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Un diálogo con Jaime Cerón -y la colaboración de Humberto Junca-
por: Miguel López y Eliana Otta / Viernes 25 de mayo 2007
Jaime Cerón. De lo que da cuenta principalmente el concepto curatorial del Encuentro son los espacios anfitriones. Y la idea era examinar todos los imaginarios que la ciudad de Medellín ha ido recibiendo históricamente. Muchos de ellos de la herencia de la actividad del narcotráfico, Pablo Escobar y los demás capos de las drogas de los ochentas. Ello fue generando en la ciudad todo un sentido de zona de guerra en donde la población siempre estaba en la mitad, era una ciudad donde cada tres días había una bomba con muchísimos muertos, heridos, destrozos y miedo.
La ciudad se fue cubriendo entonces con una imaginería altamente hostil vista desde lejos. Como que el único imaginario posible desde Europa o de otros países latinoamericanos era de una ciudad aterradora. Pero adicionalmente quienes conocíamos la ciudad teníamos un imaginario distinto, y era esa disposición de la gente de ser altamente amable, para hacer acogedora cualquier visita, para hacer que el espacio de ellos sea el espacio de uno, aunque sea transitoriamente. Entonces nos interesaba hacer hipotéticamente una traslación y proponer todo el espacio público como un lugar de hospitalidad, y no únicamente el espacio privado. Partiendo de esa idea es que llegamos a potenciar la figura de la residencia, buscar que hubiera la mayor cantidad de artistas y curadores en residencia.
Nos interesaba que se debatiera ampliamente y se vivenciara la idea de qué es un espacio independiente, por qué existe y qué sentido tiene. Pero no queríamos hacer este encuentro como una reunión en un auditorio donde la gente viene y presenta su power point, lo cual terminaría por homogenizar la forma en que trabajan. Queríamos generar una identificación de espacios que tuvieran la capacidad de repotenciar el medio artístico en Medellín, ya que la ciudad parece que por su propia cualidad geográfica tiende a aislarse, como a circunscribirse sobre sí misma. Eso generó la tarea de identificar aquí espacios: dos muy visibles eran ‘Casa Tres Patios’ y ‘Taller 7’, que tenían una conexión directa con la escena del arte en la ciudad y que eran una respuesta clarísima a la debilidad de las instituciones, a la falta de oportunidades para que los artistas se muevan en el ámbito público y para que intercambien experiencias y trabajos con artistas de otros lugares de Colombia y del mundo.
Esos espacios dan un síntoma de que en Medellín hay una especie de transformación en su manera de gestionar proyectos artísticos. También identificamos dos espacios más que eran ‘La Jikara’, que tenía una imbricación social muy fuerte en un sector que tuvo una etapa muy oscura en los años ochenta con las historias de sicariato, y la otra fue ‘Fundación Bellas Artes’ que es una institución pública débil.
En el caso de Bellas Artes lo importante era ver como esas experiencias podían fortalecer o replantear el alcance de esa institución que era como secundaria a muchas de otras instituciones que tiene la ciudad de Medellín. Así nació la idea de enlazar todos esos espacios y tenerlos en residencia para que el encuentro sea algo que ocurra a través de la propia actividad, permitiendo que esos lugares trabajen desde aquí y ampliando la posibilidad de producir ecos locales. Para nosotros son estas experiencias las que pueden generar más cambio artístico en Medellín. Lo demás es un poco más pasajero, viene y va. En cada cohabitación y vivencia un poco forzada que implica una residencia se generan unos vínculos de un orden u otro, personales, afectivos, conceptuales, teóricos, que es lo que puede permitir que la ciudad luego se mantenga abierta, que tenga cuatro canales de entrada y de salida de cosas.
J.C. Ha sido muy impresionante, esto está funcionando desde el 20 de febrero, con mucha actividad. Venía muchísima gente antes, y se mantuvo así como por un mes y medio. En esos espacios estuvo muchísima gente que no pertenecía al campo artístico. En el evento inaugural no entendí por qué pero fue tan masivo como nunca lo había imaginado.
M. Ya está terminando el Encuentro, junio es el último mes de actividades. ¿Tendrías alguna evaluación con respecto al trabajo de los ‘espacios anfitriones’?
J.C. Aun no sabría decir si se entiende como completado todavía, aunque ya estamos en la recta final…
M. Nosotros [La Culpable] somos los últimos, creo… con Ganga Internacional Gallery que está actualmente en Taller 7…
Humberto Junca. Y ‘El Bodegón’ fue el primero… Que creo llegó con pocas ganas de hospitalidad, casi con el revolver en mano…
J.C. Y eso está muy bien porque la idea de hospitalidad está asociada también a la de hostilidad. No sabría si se podría evaluar porque no han culminado muchas publicaciones que estaban planteadas. Por ejemplo ‘La Culpable’ vive una experiencia del Encuentro totalmente diferente de la que vivió ‘El Bodegón’, ya que cuando ellos llegaron no se había ni siquiera inaugurado La Casa del Encuentro. Se fueron incluso antes de que se abran las exposiciones.
Lo que creo es que abril fue tan intenso por la cantidad de actividades e inauguraciones que puede haber generado un letargo después, demasiada intensidad emocional, demasiado estrés, demasiado trabajo. Yo me fui luego de esos días inaugurales pero la gente me decía que seguían las actividades y que eran los espacios anfitriones los que mantenían viva la cosa moviendo públicos muy diferentes. En ese sentido creo que el balance es muy positivo, pero como hubo tanta actividad habría que revisar todos los documentos y ver como cada uno tomó su camino, que era lo ideal.
M. Te preguntaba si tienes un balance porque en ‘La Culpable’ estuvimos discutiendo en Lima sobre este tipo de dinámicas que empiezan a surgir de manera constante. Incluso poco antes de venir a Medellín ‘La Culpable’ estuvo en Cambridge (Inglaterra), realizando un proyecto titulado Canned Radio and Fresh Food, donde articulaban un espacio de conversación alrededor de sesiones de radio y del propio acto del cocinar y el comer. Y nuestros cuestionamientos posteriores apuntaban a ese límite difuso donde lo relacional se vuelve en una especie de retórica, muy ligado en el momento actual con ciertas formas de espectacularidad. Entonces la misma idea del ‘espacio anfitrión’ nos planteaba una interrogante sobre el asunto…
J.C. Sí, a nosotros nos interesaba articular los espacios de hospitalidad como una dimensión política de ese campo imaginario que rodea esta ciudad. Explorar la hospitalidad como un espacio donde se tejen relaciones posibles que no necesariamente son favorables, es decir, te puede pasar de todo. No había ninguna expectativa de que fuera un jardín de rosas sino que se evidencian conflictos y divergencias, y en ese sentido lo que nos parecía suficientemente explicitado con los espacios anfitriones era el hecho de ser recibido en un lugar y ver como ese lugar le da espacio para que uno desee aquello que quiera ser, y no sea el que recibe el que desee lo que uno sea. Nosotros estamos muy en contra de la noción de tolerancia, pero tolerancia como decía Passolini que es un “camino de una sola vía”. Es decir, que alguien cree que tiene el derecho de tolerar a otro, y al tolerar uno se cree en la posibilidad de ser tolerado por alguien más, entonces hay como una cosa autoritaria. La idea es darle espacio a uno para que haga lo que quiera. Eso es un poco lo planteado, no tuvimos expectativas de cualquier actuación particular en el marco del Encuentro más que el hecho de vivir en Medellín un mes. Nos interesaba ver que relaciones se tejen, que amores y odios se articulan en el camino, y además han habido amores y odios literalmente (risas), ha habido lágrimas en despedidas y cosas así…
H.J. ¿Y cómo llegó ‘La Culpable’ a Medellín?
J.C. Pues mirando 35 sitios de todas partes del mundo. Aquel era un momento donde queríamos hacer vínculos con lugares como Corea del Sur y Australia… teníamos poco tiempo y éramos algo disparatados. Se barajaron muchísimas opciones con discusiones fuertísimas y un agotamiento excesivo. Empezamos a mirar todas las opciones detenidamente para luego tomar una decisión, y así nos interesó especialmente examinar espacios que tuvieran vínculos culturales más fuertes, que permitieran generar lazos de trabajo y diversos tipos de relación…
E. Algo más a largo plazo…
J.C. Sí, y no sólo esta cosa eventual, por eso nos negamos a hacer una Bienal. Queríamos sacarnos esa especie de modelo organizativo y de funcionamiento, un tanto espectacular y que casi nunca tiene en cuenta el lugar en donde ocurre. Una Bienal coge todo el presupuesto de cultura de una ciudad y se recupera luego a través del turismo. Nosotros no queríamos nada parecido y nuestro objetivo era principalmente la gente que vive en Medellín. Entonces mucha gente al principio estaba molesta porque tenía que venir como 5 veces dada la extensión del evento, ya que era como saber de antemano que te vas a perder muchísimas cosas.
M. Me parece interesante pensar esta idea del espacio independiente porque evidencian ciertos intereses de comunicación locales que no pasan por lo institucional, esa necesidad de asumir el arte como un espacio de reflexión que no suelen compartir las galerías comerciales. Y los espacios tienen sus diferencias que hacen más rico el panorama, desde Casa Tres Patios más vinculada a la escena del arte local, hasta La Jíkara que está más apartada del centro artístico pero con un trabajo social muy valioso.
J.C. Claro, y yo diría que ‘Taller 7’ está como por la mitad. ‘Tres Patios’ tiene cualidades que rozan con la institución, lo cual de por sí es muy válido. Lo que sí me parece interesante es que hayan tres espacios visibles [‘Taller 7’, ‘La Jikara’, y ‘Tres Patios’] en una ciudad tan pequeña como Medellín, lo cual muestra que las instituciones no están haciendo nada. En Cali hay un solo espacio físico y es una ciudad casi como Medellín, un poquito más pequeña. Pero si en una ciudad encuentras tres sitios te preguntas si la institucionalidad de la ciudad está funcionando o no. Uno puede ver claramente las programaciones de los Museos en Medellín y uno diría que están enteramente de espaldas al arte contemporáneo de la propia ciudad. Me imagino la situación hace algunos años de ser artista joven, salir de algunas de las tres escuelas de arte y encontrarse con que cada espacio ya está ocupado o que hay un circuito ya establecido de gente que era joven hace 30 años... Y no creo que la idea sea echar a toda esa gente pero sí abrir un espacio para poner a circular ese tipo de proyectos nuevos y hacerlos dialogar. Además estaba la situación compleja de que en Medellín las pocas instituciones eran manejadas por una misma persona, y eso es algo que pasa en mucha partes del mundo.
H.J. ¿Te refieres a Alberto Sierra?
J.C. Sí claro, Alberto Sierra… Y claro, Alberto Sierra es una persona muy interesante y muy valiosa, participó directamente en I Coloquio de Arte No-Objetual y Arte Urbano, que es en parte lo que generó la oportunidad del Encuentro: los casi 25 años del Coloquio… Fue una figura muy importante allí y montó también una galería. Él era arquitecto y tenía una oficina muy chiquita de arquitectos que nunca funcionó, empezaron a exponer arte porque no tenían idea de que vivir y empezó a irle muy bien. Entonces como que la única galería seria en Medellín era ‘La oficina’ pero Alberto era luego también curador de la colección de arte Suramericana, y luego se volvió curador del Museo de Arte Moderno, y luego curador del Museo de Antioquia…
H.J. Pero es casi como ilegal ser tan curador… (risas) Porque claro, si soy curador de un espacio para que querer serlo de otro…
M. ¿Pero eso no señala también una ausencia de personas para asumir esa responsabilidad?
J.C. Claro, y cuando la gente empieza a crecer y tiene ambición en ese campo pues qué posición podrían tener si todos los espacios están ocupados. Eso hizo que en ese lapso de tiempo no haya relevo generacional posible, que no haya ninguna alteridad. Y aunque un discurso sea interesante llega un punto donde se estabiliza y pierde toda posibilidad de acción. Un artista a quién le propone un diálogo si el interlocutor siempre es el mismo.
M. Claro pero ahí también debería surgir la figura del curador independiente. No es necesario estar posicionado en un espacio institucional para armar un discurso crítico o expositivo.
JC. Claro, apareció por ejemplo un curador independiente que trabaja muy bien que es Juan Alberto Gaviria, que hizo y sigue haciendo cosas muy interesantes…
M. Bueno, justo cuando nosotros llegamos a Medellín le pregunté a Adriana [Pineda] de Taller 7 si habían curadores jóvenes y me dijo de modo rotundo que no. Y eso es preocupante, no estoy pensando en que el curador es la figura estrella, simplemente me interesaba saber por donde podían ir esos otros discursos más jóvenes, aquellos dirigidos a interrogar y cuestionar esa institucionalidad de la cual hablas, o al menos el funcionamiento administrativo de las narraciones artísticas en la ciudad.
J.C. Claro, y cuando esta gente se retire quién va a ocupar estos cargos si no hay nadie que esté haciendo carrera en ese ámbito porque no hay perspectiva.
M. Pero la carrera de curaduría no existe, al menos no para nuestros países… Y no lo va a haber por lo pronto me parece.
HJ. Pero tú [Miguel] por ejemplo eres curador.
E. Sí pero no eso no pasa por la educación, las acciones mismas te hacen la carrera.
M. Claro, es la experiencia directa, las ganas de ejercer, las necesidades de respuesta frente a tu contexto. Por ejemplo me parece muy interesante que se recuperara como coordenada el I Coloquio de Arte No-objetual y Arte Urbano de 1981, porque eso te podría hacer pensar en una tradición de experimentación crítica desde la práctica artística.
JC. Yo tengo mucha expectativa con todos los asistentes de curaduría del Encuentro porque son personas con formación y ahora con una experiencia súper intensa. Además han internalizado esta idea de hospitalidad no como tema sino como forma de actuar en el Encuentro: para ellos ha estado clarísimo, son las personas más amables que uno puede encontrar para acompañar a quien llega de afuera. Y ellos son la mejor posibilidad, como grupo de gente joven, para que se hagan en un futuro estas cosas.
M. Mi manera de entrar a la curaduría ha sido también a través de la experiencia directa e intercambio con gente más experimentada en el campo. En ese sentido valoro mucho que se hayan decidido a formar desde el propio ejercicio.
JC. Claro esa es la experiencia del día a día. Estos chicos inicialmente estaban asustados porque no tenían experiencia, era como lanzarse directamente al agua. Pero en verdad todos estamos aprendiendo todo el tiempo. Estamos probando si funciona tener dos veces por semana actividades de discusión durante cuatro meses, o si tiene sentido propiciar más escenarios de formación pedagógica. Por ejemplo hay un Taller un Curaduría montado desde el 30 de enero hasta ahora, cada mes viene gente a la ciudad a dictar algunas sesiones. Hay un Taller de Guías de Exposiciones, un Taller de Diseño y de Edición. Escenarios que tal vez no son visibles pero que están pasando todo el tiempo y estamos evaluando si valió la pena mantenerlo seis meses o tal vez era más favorable trabajar menos meses, o si deberían ser semanas, qué resulta más pertinente, qué es lo más favorable. Hay como mucha incertidumbre pero en el fondo yo estoy muy satisfecho.
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