enigmática inestabilidad, se encuentra justamente una capacidad singular parar confrontar ciertos aspectos habituados de la realidad.
para mi eso marca una diferencia clara con otros abordajes un tanto más planos, donde lo estereotípico suele ser el escalón más sencillo para treparse a un discurso 'feminista' o de cualquier tipo.
De ser posible, quisiera saber cómo se llama la obra de Kubota de vagina painting y dónde se encuentra actualmente el cuadro. Gracias. Laura.
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