sábado, octubre 13, 2007

Entrevista sobre La Restinga

A continuación copio la entrevista que el día de hoy publica José Gabriel Chueca a Luis Gonzales-Polar, quien dirige La Restinga. Un proyecto también impulsado por el artista Christian Bendayán en la ciudad amazónica de Iquitos. La entrevista ha sido tomada íntegra del diario Perú21.
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Luis Gonzales-Polar: La Restinga es una puerta para niños fuera de la miseria
por: José Gabriel Chueca

Iquitos es exuberante. Sus bellezas son tan sorprendentes como pueden serlo sus dramas, por ejemplo, el de los niños de la calle. Ante eso, sin embargo, hay respuestas igualmente bellas, como La Restinga, asociación que ayuda a niños en riesgo, dirigida por Luis Gonzales-Polar, 'Puchín'.

"Estudié Comunicaciones en la Universidad de Lima. Me quedé en la capital cuando terminé, intentando hacer algo pero sin buscar nada tampoco -nunca me gustó trabajar y, menos, pedir trabajo-. Luego regresé a Iquitos donde, después de hacer un par de cosas, me quedé tonteando hasta que, de una manera supercasual, salió la posibilidad de La Restinga", explica Luis Gonzales-Polar.

¿Qué es La Restinga?
Es un espacio para que los chicos tengan una oportunidad diferente a la que les ofrece el resto de la ciudad. Trabajamos con menores que viven en pobreza o en pobreza extrema, que son trabajadores, que están expuestos a explotación sexual, etc. Procuramos darles un espacio donde puedan pasarla bien, una ventana chiquita en medio de lo que les da la miseria.

¿Cómo funciona?
Los chicos -tenemos a cien, entre hombres y mujeres- vienen a hacer actividades y vuelven a casa, luego van a estudiar o trabajar. Tenemos un programa de refuerzo escolar para evitar que dejen el colegio. Suelen tener atraso en relación con el resto. La pobreza hace que no tengan útiles, etc. Nosotros tratamos de paliar eso y que desarrollen otras habilidades, que aprendan teatro, danza, zancos, a manejar computadoras antes que los demás y otras cosas que los hacen verse mejores frente al resto.

¿Cómo nació La Restinga?
Nació en un bar, en octubre del 96. Estábamos con Christian Bendayán tomando un agua loca -un trago de un bar de aquí-, cuando escuchamos hablar de una feria sobre sida. Nosotros estábamos tocados por el tema; entonces, nos pusimos a pensar y decidimos hacer teatro para prevención con chicos que vivían en la calle, con quienes compartíamos el espacio.

¿Por qué?
Porque también nos amanecíamos; entonces, siempre nos veíamos. Y conocíamos sus conductas de altísimo riesgo. Sabíamos que si uno de ellos se contagiaba se morirían todos. Eran chicos de entre 14 y 18 años, que rotaban parejas, que a veces daban sexo por dinero, que consumían sustancias. Con ellos comenzamos a trabajar. Una vez que planteamos esta historia, conseguimos que Salud nos diera una tarjeta de teléfono, unas raciones de comida y chequeos generales para los chicos. Cuando se acabó eso, seguimos trabajando con la plata de los amigos.

¿Y cómo llegaron a esta casa?
Ellos ensayaban en la calle. Pero un día llovió y, como eran recios, siguieron bajo la lluvia. Entonces, los mandé a este local, que era de mi padre y estaba lleno de cosas viejas. En esa época, yo ponía música en un bar; cuando acabé, vine y arreglamos el lugar. Esa experiencia duró ocho meses. Fue muy difícil, pero muy enriquecedor también.

¿Cómo subsistía La Restinga?
Un amigo, Rafo Díaz, dirigía presentaciones de teatro en colegios. Conseguimos plata a través de Médicos Sin Fronteras... hasta que los indicadores macroeconómicos señalaron que ya no éramos pobres y se fueron del Perú. Luego se integró al grupo Ítala Morán, que tenía experiencia de trabajo con chicos en Lima. Ella puso orden en todo esto, porque éramos un caos. Estábamos aprendiendo. Al cabo de ocho meses, yo había quedado al borde del suicidio.

Usted pasó de no hacer nada en la vida a tener a su cargo a chicos recontra difíciles.
Que llegaban borrachos, hacían destrozos, eran dependientes, etc. Quizá, a veces, los chicos que recién vienen lo miran a uno como si no tuviera corazón. Ahora uno ya sabe cómo es y, eventualmente, tiene que tomar decisiones duras. Pero decidimos que teníamos que evitar que otros chicos llegaran a eso. Por eso, en el 98, volvimos a abrir como un espacio transitorio para chicos en riesgo.

¿Qué fue de esos primeros chicos?
Algunos siguen ahí. Otros están mucho mejor. Hay uno que es alcohólico, pero que tiene a sus dos hijos en el jardín. No quiere que ellos sean como él.

Imagino que no se puede evitar hacer amistad con los chicos que llegan a La Restinga.
Lo que es alucinante es que, mientras más tiempo pasan en La Restinga, exigen más responsabilidad. Quieren cocinar o limpiar o lo que sea para sentir que pertenecen a este lugar. Por ejemplo, ser asistente de cocina es un rango alto -de hecho, todos son tragones-. Al comienzo, ningún chico quería cocinar, porque era cosa de mujeres. Pero después ya no dejaban entrar a las chicas. La cocina, entonces, nos permite trabajar el tema de género. Y los chicos, ahora, cuando van a sus casas, cocinan.

¿Cómo los detectan?
A muchos, uno los ve bien. Pero, cuando descubre sus historias oscuras, se queda de piedra. Entonces trabajamos la resiliencia, porque sucede que, muchas veces, sus propias familias son el principal obstáculo para el desarrollo de estos niños. De lo que se trata es de desarrollar en los chicos la capacidad de resistir un espacio adverso y que quieran a sus padres como son. Pero muchos padres empiezan a cambiar. Una señora me decía: 'Mi hijito, cuando llega a la casa, me abraza y me besa. Antes no lo hacía'.

No todos deben ser éxitos.
Una chica de 19 años, de la primera generación, murió de sida. Y su bebita también. Eso nos tocó mucho y nos hizo ver que podemos proponer cosas, pero que los chicos son personas, no objetos que uno pueda controlar. Se suele tratar al niño como alguien que no puede decidir, pero lo hace. Lo mejor que se puede hacer en un hogar es enseñarles a decidir.

¿Cuál es la motivación detrás de este trabajo?
En La Restinga estamos medio obsesionados con la idea de devolver. Si yo he formado esto ha sido porque me sentía en deuda. He recibido muchas cosas en la vida. Por eso, lo que me cae lo paso; lo que sé lo enseño. Y eso cala en los chicos que vienen aquí: están pensando en, después, enseñar a otros niños lo que aprenden. Lo consideran una responsabilidad
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