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por Natividad Pulido
Desde que Ivo Mesquita, comisario de la 28ª Bienal de Sao Paulo, anunciara hace ya un año que iba a vaciarla de obras de arte, la polémica, dentro y fuera del país, no ha cesado. Ayer abrió sus puertas en el impresionante edificio construido por Oscar Niemeyer, de sinuosas y sugerentes curvas blancas, en el Parque Ibirapuera de la ciudad brasileña. Esta histórica bienal de arte, la tercera más antigua del mundo, que nació en 1951 y que en su segunda edición exhibió el «Guernica» de Picasso, trata de reinventarse, aunque corre el riesgo de «morir» en el intento. La apuesta es muy arriesgada. Nada de colgar cuadros en las paredes, ni poner esculturas en peanas. Eso ya es historia.
Mesquita, director de la Pinacoteca del Estado de Sao Paulo -donde acaba de inaugurar una muestra Cristina Iglesias- explica el porqué de su osado proyecto: «Hay dos centenares de bienales en todo el mundo y todas tienen problemas. El modelo está agotado. Venecia es el museo de las bienales: acoge el arte consagrado en pabellones nacionales. La de Sao Paulo siempre atendió al arte más emergente y vanguardista. Se puso en marcha porque se quería hacer de esta ciudad un gran centro cosmopolita de arte, que los artistas brasileños entraran en contacto con el resto del mundo. Pero todo eso ha cambiado hoy: hay seis museos en Sao Paulo y más de treinta galerías. La misión con la que nació esta bienal ya se ha conseguido».
Advierte Mesquita que «en una época voraz de creación y consumo como ésta es necesario pararse a pensar hacia dónde vamos». Su idea es crear una especie de ágora griega, una gran plataforma para el encuentro, la reflexión y discusión sobre el sistema de las bienales de arte en el circuito artístico internacional. Y para ello ha ideado unas estrategias de debate político-cultural y un trabajo crítico y de investigación a partir de la propia experiencia de la Bienal de Sao Paulo en sus 27 ediciones anteriores. No habrá obras de arte concebidas tradicionalmente, aunque sí artistas.
Un gesto radical
Un gesto radical
El edificio de Niemeyer, de 30.000 metros cuadrados, tiene tres plantas. La primera se ha ideado como una gran plaza abierta a la ciudad, que se convertirá en un territorio de experimentación e interacción social, con espacios efímeros para cine, teatro, música, danza, performances... Se espera que ocurran cosas con cierta espontaneidad y que atraiga a la mayoría de la gente que acude al Parque Ibirapuera pero que jamás ha pisado la bienal. «Queremos que la ciudad entre en la bienal -apunta Mesquita-. ¿Cómo presentar pinturas en este contexto? Hay que repensar el actual formato de exposición, cuestionar su existencia». El gesto más radical se ha llevado a cabo en la segunda planta, que quedará completamente vacía: el bello espacio de Niemeyer, al desnudo, será el gran protagonista: «Funcionará como un lugar liberador de energías». Y en el tercer piso se ha instalado una gran biblioteca: constará de un archivo completo de la historia de esta bienal e información de las demás, un auditorio, salas de reuniones y de lectura, habrá acceso a internet, espacios interactivos... Se ha invitado a artistas para que intervengan y discutan, pero no será un espacio exclusivo para ellos.
«Los museos y galerías ya tienen sus exposiciones. ¿Para qué volver a colgar arte dentro de la bienal si ya está fuera? -se pregunta el comisario-. Pretendo provocar con este gesto, generar una discusión. Sé que fui muy pasional al tomar esta decisión. Pero la gente acaba yendo a las bienales sin expectativa alguna. Van como si fuera una obligación. No hallan sorpresas; no ocurre nada. Acostumbrados a ver los espacios llenos, surgirán preguntas al verlos vacíos. Será una especie de exposición virtual, una instalación, donde se promoverá la discusión y el debate; una crítica de las bienales desde una de ellas».
En la última edición hubo 850.000 visitantes. ¿No es demasiado arriesgada su propuesta? ¿No teme que el público le dé la espalda? «Se ha generado mucha expectación. El márketing ya está hecho. Sé que ver este espacio vacío será polémico. pero es una estrategia pensada. Quizá nos haga mejores en el futuro», responde Ivo Mesquita. Habrá quien vea esta bienal como una instalación conceptual más, en la que el propio comisario actúa como un artista más. «Esperaba las críticas. Han sido muy duros conmigo, pero yo creo en mi propuesta. Estoy muy seguro de ella. Mi tesis doctoral fue sobre la bienal. Por eso la conozco muy bien. Y es preciso sacar el arte de la bienal para que se salve. Perdimos el sentido de la mirada», apunta Ivo Mesquita. Renovarse, sí, pero ¿y si se muere en el intento?
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