Castro tuvo su primera individual en Lima en 2005, en la galería Punctum de Jorge Villacorta -quizá por eso sea bastante simbólico que en una de las últimas entradas de su blog Víctor diga: "Jorge Villacorta puso la primera tapita"-, donde mostraría precisamente sus formas de construcción escultórica donde al acopio se le sumaba un ordenamiento matemático en torno al número 11 y cierta poética del objeto encontrado. Sobre ello, para su exposición individual en el Museo de San Marcos titulada Elementos (2006), escribí: "Su relacionalidad matemática -su obsesiva relación con el número 11- y su consición formal aluden, en su paradójico modo, a un ordenamiento circunstancial del mundo casi delirante. Lo cual se ve reforzado también por la habitual negativo de Castro de fijar perdurablemente sus propios elementos, apostando en cambio únicamente por la tensión, superposición y acumulación de cada una de sus partes: cada 'obra' es también un momentáneo y personal tanteo -una escultura temporal, si se quiere-". Lo que me llamaba la atención entonces era la posibilidad de las esculturas de Castro de convertirse permanentemente en otra cosa, reincorporando elementos de una 'obra' hacia otra, en una suerte de re-ensamblaje incesante. Quizá lo que no pude advertir por completo entonces era que Castro haría del propio movimiento de los materiales -del movimiento en sí mismo- el eje central de su producción posterior.
Creo que 121 contenedores es precisamente la pieza que mejor señala ese giro radical de su trabajo hacia un tipo de desmaterialización que encuentra en las redes y en los vínculos de colaboración su principal propuesta. Así, los 121 contenedores de vidrio conteniendo las tapitas de colores se convierten en una suerte de construcción temporal que sirve no como obra en sí misma, sino el modo de mostrar un estadio del proceso de recolección. Es sorprendente ver cómo un llamado simple de colaboración diseminado por el espacio público es capaz no solo de convocar la ayuda y el interés de la gente, sino además incorporar, en sus propios hábitos cotidianos, estas formas de acción. Se trata sin duda de una dimensión extraterritorial al arte mismo, que desborda las dimensiones meramente formales para instalar nudos de experimentación en el ámbito diario, instancias de observación sobre aquello que nos rodea y que aparente carece de sentido al no estar incorporados en nuestra dinámica de capitalización económica directa.
Reproduzco el breve reportaje hecho por Presencia Cultural donde comentan algunos otros productores visuales, y la entrevista titulada 'Un mensaje en la botella' publicada en el diario El Comercio.
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ENTREVISTA. Víctor Castro
Un mensaje en la botella
Por Alberto Revoredo
En el diálogo con el artista Víctor Castro, en una banca del parque Salazar, hubo que detener la grabadora más de una vez. Atrás estaba su escultura: 121 contenedores de vidrio, de 121 centímetros de altura, rellenado con tapas de botellas de plástico. Enfrente, un conocido hotel. Precisamente de este edificio vendría la más singular de estas interrupciones: el portero de aquel lujoso alojamiento, ataviado en un impecable traje solicitaba, deteniendo amablemente la entrevista, que al culminar esta el artista se acercara al hotel, pues alrededor de 60 curiosos huéspedes estaban preguntando por esas piezas que se erguían frente a Larcomar. "Acabas de ver lo más increíble de esta obra. El proceso participativo es lo fundamental, el resultado es solamente un símbolo, una memoria, un documento, un testigo de algo que ya pasó. Esta es una experiencia de miles de personas", recalca Víctor tras acceder a la petición del conserje.
Primero fueron latas y ahora botellas...
En realidad todo empezó en España con las varillas de las máquinas barredoras de calles. Yo viajé allá a hacer un máster. Llegué a un entorno distinto, totalmente diferente a lo que yo estaba habituado. Eso te hace ver las cosas de otra manera. Con el tiempo fui domesticando e incorporando esos procesos, así aparece la primera recolección, pero además la primera red recolectora, porque mis compañeros del máster empezaron a ver algo que no habían visto. Entonces, como sabían que me gustaba, nada les costaba agacharse y recoger un poco de varillas para traérmelas. Eso los involucraba en el proceso.
¿Varía mucho la basura según el país?
Sí, cada país tiene desperdicios distintos y cada cultura tiene una manera de botar las cosas. Acá botan de todo a las calles, pero a la vez hay mucha gente que está buscando de todo. Hay competencia, y yo soy un amateur. Hay profesionales, gente que su vida entera gira en torno a la recolección. Los cachineros son una institución que yo respeto mucho. En España ves contenedores con muebles y cosas, y hay gente que las busca, pero no es un negocio.
Pero el objetivo de este proyecto, al margen del tema ecológico, es una cuestión meramente artística...
Claro, mi principal objetivo es la escultura. Lo que vino después no dependió de mí, sino de la gente. Y si la gente ve otra cosa en mi trabajo, pues qué fabuloso. Fue algo que noté a través de los niños y luego lo reflexioné y perfeccioné de alguna manera.
Reciclador es una palabra que no te gusta...
No soy un reciclador. Reciclar es transformar y las transformaciones de estos materiales son mínimas. Los materiales que estamos desechando como sociedad tienen características formales muy potentes. Sin hacerles nada, solamente cambiando las posibilidades de combinación, tienes un infinito de posibilidades. Por otro lado, si a los niños de los colegios que me han ayudado a recolectar las tapas les digo: vamos a jugar a hacer una escultura, y en el camino se dan cuenta de los pasos simples que se necesitan para separar su basura (aplastando las botellas para que ocupen menos espacio) y hacer algo más con ella, y además descubren que están reciclando, es mejor que eso salga de su parte y no de la mía. De esa forma la incorporación del concepto, la asimilación de la actitud, es más simple, más penetrante, además de divertida.
¿Esto tiene que ver con la estética relacional de la que hablaba Gustavo Buntinx, cuando participaste en una de las propuestas de Micromuseo?
Sí, esa es una teoría del arte contemporáneo que habla de la mezcla de distintas disciplinas, y entonces, desde el arte podemos estar hablando de ecología o medio ambiente, y provocando reacciones. Si realizas un proceso tan simple como separar esas botellas, va a venir un recolector (mi competencia), y en vez de tener que meter las manos a la bolsa, romperla y ensuciar todo, va a encontrar un tesoro. ¿Imagínate que llegues el lunes a tu oficina y la mitad de tu trabajo esté hecho? ¿Qué sentirías? Los recicladores viven de eso; es un trabajo digno, y nosotros podemos ayudarlos a que su trabajo sea más fácil.
Como en "No Fear", que presentaste en Vértice, se mantienen conceptos como transparencia y repetición, ¿a qué se debe?
A la música que escucho. Yo tengo una fascinación por Philip Glass, que es un músico minimalista. Y el minimalismo como movimiento artístico escultórico es algo que me fascina. Tengo esos referentes, aunque mi trabajo termina siendo también un poco barroco. Música repetitiva y acciones repetitivas te llevan a un estado de reflexión o trance. De allí salen productos como dices tú, que son secuencias repetitivas.
¿Qué viene?
Hay un par de proyectos más de este carácter, pero no quiero encasillarme ni quiero que me encasillen allí por una conveniencia. Lo más importante es concentrarme en preparar mi exposición para Lucía de la Puente en marzo. Es probable que tenga que ver con materiales reciclados, pero nada que ver con tapas (risas).
MÁS INFORMACIÓN
Inauguración: Lunes 19 de enero, a las 6:00 p.m. dónde: Parque Salazar (Larcomar).
PERFIL
NOMBRE: Víctor Castro
NACIONALIDAD: Mexicana
TRAYECTORIA: Castro tiene una maestría en Arte con especialidad en Educación y un máster en Museología en la Universidad de Valladolid. Para realizar la escultura que presentará en Larcomar hizo una campaña que involucró a amigos, vecinos, niños y público en general (toda una red recolectora), quienes le cedieron tapas de botellas de plástico. Con ellas rellenó los contenedores que ha dispuesto en el parque Salazar de MIiraflores.
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