viernes, abril 20, 2007

La Aceptación de la Muerte

Este es otro artículo sobre la exposición publicado el día de ayer (jueves 19) por Luis Lama, en su columna de arte de la revista Caretas.
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La Aceptación de la Muerte
por: Luis Lama

El AECI presenta la exposición de mayor trascendencia para el conocimiento del pasado siglo XX que se haya exhibido en Lima. Emilio Tarazona y Miguel López hicieron un espléndido trabajo curatorial que constituye una lección para quienes se inician por el azaroso camino de la investigación. Los resultados obtenidos son brillantes, tanto en su proceso de análisis y búsqueda, como en la presentación misma.

Uno de los aciertos de “La persistencia de lo efímero” es la reconstrucción de algunas piezas como la instalación de Teresa Burga o toda la serie fotográfica de Emilio Hernández, lo que revela el acucioso criterio con que se plantearon la muestra. Al final de la misma vemos cómo en momentos de conformismo se comprueba cómo, al menos en cuanto al arte se refiere, todo tiempo pasado sí fue mejor. Ayer se tenía la convicción de que algo podríamos cambiar, que es mucho más de lo que puede decirse hoy.

La sala dedicada a Emilio Hernández es la más contundente en cuanto a montaje y contenido. El trabajo “Galería de arte” sigue siendo sorprendentemente contemporáneo, en especial cuando anula la imagen del Museo de Arte “como un gesto de interpelación a la institucionalidad artística”, lo cual luce como un presagio de lo que viviríamos hoy. Estos trabajos, prácticamente inéditos para el público actual, revela a Hernández como un visionario cuya profecía se cumplió de la peor manera posible.

Esta muestra sobre el no-objetualismo en el Perú, que abarca los años del 65 al 75, hace un recorrido por ambientaciones, happenings y conceptualismo, que considero algunas de las experiencias más valiosas de un período clave de nuestra historia. Y cuando se aprecia lo hecho por Tarazona y López para AECI no puede menos que extrañarse la ausencia de estas piezas en el ciclo del Museo de Arte sobre el nuevo siglo.

La labor de Teresa Burga y de Emilio Hernández constituyen el eje principal de la muestra, a las que añadimos la propuesta cinematográfica de Mario Acha (foto), la que por razones generacionales y afinidades emotivas es una con las cuales más me identifico, pero eso entra en el área íntima de las experiencias de un dinosaurio de los 60. Esa concentración de información en pocos artistas se explica por el carácter efímero de las obras y la dificultad de su conservación. Las fotografías de Hernández por ejemplo tienen impresión reciente, lo que le otorga extraordinaria contemporaneidad. Son obras cuyo rigor el tiempo no ha mitigado, todo lo contrario. Prefiero esta etapa de subversión a la de su pintura actual, la que pudiéramos llamar la del cansancio del guerrero. De estas piezas setenteras se desprende una extraordinaria vitalidad, un desafío lejos de ser alcanzado por cualquier artista joven de nuestros días.

La instalación de Burga tiene la peculiaridad de un arte atemporal. Su autorretrato, por ejemplo, está a la altura de las experiencias actuales y tiene nivel internacional. Resulta lamentable –pero comprensible– que los trabajos de Gloria Gómez-Sánchez sean sólo presentados a través de fotografías, tratándose de una de las artistas más beligerantes, sardónicas e inteligentes de esos años. Pero el tiempo no perdona y las dimensiones de los trabajos de Gómez-Sánchez, su carácter no comercial, la carencia de un museo de arte contemporáneo con la apertura necesaria para preservar lo efímero han hecho que de estas piezas sólo queden sus registros.

Sorprende además la información que ostentaban en tiempos en los que navegar en Internet era una utopía. En ellos hay relaciones muy precisas con la obra de Kosuth y Richard Long, por ejemplo. Virtud en el Perú endogámico de los setenta al que sólo ingresaban esporádicas referencias en una época de dictadura que en nombre de la revolución terminó aboliendo todo asomo de subversión. Paradójicamente el espíritu neomarxista que animaba al no-objetualismo terminó siendo considerado alienante por un gobierno que se consideraba impulsado por similares intenciones. Como antes en la historia.

Fueron tiempos de efervescencia que comparados con la sumisión que hoy agobia, permitirían concluir que ya no hay ilusión. Y quizás, esta aceptación de la muerte sea lo mejor.


[imagen: Mario Acha. Introducción al cinematógrafo. 1970. Vista de montaje. Museo de Arte Italiano]

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