martes, julio 14, 2009

Historias de un alegre funeral. Entrevista con Christian Bendayán

Republico una entrevista con el artista Christian Bendayán a propósito de su última exposición titulada Luz, publicada el 5 de julio pasado en El Comercio.
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Historias de un alegre funeral

YA NO ES EL MISMO, O AL MENOS ESO INTENTA. CON “LUZ”, MUESTRA QUE ACABA DE INAUGURAR EN LA GALERÍA ENLACE DE SAN ISIDRO, CHRISTIAN BENDAYÁN INICIA LA BÚSQUEDA DE NUEVOS HORIZONTES

Por: Alberto Revoredo

Llega transpirando felicidad, pero su sonrisa no está completa, se queda a pocos metros de la meta. Nazareno, el primer hijo de Christian Bendayán, nació hace diez días y desde entonces sus noches de sueño ya no son las mismas. Se le ve cansado. Charapa de 36 años, Bendayán no solo afronta cambios en el ámbito personal, sino también en su pintura, aunque en el fondo es un poco lo mismo. Su trabajo, por casualidad o designio, ha formado parte de una explosión de referentes selváticos en nuestra capital en los últimos años, principalmente en el ámbito musical. Mecenas de un nuevo arte amazónico (nuevo porque los aprendimos a ver recientemente), Bendayán trabaja y vive ahora en Miraflores; y aunque suene antagónico, “Luz”, su más reciente propuesta pictórica, marca el fin y un nuevo inicio para su labor creativa.

¿Asistimos al fin de fiesta?
Lo amazónico sigue presente en casi toda la muestra, pero ya no es explícito. Sentía que tenía que cortar con lo anterior, un poco fascinado por otras realidades. Pero sí, a diferencia de trabajos anteriores, hay una ausencia de personajes vinculados a la fiesta, la cumbia, lo sexual, lo exuberante.

Nacimiento y muerte son temas claves en “Luz”. ¿Se puede decir que tiene que ver con el nacimiento de tu hijo y la muerte de ciertos personajes en tu trabajo?
Definitivamente está relacionado. Cuando me entero de que voy a ser padre empiezan a salir miedos que uno tiene toda la vida, pero que vuelven a aparecer con más fuerza. Antes pensaba: “Qué hago aquí si no entiendo qué es la vida”. Ahora me pregunto cómo me atrevo a traer alguien a la vida si no entiendo nada de ella. Es como comenzar de cero. Y así fue como escogí siete cuadros, con el riesgo de que fueran pocos. Los temas tienen que ver con cuestiones extremas de la vida: nacimiento, muerte o el hecho de pasar por la vida como un extra, como en un paseo.

Tiene que ver también con alcanzar cierta madurez…
También. Hay varios símbolos que tienen que ver con cerrar cosas con la Amazonía, precisamente en un momento en que la Amazonía la está pasando “bien verde”. Esta es mi percepción actual de la Amazonía, de Iquitos en especial. Un Iquitos que viene atravesando por una especie de agonía, de enfermedad. De hecho, el cuadro que cierra la muestra es el de mi mujer embarazada, que es un retorno, que me devuelve y me lleva a otras realidades, porque está en un espacio neutro, no hay presencia de la Amazonía, y su vestimenta me regresa otra vez a la celebración.

Te acompañan otros creadores en esta muestra…
Daniel Alarcón, Pauchi Sasaki, Carlos Sánchez y Miguel Valverde, cuyo aporte ha sido muy grande para esta muestra. Carlos acaba de ganar Conacine con un proyecto relacionado con los monos o fotografía iluminada, y yo tengo un proyecto en Arequipa vinculado a esto, para el cual estoy trabajando con moneros antiguos. Participa también Miguel Valverde, que de todos los moneros de Lima es el que tiene la técnica más depurada. También está la música de Pauchi, que la grabó en Iquitos, en el mercado, en el puerto; y está el cuento de Daniel Alarcón sobre los “hombrecitos amarillos”. Siento que lo que vengo haciendo yo en pintura ellos lo hacen a través de su lenguaje, y en eso radica la identificación con sus trabajos.

¿Cómo explicas, tras años de rechazo, que tu trabajo se exhiba ahora en reconocidas galerías?
No sé bien a qué se deba eso. Tampoco creo que mi trabajo tenga total aceptación. Creo que es parte de un fenómeno que se está dando en el Perú en todos los niveles culturales. Tiene que ver mucho con la música e incluso la publicidad. Imagino que si todo esto pasa es porque tiene que ver lo económico, finalmente. Las cosas se van dando. Suena muy poco modesto decirlo, pero en mi caso creo que se ha dado a base de chamba. Pasaba antes que pintar travestis me costaba la aceptación de muchos galeristas, ahora me pasa lo contrario. Si presento ahora una nueva propuesta me dicen: “No, yo no quiero comprar esto, quiero comprar un travesti” o “quiero comprar una calata de Bendayán”. Hay medios incluso que me dicen: “No me mandes esta foto, mándame travestis”.

Una lucha que se inicia desde tu ingreso a la Universidad Católica…
En ese tiempo mi pintura ya iba por el camino de lo que ahora se conoce, veinte años atrás. En la Católica me sentía incomprendido. Escuchaba Juaneco y me decían: “Oe, saca tu chicha”. Por eso solo estuve un mes. Lo mejor que me pudo pasar fue entrar a un taller que dictaba Carlos Polanco. Él fue uno de los que me impulsó a no estudiar. Le pregunté : “¿Sigo estudiando o me voy para la selva a pintar?”. Me dijo que me fuera. Estuve un año en Requena y de allí salió mi primera individual.

Algunos de tus más celebrados personajes salieron del bar La Jarra. ¿Cómo llegaste a explorar ese mundo?
Yo ya trabajaba con “Puchin” (Luis González Polar) en la Restinga (Asociación que ayuda a niños en riesgo en Iquitos) y escuchábamos muchas cosas de mundos que no conocíamos en Iquitos. La Jarra era una especie de mito para nosotros. No estábamos seguros de que existiese realmente. Era el año 99 y en esa época no se veían travestis en Iquitos. Fuimos a La Jarra con “Puchin” y no había nada. Nos tomamos unas “chelas” y pensábamos que nos habían mentido. Como a la 1 de la mañana empezaron a desfilar los travestis. Nos quedamos impresionados. Allí conocí a Solange, a Valeria, a la Pablo. El espacio se volvió como un club, lo alquilábamos y hacíamos fiestas durante todo el año. Allí tuve una muestra con toda la obra producida en el 2000. A la mayoría de personajes retratados ese año los conocí en La Jarra.

¿Cuánto ha tenido que ver el ayahuasca en tu trabajo?
El ayahuasca tuvo que ver con mi trabajo en un momento, hace años. Más que para mi pintura me ha dado la oportunidad de entender lo que significa la cultura amazónica y entenderme a mí mismo. No era solo el hecho de tomar ayahuasca, sino el ritual mismo lo que me pareció más interesante. Tal vez gracias a eso disfruto tanto de la pintura indígena y entiendo sus símbolos y personajes mitológicos, porque el ayahuasca tiene su propia mitología. Creo que la Amazonía, si no tuviera toda la riqueza cultural que viene de las comunidades indígenas, no tendría mucha gracia.

¿Qué hay de la influencia de artistas como Lu.Cu.Ma?
Lu.Cu.Ma, Sakiray, Piero, Ashuco, y muchos más, me dieron a mí la oportunidad de hacer una especie de pintura amazónica. Antes de conocer sus trabajos yo estaba pintando nada más. Conocerlos me ha permitido hacer una pintura que siento como amazónica. Ha significado también encontrar cierta esperanza en el arte amazónico, que a mí no me gustaba casi nada. De hecho, he crecido conociendo pintura amazónica, pero no me fascinaba hasta que encontré sus obras.

¿Qué fue lo que te fascinó?
La espontaneidad, la forma como representaban la realidad amazónica. Con sus propias manos, sus propias líneas. No eran pintores impresionistas pintando la Amazonía, eran ellos representando lo que quería el pueblo. Su producción siempre ha estado vinculada al gusto popular. Como son pintores por encargo muchas veces les decían “píntale más de esto”, “ponles más tetas”. Creo que esa es la verdadera pintura amazónica, al menos la que se produce en las ciudades.

Solo en esporádicas ocasiones has abandonado el color, como en la portada de un disco de Bareto. ¿Por qué?
Porque me cuesta, me toma mucho más trabajo y tiempo. Me gusta jugar con lo inesperado, no por el hecho de jugar sino porque tengo este problema mental de no darle gusto al cliente. Me pasó con Bareto. Ellos esperaban mucho color, me buscaron especialmente por eso, pero, bueno, les di otra propuesta. De hecho esta muestra es una respuesta a “Poder verde”, que presentamos hace dos meses, y que era un reventón de colores con muchos cuadros pequeños, estridentes, la mayoría con colores fosforescentes. A la par iba produciendo esto, que es mucho más personal.

¿Qué rescatas de tu labor paralela como curador?
A mí me sienta bien, porque hay tantas cosas que me hubieran gustado hacer, y para las cuales no tengo la capacidad. Ahora estamos presentando “Poder Verde” en Buenos Aires el 28 de julio. Allá hay una movida paralela, parecida; hay varios creadores fuertes, por ejemplo el fotógrafo Marcos López.

Que expuso en Lima hace poco, en la galería del Museo Pedro de Osma…
Él mismo. Es muy conocido allá y ahora está trabajando cosas aquí. Miguel Valverde está trabajando con él. Está también el escritor argentino Washington Cucurto, que tiene allá un libro que se llama “Poder verde”, que trata sobre un charapa en Buenos Aires; o pintores como Javier Barilaro, que tiene una pintura inspirada en las bailantas y la chicha. Creo que va a funcionar bien; estoy entusiasmado.

¿Sientes que tu trabajo ha contribuido a reivindicar la Amazonía?
Quiero verlo así. Es algo que está empezando a rebotar, aunque faltan cosas por hacer en el mismo lugar. Pero creo que era necesario que se traiga todo para acá primero, un poco para que sea aceptado y regrese luego reivindicado. La cultura amazónica no es solo fiesta, música. Esta exposición muestra que no todo es celebración en la Amazonía. La mayoría de expresiones últimamente —y yo también tengo un poco culpa de esto— representan a la Amazonía como fiesta, como un espacio de gozo, de celebración; y se ha dejado de lado lo otro. No hay que descuidar nada.

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