Georges Perec (París 1936-1982) es uno de los escritores más fascinantes de la segunda mitad del siglo XX. Autor de una obra literaria original y extremadamente personal, Perec fue la figura central de toda una generación de autores que, desde principios de los años sesenta, comenzó un proceso de profunda renovación de la práctica literaria. Una renovación que, muchas veces, fue de la mano de la experimentación, de la imposición de reglas artificiales, como si se tratase de un juego, para intentar hacer avanzar una escritura que había llegado a un momento de impasse y adocenamiento. Obras tan singulares como La Disparition, una novela escrita sin la letra ‘e’, dan buena cuenta de esta experimentación literaria. Experimentación que no sólo se dio a un nivel formal, sino también, y quizá de modo aún más interesante, a un nivel conceptual: los escritores buscaron nuevos temas, nuevas fuentes de inspiración, nuevos objetos literarios. Y para eso miraron hacia lo más cercano, hacia la experiencia de las cosas.
Un ejemplo excepcional de esto que digo es Lo infraordinario, una selección de textos en los que Perec vuelve su mirada al mundo cotidiano, banal e intrascendente. Según el autor, sólo nos llaman la atención las cosas que se salen de la normalidad. Vivimos en la sociedad de la noticia, de lo espectacular, en la que sólo merece la pena ser contado o dicho aquello que ha roto su normal relación con el mundo. Como escribe Perec, "la prensa diaria habla de todo menos del día a día". El desafío para el escritor será interrogar a lo habitual, a las cosas comunes, recuperar el asombro por lo ínfimo: "Hagan el inventario de sus bolsillos, de su bolso. Interróguense acerca de la procedencia, el uso y el devenir de cada uno de los objetos que van sacando".
Traducido impecablemente por Mercedes Cebrián, y con una más que iluminadora introducción de Guadalupe Nettel, el libro está compuesto por una serie de textos diferentes que, sin embargo, trabajan con la misma idea del acercamiento al mundo de lo común y lo cotidiano. Tras "¿Acercamientos a qué?", el texto introductorio en el que el autor habla de la necesidad de hacerse cargo del mundo inmediato, nos encontramos con "La rue Vilin", un intento de describir la complejidad de una calle de París a lo largo de varios días. Aquí Perec practica una descripción fría que se aproxima mucho a la del topógrafo, una observación exterior de los edificios, de los accidentes y objetos de la calle. Algo semejante ocurre con "Alrededor de Beauburg", otro intento de descripción de la ciudad, esta vez ya no con la observación topográfica y desubjetivizada, sino a través de los ojos del viandante, como si estuviese retomando la figura baudelaireana del flâneur, ese paseante de la ciudad moderna. Esa es la misma visión que ofrece Perec en "Paseos por Londres", el texto en el que relata su experiencia subjetiva de la ciudad. La descripción es ahora una descripción filtrada por la afectividad del sujeto hacia la ciudad.
En el "El santo de los santos", el autor retoma las investigaciones de obras como Especies de espacios o Pensar, clasificar y ofrece una visión de los espacios y de las cosas que pueblan las modernas oficinas de las ciudades. Trabajado sobre una óptica cercana, encontramos "Still life/Style Leaf", una descripción de las cosas que hay sobre la mesa de su escritorio. Una descripción realizada a través de una mirada que vuelve sobre sí misma y se renueva, de modo que cada vez que el ojo del escritor se posa en la mesa, las cosas ocupan un orden ligeramente diferente. Y el texto vuelve a ser repetido pero con pequeñas variaciones, hasta el punto en el que el lector tiene la sensación de que el texto podría ser escrito un número infinito de veces, como un bucle que nunca se acaba.
Entre los textos más fascinantes de la selección se encuentra "Doscientas cuarenta y tres postales de colores auténticos". A través de frases de no más de tres líneas, el autor describe su cotidianidad mientras está de viaje: "Estamos en Roma. Servicio impecable. Como reyes. Me inicio en el arte sutil de los cócteles. Muchos besos". Con el texto de lo que hoy sería un mensaje de móvil, Perec relata su relación con el entorno, con el tiempo y su empatía con el receptor. Nos recuerda esto a las postales que, por estos mismos años, enviaba el artista conceptual On Kawara, también con mensajes banales como "Me he levantado a las ocho de la mañana". Se trata de una especie de necesidad de dar cuenta de lo más ínfimo, de aquello que está incluso por debajo de lo ordinario. Nombrar, escribir y comunicar que uno sigue vivo. Una afirmación de la experiencia vital.
Por último, nos enfrentamos a un texto que lleva esa pulsión infraordinaria hasta el paroxismo y lo absurdo. Un texto que da la medida del compromiso con lo cotidiano: "Tentativa de inventario de los alimentos líquidos y sólidos que engullí en el transcurso del año mil novecientos setenta y cuatro". Se trata, como reza su título, de una enorme lista de todos y cada uno de los alimentos que el autor comió y bebió ese año. El texto comienza así: "Nueve caldos de buey, una sopa helada de pepinos, una sopa de mejillones". Y acaba diez páginas después. Aquí el inventario, el catálogo, la pulsión clasificatoria aparece como una suerte de memoria que tiene que ver con una de las experiencias más fisiológicas y rutinarias del sujeto: comer. Estamos acostumbramos a acordarnos de las cosas extraordinarias, pero hay cosas que pasan por debajo del radar de nuestra memoria. Esta tentativa de inventario es quizá el ejemplo paradigmático de la memoria de lo infraordinario. Una memoria que, aunque de modo invisible, también configura nuestra experiencia del mundo.
[Publicado en El faro de las letras, 18-01-2009]
(visto en Salón Kritik)
Un ejemplo excepcional de esto que digo es Lo infraordinario, una selección de textos en los que Perec vuelve su mirada al mundo cotidiano, banal e intrascendente. Según el autor, sólo nos llaman la atención las cosas que se salen de la normalidad. Vivimos en la sociedad de la noticia, de lo espectacular, en la que sólo merece la pena ser contado o dicho aquello que ha roto su normal relación con el mundo. Como escribe Perec, "la prensa diaria habla de todo menos del día a día". El desafío para el escritor será interrogar a lo habitual, a las cosas comunes, recuperar el asombro por lo ínfimo: "Hagan el inventario de sus bolsillos, de su bolso. Interróguense acerca de la procedencia, el uso y el devenir de cada uno de los objetos que van sacando".
Traducido impecablemente por Mercedes Cebrián, y con una más que iluminadora introducción de Guadalupe Nettel, el libro está compuesto por una serie de textos diferentes que, sin embargo, trabajan con la misma idea del acercamiento al mundo de lo común y lo cotidiano. Tras "¿Acercamientos a qué?", el texto introductorio en el que el autor habla de la necesidad de hacerse cargo del mundo inmediato, nos encontramos con "La rue Vilin", un intento de describir la complejidad de una calle de París a lo largo de varios días. Aquí Perec practica una descripción fría que se aproxima mucho a la del topógrafo, una observación exterior de los edificios, de los accidentes y objetos de la calle. Algo semejante ocurre con "Alrededor de Beauburg", otro intento de descripción de la ciudad, esta vez ya no con la observación topográfica y desubjetivizada, sino a través de los ojos del viandante, como si estuviese retomando la figura baudelaireana del flâneur, ese paseante de la ciudad moderna. Esa es la misma visión que ofrece Perec en "Paseos por Londres", el texto en el que relata su experiencia subjetiva de la ciudad. La descripción es ahora una descripción filtrada por la afectividad del sujeto hacia la ciudad.
En el "El santo de los santos", el autor retoma las investigaciones de obras como Especies de espacios o Pensar, clasificar y ofrece una visión de los espacios y de las cosas que pueblan las modernas oficinas de las ciudades. Trabajado sobre una óptica cercana, encontramos "Still life/Style Leaf", una descripción de las cosas que hay sobre la mesa de su escritorio. Una descripción realizada a través de una mirada que vuelve sobre sí misma y se renueva, de modo que cada vez que el ojo del escritor se posa en la mesa, las cosas ocupan un orden ligeramente diferente. Y el texto vuelve a ser repetido pero con pequeñas variaciones, hasta el punto en el que el lector tiene la sensación de que el texto podría ser escrito un número infinito de veces, como un bucle que nunca se acaba.
Entre los textos más fascinantes de la selección se encuentra "Doscientas cuarenta y tres postales de colores auténticos". A través de frases de no más de tres líneas, el autor describe su cotidianidad mientras está de viaje: "Estamos en Roma. Servicio impecable. Como reyes. Me inicio en el arte sutil de los cócteles. Muchos besos". Con el texto de lo que hoy sería un mensaje de móvil, Perec relata su relación con el entorno, con el tiempo y su empatía con el receptor. Nos recuerda esto a las postales que, por estos mismos años, enviaba el artista conceptual On Kawara, también con mensajes banales como "Me he levantado a las ocho de la mañana". Se trata de una especie de necesidad de dar cuenta de lo más ínfimo, de aquello que está incluso por debajo de lo ordinario. Nombrar, escribir y comunicar que uno sigue vivo. Una afirmación de la experiencia vital.
Por último, nos enfrentamos a un texto que lleva esa pulsión infraordinaria hasta el paroxismo y lo absurdo. Un texto que da la medida del compromiso con lo cotidiano: "Tentativa de inventario de los alimentos líquidos y sólidos que engullí en el transcurso del año mil novecientos setenta y cuatro". Se trata, como reza su título, de una enorme lista de todos y cada uno de los alimentos que el autor comió y bebió ese año. El texto comienza así: "Nueve caldos de buey, una sopa helada de pepinos, una sopa de mejillones". Y acaba diez páginas después. Aquí el inventario, el catálogo, la pulsión clasificatoria aparece como una suerte de memoria que tiene que ver con una de las experiencias más fisiológicas y rutinarias del sujeto: comer. Estamos acostumbramos a acordarnos de las cosas extraordinarias, pero hay cosas que pasan por debajo del radar de nuestra memoria. Esta tentativa de inventario es quizá el ejemplo paradigmático de la memoria de lo infraordinario. Una memoria que, aunque de modo invisible, también configura nuestra experiencia del mundo.
[Publicado en El faro de las letras, 18-01-2009]
(visto en Salón Kritik)
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