domingo, junio 03, 2007
Escuela Abierta
Al calor de debates y cuestionamientos recientes sobre la enseñanza del arte en Lima -y las instituciones involucradas- llevados a cabo ya sea desde la ENSBAP , la Facultad de Arte de la PUCP o en comentarios subidos a este blog, recomiendo bajarse el último número de la revista Zehar del centro de arte Arteleku en Guipuzkoa que titulado "Escuela Abierta" aporta una serie de documentos que de seguro pueden enriquecer los mencionados debates. Como muestra ahí va el primer apartado del artículo de Irit Rogoff: "La Academia como Potencialidad"(*). La versión en castellano puede descargarse aquí.
(*) Para quién quiera leer el texto en su versión original en inglés y completa sin los recortes de la versión en castellano, ahí va el enlace para descargarlo del sitio de la cumbre de iniciativas no alienadas de cultura de la educación -"SUMMIT non-aligned initiatives in education culture"- que tuvo lugar en Berlín la semana pasada.
....
Irit Rogoff
La academia como potencialidad
Justo ahora
De vez en cuando, me encuentro en el aula diciendo “no tengo ni idea” a mis estudiantes un tanto incrédulos. Esta no es una falsa declaración de ignorancia ni una modestia impropia, sino una expresión genuina del hecho de que no sé, en términos de conocimiento estructurado, cómo llegar al lugar en el que necesito estar. Me parece que los cuerpos de conocimiento y las cuestiones urgentes que tengo a mi disposición no concuerdan y producen una vía en la que temas, argumentos y modos de funcionamiento se fusionan a la perfección. Y de este modo, parecería que la labor de la “academia”, de la enseñanza, no consiste en afectar a esa fusión sin costuras, sino en comprender esta desunión productiva y sus posibilidades de creación. Los temas y los conocimientos no viven en un estado sencillo de armonía productiva: ésta es la dimensión tácita del debate contemporáneo sobre la enseñanza, tácita debido a que responde a los objetivos de instrumentalizar de forma uniforme la educación hacia un conjunto de resultados predeterminados. Como habitantes de estos espacios y atmósferas de “academia”, estamos atrapados de forma permanente en una tensión (esperemos que productiva) entre el conocimiento del lugar al que podríamos querer ir y el poder provocado por la sensación de que disfrutamos de todos los derechos para embarcarnos en este viaje, siendo conscientes al mismo tiempo de que podríamos carecer de las herramientas que necesitamos o de la fortaleza de espíritu exigida por cualquier viaje a territorio desconocido. Este dilema “puedo / no puedo” constituye el núcleo de mi noción de “La academia como potencialidad” que espero desarrollar aquí.
Es posible que, en aras de la claridad, deba manifestar que en este texto he acabado con nociones de espacios de aprendizaje y espacios de exposición. Aunque pueden pertenecer a diferentes órdenes institucionales que disponen de fuentes de financiación distintas, que contratan a profesionales con formación diferente y que esperan resultados diversos, etc., el proyecto actual -“academia”- está intentando refractarlos entre sí.
En la actualidad, parece que todo el mundo se opone enfurecidamente a la enseñanza. Desde mediados del siglo XX, jamás la reforma educativa había sido tan conflictiva ni había estado tan imbuida de un feroz dinamismo para lograr una presunta eficiencia por una parte, contrarrestado por campañas para salvaguardar una aparente libertad para especular por la otra. Se ha producido una guerra bastante extraña en la que aquellas personas que desean mantener la “enseñanza dirigida por el significado” chocan con las que quieren vigilar y controlar sus formas y estructuras, prestando mucho énfasis a su efectividad y otorgando poco interés a su contenido o, más importante aún, a lo que podría facilitar. La enseñanza en general y la “academia” en particular son las metáforas que se están utilizando (y, ocasionalmente, utilizando en demasía) para luchar contra todo lo que está mal y todo lo que podría ser posible, para lograr acceder a los temas urgentes e importantes de nuestros días. En general, existe mucha oscuridad, desencanto y temor; pero, aquí y allá, en pequeñas bolsas de marginalidad, también existe un extraño tipo de optimismo que rodea a este energético debate o, como señaló Homi Bhabha hace mucho tiempo, “In every emergency, there is also an emergence”1. Si no fuera así, si la educación no estuviera imbuida de cierto sentimiento de posibilidad, no dispondríamos de tantas iniciativas para exposiciones que asumen como formato ideas de investigación, de laboratorio, de aprendizaje y de enseñanza. De un modo extraño, la iniciativa a gran escala de “Bologna” y el tipo de controles supranacionales que está produciendo, junto con el cada vez mayor control burocrático de la enseñanza en Gran Bretaña, han dado lugar a la creación de una “academia” como ámbito tanto de oposiciones como de posibilidades imaginativas. Y, de este modo, lo que ha languidecido durante unos veinticinco años (desde finales de la década de los 60) creando una burbuja benigna de libertades individualistas ha irrumpido repentinamente en la primera fila de los debates políticos, inmerso en algo que va más allá de la administración institucional. Debo confesar aquí que, a pesar de conocer bien los peligros de esta atención demasiado entusiasta, me agrada mucho esta actualización de la enseñanza hasta alcanzar todo su potencial político y convertirse en la arena en la que se debaten temas más amplios que sus propias cuestiones internas.
En especial, la educación en, de y para las artes, con sus epistemologías no teológicas, inestables e inconsistentes, se está convirtiendo en terreno de prueba adecuado para comprobar la necesidad de distanciarse y problematizar las relaciones entre las contribuciones y los resultados en la enseñanza, y de insistir en la imposibilidad total de conocer por anticipado adónde podrían llevar el pensamiento y la práctica.
El modo en que esto influye en la enseñanza artística es especialmente escabroso, puesto que aquí el proceso y la investigación lo son todo y es virtualmente imposible lograr la determinación de “resultados” irrefutables y rápidos que atestigüen la terminación con éxito de una formación o un aprendizaje educativo. Uno se estremece ante la idea de artistas, directores, conservadores, críticos, etc. cada vez más “profesionales”, cuyos estudios están dirigidos a llevar a cabo exposiciones finales con la calidad prescrita por los museos, performances, muestras exquisitamente profesionalizadas de resistencia cultural, textos posicionados críticamente y perfectamente puestos a punto que merecen ser publicados. Uno se estremece, no porque esto sea aburrido, que ciertamente lo es, sino porque la idea de ser capaz de prever el resultado de un proceso de investigación es completamente ajena a la misma noción de lo que trata la “enseñanza”.
En otro nivel, las tensiones han aumentado entre las diferentes tendencias que rodean el campo de la “creatividad” educativa; nociones anticuadas de inspiración sin articulación, nociones un poco menos anticuadas acerca de la importancia de la
competencia analítica y crítica, todo ello compitiendo con las pedagogías contemporáneas de la actualización, la personificación y la criticalidad como las consecuencias duraderas del conocimiento. Todo esto nada en el mismo caldo institucional produciendo, en ocasiones, choques frontales pero coexistiendo la mayor parte del tiempo en un tipo de indiferencia liberal en el que se ignoran las contradicciones y los contenciosos de la “diferencia” en aras de cierta armonía erróneamente concebida en la que se tapan todas las bases.
Diría que estas facciones producen un falso conjunto de conflictos y compromisos. La cuestión de la enseñanza en general y de la enseñanza artística en particular, la cuestión que aún no hemos comenzado a tratar, no consiste en especificar lo que necesitamos saber y el modo en que necesitamos saberlo ni en quién determina esto y se beneficia de ello; por el contrario, es una cuestión que se refiere al modo en que podríamos saber lo que aún no sabemos cómo saber. Y aquí, en el objetivo de acceder a esta compleja aspiración, radica la necesidad que tenemos de cambiar nuestro vocabulario, de intercambiar la transferencia de conocimientos y la valoración de conocimientos, la profesionalización, los resultados cuantificables y la comerciabilidad por otro conjunto de términos y otro conjunto de aspiraciones.
Estas aspiraciones podrían tener relación con las realidades contemporáneas duraderas que experimentamos, con la sensación de urgencia que podrían inculcarnos, con el modo en el que estas realidades duraderas podrían indicarnos las herramientas críticas que nos permitirían entrar en acción y convertirnos en agentes de la misma. Lo que me gustaría lograr, por tanto, es un conjunto de términos emergentes alternativos que se desarrolle en el nombre de ese “conocimiento aún no conocido”. Términos tales como potencialidad, realización y acceso que, para mí, constituyen los bloques de construcción y los vectores de navegación para una pedagogía actual, una pedagogía en paz con su parcialidad, una pedagogía no preocupada por el éxito, sino por el intento.
Los escépticos que me estén escuchando negarán con la cabeza y criticarán mi ingenuidad, se preguntarán cómo no puedo reconocer las exigencias de la burocracia y del mercado, del nuevo empresariado de las artes y toda la importancia y las marcas y el consumo en la academia. Sin negar por un solo momento la presión abrumadora de todos estos factores debo argumentar, sin embargo, que necesitamos aprender a vivir en economías más en paralelo que en conflicto; a movernos lateralmente, a hallar el momento oportuno, a comprometernos en numerosos procesos no legitimados, a elaborar los nuevos temas que necesitamos para nosotros mismos, a comenzar siempre desde este momento y desde este punto, y a buscar siempre lo que podría ser importante en lugar de útil, a saber.
-continúa aqui-
NOTA
1 N. de la T.: Juego de palabras entre “emergency” (situación de peligro que requiere
una acción inmediata) y “emergence” (acción y efecto de emerger). La frase podría
traducirse del siguiente modo: “En todas las emergencias, siempre hay un surgimiento”.
Irit Rogoff es profesora de Culturas visuales en el Goldsmiths College, London
University. Es autora de "Terra Infirma-Geography’s Visual Culture" y recientemente ha
sido comisaria de la exposición "De-Regulation with the Work of Kutlug Ataman" que ha
viajado a Amberes, Herzylia y Berlin, y de la exposición "Academy-Teaching and
Learning", en el Eindhoven Van Abbemuseum.
(*) Para quién quiera leer el texto en su versión original en inglés y completa sin los recortes de la versión en castellano, ahí va el enlace para descargarlo del sitio de la cumbre de iniciativas no alienadas de cultura de la educación -"SUMMIT non-aligned initiatives in education culture"- que tuvo lugar en Berlín la semana pasada.
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Irit Rogoff
La academia como potencialidad
Justo ahora
De vez en cuando, me encuentro en el aula diciendo “no tengo ni idea” a mis estudiantes un tanto incrédulos. Esta no es una falsa declaración de ignorancia ni una modestia impropia, sino una expresión genuina del hecho de que no sé, en términos de conocimiento estructurado, cómo llegar al lugar en el que necesito estar. Me parece que los cuerpos de conocimiento y las cuestiones urgentes que tengo a mi disposición no concuerdan y producen una vía en la que temas, argumentos y modos de funcionamiento se fusionan a la perfección. Y de este modo, parecería que la labor de la “academia”, de la enseñanza, no consiste en afectar a esa fusión sin costuras, sino en comprender esta desunión productiva y sus posibilidades de creación. Los temas y los conocimientos no viven en un estado sencillo de armonía productiva: ésta es la dimensión tácita del debate contemporáneo sobre la enseñanza, tácita debido a que responde a los objetivos de instrumentalizar de forma uniforme la educación hacia un conjunto de resultados predeterminados. Como habitantes de estos espacios y atmósferas de “academia”, estamos atrapados de forma permanente en una tensión (esperemos que productiva) entre el conocimiento del lugar al que podríamos querer ir y el poder provocado por la sensación de que disfrutamos de todos los derechos para embarcarnos en este viaje, siendo conscientes al mismo tiempo de que podríamos carecer de las herramientas que necesitamos o de la fortaleza de espíritu exigida por cualquier viaje a territorio desconocido. Este dilema “puedo / no puedo” constituye el núcleo de mi noción de “La academia como potencialidad” que espero desarrollar aquí.
Es posible que, en aras de la claridad, deba manifestar que en este texto he acabado con nociones de espacios de aprendizaje y espacios de exposición. Aunque pueden pertenecer a diferentes órdenes institucionales que disponen de fuentes de financiación distintas, que contratan a profesionales con formación diferente y que esperan resultados diversos, etc., el proyecto actual -“academia”- está intentando refractarlos entre sí.
En la actualidad, parece que todo el mundo se opone enfurecidamente a la enseñanza. Desde mediados del siglo XX, jamás la reforma educativa había sido tan conflictiva ni había estado tan imbuida de un feroz dinamismo para lograr una presunta eficiencia por una parte, contrarrestado por campañas para salvaguardar una aparente libertad para especular por la otra. Se ha producido una guerra bastante extraña en la que aquellas personas que desean mantener la “enseñanza dirigida por el significado” chocan con las que quieren vigilar y controlar sus formas y estructuras, prestando mucho énfasis a su efectividad y otorgando poco interés a su contenido o, más importante aún, a lo que podría facilitar. La enseñanza en general y la “academia” en particular son las metáforas que se están utilizando (y, ocasionalmente, utilizando en demasía) para luchar contra todo lo que está mal y todo lo que podría ser posible, para lograr acceder a los temas urgentes e importantes de nuestros días. En general, existe mucha oscuridad, desencanto y temor; pero, aquí y allá, en pequeñas bolsas de marginalidad, también existe un extraño tipo de optimismo que rodea a este energético debate o, como señaló Homi Bhabha hace mucho tiempo, “In every emergency, there is also an emergence”1. Si no fuera así, si la educación no estuviera imbuida de cierto sentimiento de posibilidad, no dispondríamos de tantas iniciativas para exposiciones que asumen como formato ideas de investigación, de laboratorio, de aprendizaje y de enseñanza. De un modo extraño, la iniciativa a gran escala de “Bologna” y el tipo de controles supranacionales que está produciendo, junto con el cada vez mayor control burocrático de la enseñanza en Gran Bretaña, han dado lugar a la creación de una “academia” como ámbito tanto de oposiciones como de posibilidades imaginativas. Y, de este modo, lo que ha languidecido durante unos veinticinco años (desde finales de la década de los 60) creando una burbuja benigna de libertades individualistas ha irrumpido repentinamente en la primera fila de los debates políticos, inmerso en algo que va más allá de la administración institucional. Debo confesar aquí que, a pesar de conocer bien los peligros de esta atención demasiado entusiasta, me agrada mucho esta actualización de la enseñanza hasta alcanzar todo su potencial político y convertirse en la arena en la que se debaten temas más amplios que sus propias cuestiones internas.
En especial, la educación en, de y para las artes, con sus epistemologías no teológicas, inestables e inconsistentes, se está convirtiendo en terreno de prueba adecuado para comprobar la necesidad de distanciarse y problematizar las relaciones entre las contribuciones y los resultados en la enseñanza, y de insistir en la imposibilidad total de conocer por anticipado adónde podrían llevar el pensamiento y la práctica.
El modo en que esto influye en la enseñanza artística es especialmente escabroso, puesto que aquí el proceso y la investigación lo son todo y es virtualmente imposible lograr la determinación de “resultados” irrefutables y rápidos que atestigüen la terminación con éxito de una formación o un aprendizaje educativo. Uno se estremece ante la idea de artistas, directores, conservadores, críticos, etc. cada vez más “profesionales”, cuyos estudios están dirigidos a llevar a cabo exposiciones finales con la calidad prescrita por los museos, performances, muestras exquisitamente profesionalizadas de resistencia cultural, textos posicionados críticamente y perfectamente puestos a punto que merecen ser publicados. Uno se estremece, no porque esto sea aburrido, que ciertamente lo es, sino porque la idea de ser capaz de prever el resultado de un proceso de investigación es completamente ajena a la misma noción de lo que trata la “enseñanza”.
En otro nivel, las tensiones han aumentado entre las diferentes tendencias que rodean el campo de la “creatividad” educativa; nociones anticuadas de inspiración sin articulación, nociones un poco menos anticuadas acerca de la importancia de la
competencia analítica y crítica, todo ello compitiendo con las pedagogías contemporáneas de la actualización, la personificación y la criticalidad como las consecuencias duraderas del conocimiento. Todo esto nada en el mismo caldo institucional produciendo, en ocasiones, choques frontales pero coexistiendo la mayor parte del tiempo en un tipo de indiferencia liberal en el que se ignoran las contradicciones y los contenciosos de la “diferencia” en aras de cierta armonía erróneamente concebida en la que se tapan todas las bases.
Diría que estas facciones producen un falso conjunto de conflictos y compromisos. La cuestión de la enseñanza en general y de la enseñanza artística en particular, la cuestión que aún no hemos comenzado a tratar, no consiste en especificar lo que necesitamos saber y el modo en que necesitamos saberlo ni en quién determina esto y se beneficia de ello; por el contrario, es una cuestión que se refiere al modo en que podríamos saber lo que aún no sabemos cómo saber. Y aquí, en el objetivo de acceder a esta compleja aspiración, radica la necesidad que tenemos de cambiar nuestro vocabulario, de intercambiar la transferencia de conocimientos y la valoración de conocimientos, la profesionalización, los resultados cuantificables y la comerciabilidad por otro conjunto de términos y otro conjunto de aspiraciones.
Estas aspiraciones podrían tener relación con las realidades contemporáneas duraderas que experimentamos, con la sensación de urgencia que podrían inculcarnos, con el modo en el que estas realidades duraderas podrían indicarnos las herramientas críticas que nos permitirían entrar en acción y convertirnos en agentes de la misma. Lo que me gustaría lograr, por tanto, es un conjunto de términos emergentes alternativos que se desarrolle en el nombre de ese “conocimiento aún no conocido”. Términos tales como potencialidad, realización y acceso que, para mí, constituyen los bloques de construcción y los vectores de navegación para una pedagogía actual, una pedagogía en paz con su parcialidad, una pedagogía no preocupada por el éxito, sino por el intento.
Los escépticos que me estén escuchando negarán con la cabeza y criticarán mi ingenuidad, se preguntarán cómo no puedo reconocer las exigencias de la burocracia y del mercado, del nuevo empresariado de las artes y toda la importancia y las marcas y el consumo en la academia. Sin negar por un solo momento la presión abrumadora de todos estos factores debo argumentar, sin embargo, que necesitamos aprender a vivir en economías más en paralelo que en conflicto; a movernos lateralmente, a hallar el momento oportuno, a comprometernos en numerosos procesos no legitimados, a elaborar los nuevos temas que necesitamos para nosotros mismos, a comenzar siempre desde este momento y desde este punto, y a buscar siempre lo que podría ser importante en lugar de útil, a saber.
-continúa aqui-
NOTA
1 N. de la T.: Juego de palabras entre “emergency” (situación de peligro que requiere
una acción inmediata) y “emergence” (acción y efecto de emerger). La frase podría
traducirse del siguiente modo: “En todas las emergencias, siempre hay un surgimiento”.
Irit Rogoff es profesora de Culturas visuales en el Goldsmiths College, London
University. Es autora de "Terra Infirma-Geography’s Visual Culture" y recientemente ha
sido comisaria de la exposición "De-Regulation with the Work of Kutlug Ataman" que ha
viajado a Amberes, Herzylia y Berlin, y de la exposición "Academy-Teaching and
Learning", en el Eindhoven Van Abbemuseum.
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2 comentarios:
Hola Raimond, queria saber de dónde sacaste este texto traducido al castellano de Irit Rogoff. Ella fue profesora mia en Londres.
Gracias,
Lucia Pardo
www.artchivo.com
Hola Lucia
La traduccion que no es muy buena la saque de la revista Zehar. El original en ingles y mas extenso lo baje de la web de un encuentro en Berlin. Puedes acceder a ambos sitios web desde la misma cabecera del post Escuela Abierta.
Raimond
escribo desde compu sin acentos, disculpen
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