Hostipitalidades
It is the business of the future to be dangerous
A.N. Whitehead
A.N. Whitehead
El término «exposición» implica, en una de sus acepciones, la representación que se hace… comúnmente a una autoridad, pidiendo o reclamando una cosa[1], al tiempo que «exponer» comporta el arriesgar, aventurar, poner una cosa en contingencia de perderse o dañarse [2]. Hay, en estas definiciones, dos matices que suelen involucrarse muy poco en los procesos de exhibición artística y que, en últimas, generan tensión entre el riesgo asumido por quien expone o, mejor aún, se expone, y la consecución de un fin reclamado a una autoridad.
Hay en la idea de exponer, entonces, una fuerza de ley en acción. Algo que se hace enmarcado y delimitado por un código, y una respuesta que busca torcer o afianzar el código mismo a partir de la violencia ejercida sobre su propio campo semántico, a costa incluso, de dañarse quien se arriesga o reclama.
Pocas veces, en el entorno cercano, podemos entrar en relación con procesos artísticos en los que sus implicados enfrenten un franco riesgo o produzcan una representación en la que se haga un reclamo. Más que exposiciones, vemos exhibiciones, donde el mostrarse, bajo la perspectiva de un espectáculo del yo, acapara la mayoría del universo visible.
Es en esta perspectiva de riesgo, violencia y ley, que se enmarca nuestro proyecto curatorial, buscando encontrar signos de estas tensiones e intentando impulsar procesos en los cuales los límites de legibilidad y socialización comporten una redefinición de los límites asociados a la idea moderna del artista y su función.
En el curso de nuestra experiencia universitaria, en calidad de estudiantes y maestros, nos hemos tropezado una y otra vez con procesos arriesgados, desligados de toda tradición artística local, desinteresados por el reconocimiento desprendido de la obra y casi, producidos como un dispositivo hiperconsciente de automarginación. En general, estos procesos están vinculados a necesidades, reivindicaciones o denuncias puestas en escena sin una intención moralizante o un fin político ligado a la bondad del consenso democrático. Por el contrario, se suele tratar de proyectos en los que la fuerza creativa se dirige a la destrucción, el desmantelamiento o la puesta en crisis de un valor social constituido.
Al ver el trabajo de artistas como Edwin Sánchez, quien produce crisis en unidades urbanas a partir de la inserción de mensajes amenazadores, supuestamente emitidos por la misma administración distrital, Andrés Moreno, quien robaba betunes y cepillos de embolar para luego con ellos lustrar de forma gratuita las botas de policías en un CAI cercano al supermercado, o Ana María Suárez, quien inserta precios falsos en artículos suntuarios exhibidos en almacenes de cadena, se evidencia una voluntad de ruptura y una vocación de riesgo que pueden venir a enriquecer la producción de los jóvenes artistas de clase media emergidos de contextos inocuos y cargados de prejuicios.
Si bien podríamos remontarnos a la leyenda de Antonio Caro abofeteando a Germán Rubiano, o a Wilson Díaz llevando fuera del país semillas de coca en su estómago, la verdadera historia del arte de riesgo en Colombia, aunque pueda cuestionarse nuestra afirmación, empezaría con el M-19 interrumpiendo transmisiones televisivas o robando la espada del Libertador. Tal cual presumía Luís Camnitzer, es en la acción subversiva de los Tupamaros en Pando, cuando se inaugura el arte contemporáneo en América Latina. En el contexto colombiano, cargado de violencias varias y ejercicios de poder mucho más que cuestionables, no podría ser de otra manera.
El contexto iberoamericano ha sido bastante más generoso en este tipo de prácticas. Desde los parangolés de Oiticica y las inserciones de Meireles hasta las acciones de Santiago Sierra con prostitutas adictas, Miguel Calderón colaborando con ladrones de carros o Ricardo Domínguez interviniendo a través de flood net páginas gubernamentales, se podría trazar un mapa de desafíos legales, límites institucionales trastocados y violencias diversas jugando en terrenos oscuros de las democracias contemporáneas poco visibles en nuestro contexto inmediato. Meterse al rancho como gesto, no ya de la pura hospitalidad ingenua, sino más bien de una más compleja hostipitalidad lévinasiana, siempre en trance de ponerse en marcha.
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EL BODEGON, Arte Contemporáneo y Vida Social
Viernes 20 de Abril
Cra 2 # 22A-08 7:00 pm
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