Hoy apareció en el suplemento El Dominical del diario El Comercio un comentario de Diego Otero sobre la exposición Lo impuro y lo contaminado. Pulsiones (neo) barrocas en la ruta de Micromuseo, curada por Gustavo Buntinx, en el marco de la actual Bienal de Valencia [he corregido únicamente un apellido en relación a la autoría de una de las obras mencionadas en el artículo]. Otro comentario reciente, del crítico y curador Emilio Tarazona, puede verse también en su blog.
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Por un museo mestizo
por Diego Otero
Lo impuro y lo contaminado. Pulsiones (Neo) Barrocas en las rutas de Micromuseo es el título con el que el crítico y curador Gustavo Buntinx está presentando en la Bienal de Valencia un recorrido por los hitos que definen su concepción de la contemporaneidad artística en el Perú.
La cuarta edición de la Bienal de Valencia, llamada ahora Encuentro entre dos mares por su reciente vinculación con la Bienal de Sao Paulo, ofrece al público un conjunto de ejes conceptuales sobre los que se despliegan las obras de más de 150 artistas de muchas partes del mundo. Y si bien Jordania (el país invitado) y Brasil (por lo referido) son los protagonistas indiscutibles, la prensa española ya ha mostrado señales de interés en la propuesta integral de Gustavo Buntinx y su Micromuseo, esa suerte de espacio mental que intenta definir el peso y las coordenadas de una producción artística peruana, hoy.
José Luis Clemente, crítico de El Cultural, dice por ejemplo que Micromuseo proyecta “una visión invectiva sobre la institucionalidad del arte, diluyendo las fronteras de definición de lo artístico con una abultada lista de llamativos creadores”. Pero, ¿qué representa exactamente Micromuseo?, ¿por qué esa “visión invectiva” sobre la institucionalidad?, ¿a qué se refiere Buntinx con lo de “pulsiones (neo)barrocas? Evidentemente, no podemos hablar de la exposición pero sí del catálogo que la acompaña, que el propio Buntinx nos ha hecho llegar, y que es, ciertamente, polémico y cuestionable, pero también audaz, valioso y sugerente.
Contextualizar, friccionar
Donde hay un vacío hay un deseo, escribe Buntinx. Y a partir de ahí plantea la carencia de un museo de arte contemporáneo como una cifra de frustraciones pero también de pulsiones, de necesidades, de hambre. El grabado ¡Bajan en el Museo de Arte Moderno!, de Mariela Zevallos (E.P.S Huayco), le sirve como nota sobre la que afinar las bases de su propuesta curatorial. Por su estilo y su sentido, ese grabado intenta desafiar las prácticas y los modales de la institucionalidad artística peruana (una institucionalidad “colonizada”, en palabras de Buntinx) y desestabilizar conceptos como tradición, modernidad, cultura popular, cultura de elite, etcétera.
Micromuseo, a la sombra de estas coordenadas, se propone como un museo alternativo, en el que lo importante no es el espacio (no hay espacio) ni la colección (es relativamente reducida) sino los postulados críticos sobre los que se trabaja. Dice Buntinx, a ese respecto, que la de Micromuseo es una economía elemental pero suficiente. “Como la de un microbús urbano: el prefijo que define a este Micromuseo debe entenderse no solo en su reivindicación necesaria de lo pequeño, de lo inmediato y accesible, sino además en su alusión alegórica al instrumento cotidiano de la movilidad y la movilización ciudadanas”.
Es en ese sentido que el curador propone a Micromuseo como un espacio que no pretende tanto coleccionar (y con ello canonizar, sacralizar) sino contextualizar, circular, friccionar. Un museo ambulante –una “musealiad mestiza”, apunta él– que viaja por los más diversos estratos sociales y culturales y pretende asimilarlo todo: Buntinx, elocuentemente, reemplaza las palabras “artista” y “artesano” por “artífice”. Pero si bien es elocuente la intención ‘contaminante’, ‘impurificadora’, ‘flexible’, de todo el proyecto, hay, quizá también, algunas contradicciones que aparecen a lo largo del discurso, como baches que esperan –o no– ser resanados.
Hacia el (Neo) Barroco
Algunas de esas contradicciones tienen que ver con el sesgo en la lectura de las propias obras o proyectos que Micromuseo acoge y asedia por igual. Un sesgo que no necesariamente encarna siempre ese animo abarcador, mixto, aglutinante. Porque (por ejemplo) cuando Buntinx habla de la notable retrospectiva de fardos y banderas de Eduardo Tokeshi (2001) incide en los símbolos dramáticos que el creador procesaba para hablar de la violencia en el país, pero apenas deja entrever la posibilidad de que esas banderas hablaran –también– de una serie de otros dramas identitarios: más privados, más silenciosos, más íntimos. Algo similar podría decirse respecto de la mirada con que el curador opera sobre el trabajo de Christian Bendayán o Carlos Runcie.
Es importante, sí, y sugerente, lo que Buntinx plantea como los antecedentes que insinuan el camino hacia esa clara tendencia de horror vacui en buena parte del arte peruano de hoy. Ahí están las obras de Moico Yaker (Tres cholos durmiendo) y Mariella Agois (Paracaidos) como incontrastables ejemplos: un mestizaje contundente (“abigarrado”, dice el curador) de formas y sentidos plasticos. Y es importante, tambien, la dedicacion que le brinda a ciertos trabajos clave de nuestra contemporaneidad mas viva, como la Caja negra de Márquez y Valdez, o Katatay de Alfredo Marquez. Trabajos en los que las fracturas de estilos y contenidos -la política, la religión y la cultura en el ojo del mismo huracan- nos muestran a su vez otras fracturas, otras esperanzas.
[imagen 1: Moico Yaker, Tres cholos durmiendo, 1990, óleo sobre tejido, 144cm x 196cm / imagen 2: carátula del catálogo]
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Por un museo mestizo
por Diego Otero
Lo impuro y lo contaminado. Pulsiones (Neo) Barrocas en las rutas de Micromuseo es el título con el que el crítico y curador Gustavo Buntinx está presentando en la Bienal de Valencia un recorrido por los hitos que definen su concepción de la contemporaneidad artística en el Perú.
La cuarta edición de la Bienal de Valencia, llamada ahora Encuentro entre dos mares por su reciente vinculación con la Bienal de Sao Paulo, ofrece al público un conjunto de ejes conceptuales sobre los que se despliegan las obras de más de 150 artistas de muchas partes del mundo. Y si bien Jordania (el país invitado) y Brasil (por lo referido) son los protagonistas indiscutibles, la prensa española ya ha mostrado señales de interés en la propuesta integral de Gustavo Buntinx y su Micromuseo, esa suerte de espacio mental que intenta definir el peso y las coordenadas de una producción artística peruana, hoy.
José Luis Clemente, crítico de El Cultural, dice por ejemplo que Micromuseo proyecta “una visión invectiva sobre la institucionalidad del arte, diluyendo las fronteras de definición de lo artístico con una abultada lista de llamativos creadores”. Pero, ¿qué representa exactamente Micromuseo?, ¿por qué esa “visión invectiva” sobre la institucionalidad?, ¿a qué se refiere Buntinx con lo de “pulsiones (neo)barrocas? Evidentemente, no podemos hablar de la exposición pero sí del catálogo que la acompaña, que el propio Buntinx nos ha hecho llegar, y que es, ciertamente, polémico y cuestionable, pero también audaz, valioso y sugerente.
Contextualizar, friccionar
Donde hay un vacío hay un deseo, escribe Buntinx. Y a partir de ahí plantea la carencia de un museo de arte contemporáneo como una cifra de frustraciones pero también de pulsiones, de necesidades, de hambre. El grabado ¡Bajan en el Museo de Arte Moderno!, de Mariela Zevallos (E.P.S Huayco), le sirve como nota sobre la que afinar las bases de su propuesta curatorial. Por su estilo y su sentido, ese grabado intenta desafiar las prácticas y los modales de la institucionalidad artística peruana (una institucionalidad “colonizada”, en palabras de Buntinx) y desestabilizar conceptos como tradición, modernidad, cultura popular, cultura de elite, etcétera.
Micromuseo, a la sombra de estas coordenadas, se propone como un museo alternativo, en el que lo importante no es el espacio (no hay espacio) ni la colección (es relativamente reducida) sino los postulados críticos sobre los que se trabaja. Dice Buntinx, a ese respecto, que la de Micromuseo es una economía elemental pero suficiente. “Como la de un microbús urbano: el prefijo que define a este Micromuseo debe entenderse no solo en su reivindicación necesaria de lo pequeño, de lo inmediato y accesible, sino además en su alusión alegórica al instrumento cotidiano de la movilidad y la movilización ciudadanas”.
Es en ese sentido que el curador propone a Micromuseo como un espacio que no pretende tanto coleccionar (y con ello canonizar, sacralizar) sino contextualizar, circular, friccionar. Un museo ambulante –una “musealiad mestiza”, apunta él– que viaja por los más diversos estratos sociales y culturales y pretende asimilarlo todo: Buntinx, elocuentemente, reemplaza las palabras “artista” y “artesano” por “artífice”. Pero si bien es elocuente la intención ‘contaminante’, ‘impurificadora’, ‘flexible’, de todo el proyecto, hay, quizá también, algunas contradicciones que aparecen a lo largo del discurso, como baches que esperan –o no– ser resanados.
Hacia el (Neo) Barroco
Algunas de esas contradicciones tienen que ver con el sesgo en la lectura de las propias obras o proyectos que Micromuseo acoge y asedia por igual. Un sesgo que no necesariamente encarna siempre ese animo abarcador, mixto, aglutinante. Porque (por ejemplo) cuando Buntinx habla de la notable retrospectiva de fardos y banderas de Eduardo Tokeshi (2001) incide en los símbolos dramáticos que el creador procesaba para hablar de la violencia en el país, pero apenas deja entrever la posibilidad de que esas banderas hablaran –también– de una serie de otros dramas identitarios: más privados, más silenciosos, más íntimos. Algo similar podría decirse respecto de la mirada con que el curador opera sobre el trabajo de Christian Bendayán o Carlos Runcie.
Es importante, sí, y sugerente, lo que Buntinx plantea como los antecedentes que insinuan el camino hacia esa clara tendencia de horror vacui en buena parte del arte peruano de hoy. Ahí están las obras de Moico Yaker (Tres cholos durmiendo) y Mariella Agois (Paracaidos) como incontrastables ejemplos: un mestizaje contundente (“abigarrado”, dice el curador) de formas y sentidos plasticos. Y es importante, tambien, la dedicacion que le brinda a ciertos trabajos clave de nuestra contemporaneidad mas viva, como la Caja negra de Márquez y Valdez, o Katatay de Alfredo Marquez. Trabajos en los que las fracturas de estilos y contenidos -la política, la religión y la cultura en el ojo del mismo huracan- nos muestran a su vez otras fracturas, otras esperanzas.
[imagen 1: Moico Yaker, Tres cholos durmiendo, 1990, óleo sobre tejido, 144cm x 196cm / imagen 2: carátula del catálogo]
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