lunes, setiembre 24, 2007

El arte de mirar atrás (y despedirse) - por Diego Otero

El arte de mirar atrás (y despedirse)
Por Diego Otero

Luego de presentarse con éxito en Arequipa, la nueva serie de cuadros de Christian Bendayán llega a la Sala Miró Quesada. La muestra se titula XXXIII, y no solo señala la edad del pintor, también subraya una provocadora voluntad de despedida, de cambio, de resurrección.


En XXXIII hay un cuadro que parece condensar la trayectoria de Christian Bendayán. Un cuadro que funciona como síntesis discursiva y como arte poética. Se llama Orilla, y está diseñado sobre una línea diagonal que parte en dos mitades exactas la composición. A un lado, los azules de un río que parece un cielo turbio; al otro, la tierra mojada y los brotes de vegetación que anuncian la selva. En el límite de ambos espacios, como varado por no se sabe qué fuerzas, yace un personaje ambiguo: un travesti que es también una sirena, o que en verdad no llega a ser ninguna de esas dos cosas. Y ahí está la tensión: no se sabe qué es el personaje; no se sabe si quiso escapar del agua o volver a ella; no se sabe si respira. El cuadro es magnífico porque sostiene su sentido en la estrategia visual; todo es límite en él.

Bendayán es un artista que ha concebido y realizado su obra en las arenas movedizas de los límites: lo popular y lo culto; el mito y la provocación; lo urbano y la selva. Y esa pugna está siempre detrás de la voluptuosidad de sus imágenes, y por eso la euforia en sus personajes parece estar siempre a punto de dar paso al declive. "Si es que no lo ha dado ya, como en muchos cuadros", sostiene Bendayán. "Aunque eso también tiene que ver con la fragilidad del loretano, disimulada en su temperamento festivo". Es como si en última instancia la obra se hubiera erigido como una representación de lo descentrado, lo que busca un lugar, lo que se sostiene a pesar de la falta de equilibrio. XXXIII, al plantearse como el relato de esa historia, opera también como una clausura; como el anuncio del fin de un largo ciclo.

Es claro que has desarrollado tu trabajo desde esa especie de no lugar, de espacio sin centro, pero también lo es que en los últimos años has alcanzado un reconocimiento que en ese contexto parece paradójico. ¿Es ese el asunto detrás de XXXIII?
-Creo que sí. Uno como artista es muy consciente de muchas cosas en su carrera, pero muy inconsciente de otras. Y yo creo que si de algo soy absolutamente consciente es de las rutas de mi producción: a estas alturas pienso que hay cosas que quisiera hacer y no puedo por estar cumpliendo un rol, por estar siendo una especie de representante de ese espacio sin centro al que te refieres.

Un espacio en el que ya no te reconoces, además.
-Sí, porque ya no asumo ese rol. Esta exposición se ha trabajado casi sin prensa, y se está presentando por segunda vez, con los gastos totalmente cubiertos. Esa es una situación inusual, que me coloca en otro lugar. En ese sentido, decir que soy una especie de representante de los descentrados sería fingir o no aceptar la realidad. Y por eso he trabajado esta muestra como un intento de fijar las líneas de mi trabajo previo, y de pintar los cuadros que siempre quise pintar hasta hoy, para sacarme un peso de encima y empezar a pensar en otras formas de trabajo, en otros formatos.

Una (nueva) reinvención
En XXXIII hay tres grupos de pinturas definidos, y esos tres grupos funcionan como líneas que agrupan y sintetizan las rutas llevadas a cabo por el trabajo de Bendayán hasta hoy. Por un lado, los travestis y su juego de mascaradas, veladuras y alegrías aparentes. En el universo de Bendayán, los travestis -con su vocación por el escenario y la fantasía- parecen encarnar la problemática de la representación, pero también un ímpetu de audacia y coraje, así como un desgarro secreto. De otro lado, un conjunto de pinturas que recorre algunos mitos amazónicos y las fricciones que estos sufren al enfrentarse a una mirada contemporánea, mordaz. Y finalmente, los cuadros de la serie Domingo de Ramos, que enhebran hábilmente estrategias gráficas, ecos de una estética de álbum familiar y guiños a un cierto tipo de retrato popular escenificado.

Todas las reinvenciones que el trabajo de Bendayán ha sufrido en el pasado, pero con los ojos del presente. Todos los climas vistos desde lejos, todas las transformaciones contempladas casi como si fueran fenómenos de la naturaleza. Eso es XXXIII. De ahí que un aire de nostalgia y de separación impregne a las telas, y de ahí también que la mirada oscile entre la ironía provocadora y la compasión. "Creo que estoy cansado de mi trabajo, pero no aburrido", sostiene Bendayán. "Empiezo a sentir que algo empieza a desgastarse en mi forma de pintar, y eso es lo que quiero evitar". Ahora se trata de dejar que las imágenes se alejen. Se trata de aprender a mirar atrás, y despedirse. Recuadro Selección Bendayán En paralelo a XXXIII Christian Bendayán ha venido trabajando en un libro de formato grande que es otra forma de fijar las diversas líneas de su trabajo y cerrar un ciclo. Con textos de Gustavo Buntinx y Rodrigo Quijano, Bendayán -ese es el título de la publicación- incluye un portafolio de cuadros realizados entre el 99 y el 2007, así como una cronología acompañada de una interesante (y poco conocida) muestra de pinturas realizadas entre el 94 y el 98. El libro se presentará el viernes 28, y estará en librerías desde la próxima semana.

(publicado en el Suplemento El Dominical, del diario El Comercio, el domingo 23 de setiembre de 2007)

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