Hace pocos días apareció en El Cultural de España una nota que amplía y da nuevos alcances sobre la Bienal de Valencia. Como se ya he mencionado en esta Bienal participan tanto el curador Gustavo Buntinx con su proyecto expositivo Lo impuro y lo contaminado. Pulsiones (neo)barrocas en la ruta de Micromuseo ("al fondo hay sitio"), así como los artistas Armando Andrade, Juan Enrique Bedoya, y también Fernando Bryce -quien está presentando la serie Revolución- en la sección de arte latinoamericano curada por Kevin Power y Ticio Escobar titulada Otras contemporaneidades: Convivencias Problemáticas.
Reproduzco el artículo firmado por José Luis Clemente.
....................
Bienal de Valencia-Sâo Paulo.
Entre lo local y lo global
por José Luis CLEMENTE
Las bienales de arte se han convertido en las últimas décadas en un fenómeno expositivo de dimensiones excesivas para el interés real que el arte contemporáneo genera en la población. Entre la lista interminable de bienales esparcidas por los cinco continentes, encontramos certámenes para todos los gustos y con desigual fortuna. Las hay antiguas –Venecia y São Paulo–, modernas –Sevilla y Moscú–, periféricas –La Habana y Johannesburgo–, alternativas –Estambul y Liverpool– o contestatarias –Manifiesta y Berlín–. Las hay de primera división y de cuarta categoría, todo dependiendo de los artistas y comisarios que entren en juego. Desde que iniciara su andadura la de Venecia a finales del XIX, la cultura y el arte se convirtieron en adorno para el mejor decoro de las naciones, más allá del potencial industrial y comercial. Un siglo después, este fenómeno ha proporcionado de nuevo una coartada a los estados para proyectar su imagen. Sin embargo, la sobreproducción artística y su institucionalización han convertido el arte en un producto más de consumo rápido.
En unas declaraciones a El Cultural, María de Corral señalaba cómo “hay extranjeros que vienen a ver exposiciones y dicen que lo que falta en España es un discurso articulado, y eso es problema de los comisarios […]. Yo prefiero traer una exposición de calidad de fuera que anunciar una de producción propia, provinciana y sin pies ni cabeza porque no se ha podido conseguir lo mejor”. A estas reflexiones, se unían las de Rosa Martínez, reputada especialista en bienales, apuntando que “en nuestro país gran parte de la cultura está determinada por la política. Esto ahoga la posibilidad de desarrollar programas coherentes”. Estas opiniones de las que fueran responsables de la última edición de la Bienal veneciana, podrían enmarcar el accidentado territorio expositivo en el que entró la Bienal de Valencia, ahora denominada Encuentro entre dos mares.
La competitividad que se ha generado entre los muy diversos certámenes señalados hace que estos proyectos de reciente creación tengan que ser particularmente cuidadosos en la definición de sus conceptos y medir el verdadero alcance de sus propósitos: las fórmulas al uso están en crisis. En el intento de dar solución de continuidad a las contestadas bienales organizadas en Valencia, la Generalitat Valenciana que auspicia el evento ha creado una nueva imagen de marca: un caballo de Troya provisto de dos cabezas. A la vez que ha introducido cambios nominativos –ya no es una bienal–, ha modificado sustancialmente las pretensiones del certamen y ha transformado asimismo los aspectos definitorios del proyecto. La nueva denominación incluye como estrategia de alcance mediático un acuerdo con la Bienal de São Paulo, del que se desprende uno de los cuatro bloques expositivos que configuran el proyecto. Como novedad, da cabida a un grupo de artistas locales y otros más españoles, llamados a ser emergentes, cubriendo de este modo las cuotas que, en bienales anteriores, habían sido demandas desde determinados sectores.
“El arte no debe ser ajeno a todo lo que sucede a su alrededor, debe participar de forma activa en la sociedad y hacer un esfuerzo por buscar el entendimiento, por mejorar la convivencia, procurando que una manifestación cultural enriquezca a otra y los pueblos intercambien distintas formas de ver el mundo. El Encuentro entre dos mares ofrece así un recorrido por el arte iberoamericano, desde las obras más significativas de la Bienal de São Paulo, hasta el arte afro-amerindio y popular, las manifestaciones más destacadas de la producción artística en Jordania y, por supuesto, el arte emergente español”. Estos propósitos expresados por los organizadores –y que suscribirían muchas bienales que transitan entre lo local y lo global– definen genéricamente las líneas de actuación del evento. Sin embargo, la difícil convivencia entre lo local y lo global o lo “glocal” se hace palpable, ya de entrada, en este certamen que atiende con particular interés a Brasil y al mismo tiempo dedica un lugar destacado a Jordania (país invitado). Las dos cabezas de un caballo que tira en direcciones contrarias corren el riesgo de llevar al espectador a trote y provocarle una mirada estrábica: es que Brasil y Jordania quedan tan lejos que ni siquiera Valencia parece acercar dos culturas tan ricas y diversas. Así las cosas, cabe preguntarse a la vista de los artistas seleccionados –entre los que hay algunos con nombre, muchos desconocidos y otros tantos que no son artistas y que nunca lo pretendieron, por ser artesanos, magos o creadores de objetos y artefactos varios– qué hacen sus obras en Valencia y cómo y por qué y de qué manera pueden interesar al público valenciano.
Los cuatro bloques expositivos, Luz ao Sul, Áfricas-Américas. Encuentros convergentes: ancestralidad y contemporaneidad, Otras contemporaneidades. Convivencias conflictivas, An@mnesis y Jordania. Interculturalidad y tolerancia, pueden ofrecer por separados diversos elementos de interés, aunque cabría preguntarse de nuevo qué hacen juntos y a la vez tan dispersos temas y líneas argumentales para un guión, en principio, tan sencillo. Y aquí es quizá donde convendría señalar las carencias de este proyecto, en la definición del mismo, en la falta de un concepto homogenizador, según se acaba materializando en cada uno de los bloques expositivos del supuesto ideario de “los encuentros”, más allá de las cuatro patas del caballo.
Las muestras Luz ao Sul y Áfricas-Américas, expuestas en el Centro del Carmen, condensan el interés del evento por Brasil. Mientras el primero de ellos –comisariado por Agnaldo Farias y Jacobo Crivelli y vinculado a la Bienal de São Paulo– da cabida a algunos de los artistas que han hecho historia de aquella bienal –Armando Andrade, Carlos Garaicoa, Carmela Gross, el siempre ocurrente Francis Alÿs, Iran do Espíritu Santo, Jorge Macchi, Guillermo Kuitca, León Ferrari, Los Carpinteros, Nelson Leirner y Ana Mendieta, entre otros–, el segundo –comandado por Emanoel Araujo– acierta en presentar una insólita mezcla de artistas y artesanos, arte popular y arte contemporáneo, animismo y poéticas contemplativas, guiadas por un cuidado formalismo. De este modo, el Centro del Carmen, aunque con ausencias destacadas, ofrece una visión vasta, y muy particular, de ese extenso territorio cultural que es América Latina; una visión, en cualquier caso, curiosa por la citada introducción de objetos y materiales de algunas culturas animistas.
Si en estos proyectos se prodigan los “encuentros”, dejando de lado cualquier aspecto crítico en los desencuentros –que son muchos–, el bloque expositivo desplazado a unas naves industriales en Sagunto, con contadas excepciones, abunda asimismo en otra fase de encuentros. Estos son los que tratan de unir difícilmente en un mismo espacio el proyecto An@mnesis y Otras contemporaneidades. Convivencias conflictivas. El primer bloque expositivo –comisariado por Pedro Alberto Cruz Sánchez, Piedad Solans, Fernando Golvano y Ricardo Forriols– acoge a artistas españoles y valencianos en su mayoría noveles –destacan los trabajos de Moisés Mañas, Raúl Belinchón, Regina de Miguel, Unai Sanmartín, José Ronco, amén de Txuspo Poyo, Toni Abad, Monteserrat Soto, Eugenio Ampudia o Democracia– y pretende peinar el encrespado territorio nacional apelando a la memoria vivida en un país tan amnésico como el muestro. El segundo bloque –comandado por Kevin Power y Ticio Escobar– ofrece el color, la frescura y ciertos posicionamientos críticos que faltan en el primero. Dos corpus expositivos de interés, El Museo del Barro y Micromuseo de Perú, proyectan una visión invectiva sobre la institucionalización del arte, diluyendo las fronteras de definición de lo artístico con una abultada lista de llamativos creadores de toda América Latina.
En suma, Encuentro entre dos mares da cabida a unos 170 artistas con un presupuesto estimado en 3,6 millones de euros, y que bien puede servir para izar las velas de la tan preciada Copa de América que en Valencia lo ocupa todo, también el arte.
[imagen 1: Fernando Bryce, de la serie Revolucíón, 2004, tinta sobre papel / imagen 2: sin más disponibles, tomada del artículo de El Cultural]
por José Luis CLEMENTE
Las bienales de arte se han convertido en las últimas décadas en un fenómeno expositivo de dimensiones excesivas para el interés real que el arte contemporáneo genera en la población. Entre la lista interminable de bienales esparcidas por los cinco continentes, encontramos certámenes para todos los gustos y con desigual fortuna. Las hay antiguas –Venecia y São Paulo–, modernas –Sevilla y Moscú–, periféricas –La Habana y Johannesburgo–, alternativas –Estambul y Liverpool– o contestatarias –Manifiesta y Berlín–. Las hay de primera división y de cuarta categoría, todo dependiendo de los artistas y comisarios que entren en juego. Desde que iniciara su andadura la de Venecia a finales del XIX, la cultura y el arte se convirtieron en adorno para el mejor decoro de las naciones, más allá del potencial industrial y comercial. Un siglo después, este fenómeno ha proporcionado de nuevo una coartada a los estados para proyectar su imagen. Sin embargo, la sobreproducción artística y su institucionalización han convertido el arte en un producto más de consumo rápido.
En unas declaraciones a El Cultural, María de Corral señalaba cómo “hay extranjeros que vienen a ver exposiciones y dicen que lo que falta en España es un discurso articulado, y eso es problema de los comisarios […]. Yo prefiero traer una exposición de calidad de fuera que anunciar una de producción propia, provinciana y sin pies ni cabeza porque no se ha podido conseguir lo mejor”. A estas reflexiones, se unían las de Rosa Martínez, reputada especialista en bienales, apuntando que “en nuestro país gran parte de la cultura está determinada por la política. Esto ahoga la posibilidad de desarrollar programas coherentes”. Estas opiniones de las que fueran responsables de la última edición de la Bienal veneciana, podrían enmarcar el accidentado territorio expositivo en el que entró la Bienal de Valencia, ahora denominada Encuentro entre dos mares.
La competitividad que se ha generado entre los muy diversos certámenes señalados hace que estos proyectos de reciente creación tengan que ser particularmente cuidadosos en la definición de sus conceptos y medir el verdadero alcance de sus propósitos: las fórmulas al uso están en crisis. En el intento de dar solución de continuidad a las contestadas bienales organizadas en Valencia, la Generalitat Valenciana que auspicia el evento ha creado una nueva imagen de marca: un caballo de Troya provisto de dos cabezas. A la vez que ha introducido cambios nominativos –ya no es una bienal–, ha modificado sustancialmente las pretensiones del certamen y ha transformado asimismo los aspectos definitorios del proyecto. La nueva denominación incluye como estrategia de alcance mediático un acuerdo con la Bienal de São Paulo, del que se desprende uno de los cuatro bloques expositivos que configuran el proyecto. Como novedad, da cabida a un grupo de artistas locales y otros más españoles, llamados a ser emergentes, cubriendo de este modo las cuotas que, en bienales anteriores, habían sido demandas desde determinados sectores.
“El arte no debe ser ajeno a todo lo que sucede a su alrededor, debe participar de forma activa en la sociedad y hacer un esfuerzo por buscar el entendimiento, por mejorar la convivencia, procurando que una manifestación cultural enriquezca a otra y los pueblos intercambien distintas formas de ver el mundo. El Encuentro entre dos mares ofrece así un recorrido por el arte iberoamericano, desde las obras más significativas de la Bienal de São Paulo, hasta el arte afro-amerindio y popular, las manifestaciones más destacadas de la producción artística en Jordania y, por supuesto, el arte emergente español”. Estos propósitos expresados por los organizadores –y que suscribirían muchas bienales que transitan entre lo local y lo global– definen genéricamente las líneas de actuación del evento. Sin embargo, la difícil convivencia entre lo local y lo global o lo “glocal” se hace palpable, ya de entrada, en este certamen que atiende con particular interés a Brasil y al mismo tiempo dedica un lugar destacado a Jordania (país invitado). Las dos cabezas de un caballo que tira en direcciones contrarias corren el riesgo de llevar al espectador a trote y provocarle una mirada estrábica: es que Brasil y Jordania quedan tan lejos que ni siquiera Valencia parece acercar dos culturas tan ricas y diversas. Así las cosas, cabe preguntarse a la vista de los artistas seleccionados –entre los que hay algunos con nombre, muchos desconocidos y otros tantos que no son artistas y que nunca lo pretendieron, por ser artesanos, magos o creadores de objetos y artefactos varios– qué hacen sus obras en Valencia y cómo y por qué y de qué manera pueden interesar al público valenciano.
Los cuatro bloques expositivos, Luz ao Sul, Áfricas-Américas. Encuentros convergentes: ancestralidad y contemporaneidad, Otras contemporaneidades. Convivencias conflictivas, An@mnesis y Jordania. Interculturalidad y tolerancia, pueden ofrecer por separados diversos elementos de interés, aunque cabría preguntarse de nuevo qué hacen juntos y a la vez tan dispersos temas y líneas argumentales para un guión, en principio, tan sencillo. Y aquí es quizá donde convendría señalar las carencias de este proyecto, en la definición del mismo, en la falta de un concepto homogenizador, según se acaba materializando en cada uno de los bloques expositivos del supuesto ideario de “los encuentros”, más allá de las cuatro patas del caballo.
Las muestras Luz ao Sul y Áfricas-Américas, expuestas en el Centro del Carmen, condensan el interés del evento por Brasil. Mientras el primero de ellos –comisariado por Agnaldo Farias y Jacobo Crivelli y vinculado a la Bienal de São Paulo– da cabida a algunos de los artistas que han hecho historia de aquella bienal –Armando Andrade, Carlos Garaicoa, Carmela Gross, el siempre ocurrente Francis Alÿs, Iran do Espíritu Santo, Jorge Macchi, Guillermo Kuitca, León Ferrari, Los Carpinteros, Nelson Leirner y Ana Mendieta, entre otros–, el segundo –comandado por Emanoel Araujo– acierta en presentar una insólita mezcla de artistas y artesanos, arte popular y arte contemporáneo, animismo y poéticas contemplativas, guiadas por un cuidado formalismo. De este modo, el Centro del Carmen, aunque con ausencias destacadas, ofrece una visión vasta, y muy particular, de ese extenso territorio cultural que es América Latina; una visión, en cualquier caso, curiosa por la citada introducción de objetos y materiales de algunas culturas animistas.
Si en estos proyectos se prodigan los “encuentros”, dejando de lado cualquier aspecto crítico en los desencuentros –que son muchos–, el bloque expositivo desplazado a unas naves industriales en Sagunto, con contadas excepciones, abunda asimismo en otra fase de encuentros. Estos son los que tratan de unir difícilmente en un mismo espacio el proyecto An@mnesis y Otras contemporaneidades. Convivencias conflictivas. El primer bloque expositivo –comisariado por Pedro Alberto Cruz Sánchez, Piedad Solans, Fernando Golvano y Ricardo Forriols– acoge a artistas españoles y valencianos en su mayoría noveles –destacan los trabajos de Moisés Mañas, Raúl Belinchón, Regina de Miguel, Unai Sanmartín, José Ronco, amén de Txuspo Poyo, Toni Abad, Monteserrat Soto, Eugenio Ampudia o Democracia– y pretende peinar el encrespado territorio nacional apelando a la memoria vivida en un país tan amnésico como el muestro. El segundo bloque –comandado por Kevin Power y Ticio Escobar– ofrece el color, la frescura y ciertos posicionamientos críticos que faltan en el primero. Dos corpus expositivos de interés, El Museo del Barro y Micromuseo de Perú, proyectan una visión invectiva sobre la institucionalización del arte, diluyendo las fronteras de definición de lo artístico con una abultada lista de llamativos creadores de toda América Latina.
En suma, Encuentro entre dos mares da cabida a unos 170 artistas con un presupuesto estimado en 3,6 millones de euros, y que bien puede servir para izar las velas de la tan preciada Copa de América que en Valencia lo ocupa todo, también el arte.
[imagen 1: Fernando Bryce, de la serie Revolucíón, 2004, tinta sobre papel / imagen 2: sin más disponibles, tomada del artículo de El Cultural]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario