domingo, febrero 10, 2008

Aquí falta un tornillo




El pasado jueves, la columna de Luis Lama en Caretas ha lanzado una serie de suposiciones aventuradas a partir de inferencias equívocas. Las impresiones personales que el crítico guarda sobre la obra de Víctor Delfín son aquí harina de otro costal: cada quien es libre de tenerlas y hacerlas públicas cuando le sea posible. No obstante, lo que se exhibe en la Sala Luis Miro Quesada Garland de la Municipalidad de Miraflores dista enormemente de ser un “homenaje” (como el ofrecido hace algunos meses al artista en Villa El Salvador), particularmente en el sentido burdo y poco relevante que toma el término entre nosotros. Se trata en suma de ofrecer una mirada antológica a la obra de un artista mayor, cuya presencia entre nosotros parece gozar de pocas consideraciones por parte del público entendido (y que, sin embargo, han roto un record de asistencia a las salas en esta última semana). La pregunta es: cuáles fueron las consideraciones que, hace algo menos que Cuarenta años, marcaron en nuestro país una estima distinta para su trayectoria en la escena local de las artes visuales, principalmente encumbrada hacia fines de los años Sesenta y la primera mitad de los Setenta. Una estima que hoy parece más bien escasa.
A Luis Lama le interesa más desestimar una propuesta que pensarla como lo que es: una situación específica, desplegada en un contexto social y cultural determinado. Por ello exalta sus opiniones adversas sobre el trabajo del artista y no habla nada (absolutamente nada) de la exposición y de las lecturas que en esta se ofrecen. El lugar común es la imprecación y, su columna, como tantas otras veces –incluso cuando llega a ponderar en exceso el trabajo de otros creadores-, está plagada de lugares comunes.
Pero más allá de la falta de miras o de la superficialidad del juicio (no pretendo siquiera dar argumentos para un debate sobre la importancia que tenga, o no tenga la obra de Delfín), Lama resbala al suponer que esta exposición fue un proyecto acordado en una instancia distinta a la Oficina de Artes Visuales. No pretendo más que decepcionarlo un poco más: ese proyecto fue presentado por el propio artista y aprobado por los curadores involucrados en esta oficina hace meses y nunca acordada ni impuesta hace dos semanas, como él afirma. Las razones son elementales y distan de ser gobernadas por la pasión de mostrar solo lo absolutamente contemporáneo o lo visualmente imprescindible: nos interesa también contribuir a pensar la historia del arte reciente y, en ese sentido, obliterar una presencia contribuye solo a alimentar una generalizada desidia intelectual entre nosotros. Ciertamente, Víctor Delfín está ausente de muchas de las lecturas de corte histórico que se han ensayado en los últimos años (incluidas la serie de Miradas del Fin de Siglo, del MALI). Pero, sin ponderar, aquí se trata de evaluar algunos móviles de su producción y motivar ya en el espectador una reflexión sobre el itinerario de su exclusión. Al igual que en la escultura del denominado Parque del amor, es inútil discutir consideraciones estéticas. Interesa más pensar el sentido que ese parque ha tomado como enclave de interacción urbana. Interesan más las relaciones e interrelaciones que invisibilizan o relegan la presencia de la escultura como la obra y la convierten en un espacio socializado (¿no es acaso ya, un reducto de los pobladores de los márgenes urbanos en pleno corazón de Miraflores?). Invito a ver la muestra en esos términos.
No ha existido aquí, por tanto, una tuerca o “rosca perfecta para un asunto político”. Quizá estas líneas que me he tomado la molestia de escribir, me dan el enorme gusto de disentir, de decepcionar por fin al comentarista de Caretas. Tantos halagos de su parte en los últimos años me han vuelto sumamente autocrítico. No pensé que eso seria posible con una muestra de Delfín. He allí, considerando solo ese detalle, un punto para el artista.

Reproduzco aquí lo sostenido por Lama en Caretas:

La Rosca Perfecta

La degradación de la Sala Municipal de la Municipalidad de Miraflores se pone de manifiesto en el homenaje a Víctor Delfín; un señor que en los años 60 se vanagloriaba de ser el hombre que logró hacer arte de la chatarra, cuando en realidad, retrucaban, que fue el único capaz de convertir el arte en chatarra.

Es importante que se conozca quién es Víctor Delfín, las obras que ha hecho antes y después de los setenta, sus ambiciones y sus giros al panfleto, como el infamante dibujo en la Bienal de Trujillo. A esto se le puede sumar un prolífico anecdotario en el que no faltan los intentos fallidos de emular a Guayasamín, la ocupación de terrenos municipales o su amenaza de sacarnos la mierda (sic) a quienes discrepamos de su oportunismo político.

Todo es tan conocido como predecible la actitud de la inane Gerencia de Cultura de Miraflores. Lo más deplorable es que cuatro curadores hayan participado en este juego de poder en una actividad improvisada, pues en los boletines “culturales” la muestra era absolutamente ignorada apenas dos semanas atrás.

Si Delfín tuviera trascendencia en el siglo XX no se entienden las razones por las cuales fuera escrupulosamente omitido de esas exposiciones de fin de siglo, que tanto descrédito dieran a la reina malí, Natalia Majluf. Los mismos curadores estaban directamente involucrados en estos trabajos y ninguno se atrevió a incorporar a Delfín. Por eso los grandes perdedores son estos jóvenes que han incinerado un prestigio en proceso de consolidación al servir como la rosca perfecta sobre la que se ha dado una vuelta de tuerca política. En términos mediáticos, el problema radica en que Delfín pretende ser tratado como Paris Hilton cuando no pasa de ser un remedo de Britney Spears.

3 comentarios:

  1. Por donde Lama se relame es por la herida: quisiera volver a ser la tuerca de una maquinaria cultural cuya obsolescencia chirriaba en cada gozne, sin goce y alienada, como una terca tuerca sin perno. (Por si acaso, aca solo reflejo su algarabia metaforica machista)
    Lama muestra, ademas de su petulancia habitual, ignorancia de los procedimientos actuales en la gestion cultural de Miraflores, como senala Emilio. Y, lenguaraz como el solo, mas que mediatico mediocre, exhibe sin escrupulos el personalismo con que antes gestionaba como comisario cultural de las artes, en este caso rechazando sin argumentos, aparentemente por mera antipatia personal, tanto que se exhiba a Delfin, como que Majluf este en el mali (y el no).
    El asunto de fondo obviamente es politico.
    Aca esos cuatro jovenes curadores no "han incinerado un prestigio en proceso de consolidacion" -como chirria Lama lamentablemente. Al contrario, quitan la herrumbre y abren el espacio cultural a un dialogo mas plural e inclusivo, menos personalista y prejuicioso.
    x.

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  2. No soy ningún defensor de Delfín. Sólo quiero decir que Lama escribe con el hígado. Terriblemente.

    No estoy de acuerdo con "x". El asunto de fondo no es político. El asunto de fondo es que Lama está viejo y malhumorado. Su artículo desliza la guadaña sobre los cuellos de los "jóvenes" curadores que queman su éxito con esta osadía. Quiénes quedan? Quién debería ser llamado? Pues él, el buen Lama de los impresentables artículos de Caretas.

    Pobre Lama. En algún momento también saldrás de Caretas. Y no será porque no sabes de crítica, sino porque no quisiste ejercerla.

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  3. Uff! Arde papi! No me gusta Delfín. Los curadores sí.

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