La revista colombiana Cambio publica otro artículo en relación a la sensible partida del artista Bernardo Salcedo. Una lástima verdaderamente. Su fallecimiento ocurre muy próximo a la revisión del conceptualismo colombiano que tendrá lugar en Medellín, con actividades como la exposición que está curando Alvaro Barrios titulada Orígenes del Arte Conceptual en Colombia, nombre homónimo de su libro publicado hace algunos años atrás sobre el tema y del cual Bernardo Salcedo fuera de uno de los principales protagonistas.
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El artista de las cajas
La última exposición de Bernardo Salcedo el año pasado en la Galería Alonso Garcés, Catedrales, conformada por 12 obras en negro, blanco y dorado hechas a partir de los restos de un altar barroco, dejó en claro que su trabajo fue el resultado de una necesidad de innovar, de buscar nuevos significados y relaciones en los objetos. Y aunque estas catedrales, como la mayoría de sus obras, guardan relación con la escultura, no lo son en el sentido convencional y responden a su eterna convicción de que no hay cánones establecidos y de que el arte tiene una función crítica.
"Salcedo recurre a objetos viejos para rehacer su realidad plástica", escribió alguna vez la crítica Ana María Escallón. Un concepto que sirve para explicar el conjunto de su producción que, de principio a fin y como explica Jaime Cerón, director de Artes Plásticas del IDCT, "involucra a la vez procedimientos materiales y conceptuales de resignificación y refuncionalización de toda suerte de hechos y artefactos".
Según palabras de la curadora y crítica de arte María Iovino, Salcedo "es uno de los artistas que más cuestionó en las últimas cuatro décadas del siglo XX las definiciones del arte en Colombia con aportes de trascendencia y es una de las figuras de mayor significación en los procesos de renovación y cambio de la plástica nacional".
Nacido en Bogotá en 1939, hizo parte de una generación a la que pertenecen Antonio Caro, Beatriz González, Santiago Cárdenas y Álvaro Barrios, entre otros, una generación que a finales de la década del 60 fue calificada en forma general como "conceptualista" porque, según Cerón, tenían un "particular interés de enlazar la práctica artística con ideas externas a su ámbito tradicional". Porque, indefinible en su estilo, material y formal, tenía que ver sobre todo con ideas y significados.
Época de transformaciones
Fue una época de hondas transformaciones, cuando el mundo artístico giraba en torno a Marta Traba, al Museo de Arte Moderno y a un grupo de artistas como Grau, Obregón, Botero, Wiedemann, Negret y Ramírez Villamizar, que significaban la ruptura y la punta de lanza del arte moderno en el país. En este escenario, Salcedo, un estudiante de Arquitectura de la Universidad Nacional, desinteresado de la historia del arte y de los debates del momento, "fue capaz de traducir eficaz y convincentemente el latido de su contemporaneidad sin herramientas diferentes a su agudeza perceptiva e inteligencia crítica", como dijo Patricia Gómez en 1988 al presentar una exposición en Medellín. Tal vez por eso, su obra no sólo se asocia con el conceptualismo sino también con el surrealismo, el dadaísmo y el arte pop, aunque Salcedo nunca se dejó rotular.
Conocido por su humor negro y su ironía cáustica, se convirtió en el niño terrible del arte colombiano que escandalizaba con sus declaraciones y agudos comentarios. "Burgués díscolo", lo llamó Beatriz López de Barcha en una entrevista de 1986 en El Tiempo, en alusión a su abolengo. Al fin y al cabo, el abuelo materno fue fundador de la Bolsa de Bogotá y su bisabuelo, Eustorgio Salgar, presidente del República. En 1977, en una década tumultuosa y militante de los artistas, fue a Budapest como Encargado de Negocios de la Embajada de Colombia, durante el gobierno de Alfonso López Michelsen. No obstante sus antecedentes familiares y su paso por la diplomacia, su actitud crítica, contestataria e iconoclasta era una muestra clara de que no era del establecimiento.
Escribió columnas con seudónimos como Doctor Trueno, Art-Pía, Óscar Cirujano y Germán Lleras de Francisco, entre otros, y durante un tiempo fue dado a dar declaraciones y entrevistas que levantaban ampolla. "Botero como primitivista es haitiano, como pintor es mexicano y como escritor es la Alegría de leer", dijo en El Tiempo en 1986, y sobre la escultura en Colombia aseguró: "No existe la escala escultórica en Colombia. La única, y eso que es fúnebre, es la de San Agustín".
Luego resolvió callar. Se dio cuenta de que lo conocían más por lo que decía que por lo que hacía, y porque cada vez que lo entrevistaban lo obligaban a explicar su obra. "A los artistas los han encasillado como explicadores de sus obras -decía-.No han entendido que el artista es un ser mudo y que el arte no es un jeroglífico". Y calló durante casi 30 años sobre su trabajo, que para él era una especie de terapia personal que nada tenía que ver con plasmar o traducir una realidad inmediata. Sin embargo, algunas veces cedió a la tentación de soltar ácidos comentarios sobre el arte colombiano. "Todo el arte actual en Colombia está embadurnado de sangre -le dijo a Paola Villamarín en una entrevista en El Tiempo hace un poco más de tres años- Hay excepciones históricas como Carlos Granada, por ejemplo, cosas de Beatriz González o de Doris Salcedo, pero en general nuestro arte contemporáneo está pasando por una crisis de oportunismo muy triste".
Artista consagrado desde hace mucho tiempo, no dejó de innovar, de cuestionar y reflexionar por medio de su obra. Una obra hecha de cosas ya usadas, de material reciclado, de objetos que antes cumplían alguna función práctica. No en vano, en esa misma entrevista, dijo que era como la Edis, "un recolector y un procesador de basura". Nunca hizo pintura y ajeno a pinceles, superficies planas y color, confesó que no podía inventar nada con la línea o el color, que sólo le gustaban las cosas de bulto, las que podía tocar.
Se hizo famoso por sus cajas, pequeños universos de sentido que empezó a hacer desde 1965, y por eso y a pesar de que también realizó obras de otro tipo, cuando alguien se refiere al "artista de las cajas" no cabe duda de que habla de Salcedo. No fue gratuito que en 2001, con 37 años de trayectoria artística, la Biblioteca Luis Ángel Arango le hiciera una exposición retrospectiva titulada El universo en caja. Fue el resumen de una obra caracterizada por la simplificación de los recursos expresivos y el espacio de la composición, lo mismo que por haberle dado nuevos significados a objetos y materiales conocidos.
Siempre crítico
Fue cuando dio la que sería su última gran entrevista. Se la dio a Wilson Arcila para la revista Diners y en ella sentenció: "El arte ya no es sorpresa en Colombia. Lo fue a partir de los años 60, cuando la gente sólo estaba preparada para ver paisajes. Aparecieron entonces artistas como Santiago Cárdenas, Alcántara, el arte pop, incluso las obras de Botero y de Obregón que se daban a conocer por aquella época". Sin embargo, dijo que el momento del arte era bueno porque se había decantado, porque había gente trabajando seriamente y porque, antes que la economía o la política, el arte había advertido el fenómeno de la globalización. "No puede existir arte colombiano, ni arte ecuatoriano, ni arte gringo -dijo-. El arte es universal".
No faltaron las pullas, como la que lanzó contra Jacanamijoy a quien calificó como "un artista turístico", y contra el mismo Botero de quien dijo que "sus últimos 20 años y sus monstruosas esculturas son una plasta". Sin embargo, lo reconoció como un pintor extraordinario, especialmente por su obra de los años 60, y lo incluyó entre los artistas de los cuales escogería una obra para formar su pinacoteca personal. También mencionó a Antonio Caro y a Danilo Dueñas; "un charco de María Cristina Cortés, algo de Carlos Rojas, una obra de la serie de los Suicidas del Sisga, de Beatriz González, que es su mejor época, un dibujo de Superman, de Álvaro Barrios, y un Obregón de la serie Aves cayendo al mar, y lo de siempre, un tapiz de Olga Amaral, un cuadro de Manuel Hernández, todo este equipaje, que es lo único que hay". Bernardo Salcedo vivió para el arte y murió sin estridencias, contrario a lo que podría haberse esperado de una personalidad como la suya. Queda su obra, prueba de su devoción por el oficio, un oficio que lo convirtió en uno de los grandes artistas, punto obligado de referencia del arte moderno colombiano.
Las etapas de Salcedo
- La obra de Salcedo tuvo varias etapas, aunque como él dijo en el Magazín Dominical de El Espectador en 1985, "uno no percibe su cambio, lo notan los demás". Primero fueron las llamadas Cajas blancas en las que introdujo elementos soñados, aparentemente inconexos y en las que combinaba pedazos de muñecos, herrajes, fragmentos de cámaras y objetos. Eran cajas que podían abrirse y que ofrecían a la mirada múltiples formas de interpretación. Cada uno podía verlas con su propia memoria.
- Luego fueron las Cajas elementales en las que metió tierra, piedras y paja, y con las que denunció el profundo desequilibrio económico en el campo.
- Más tarde, fue el ciclo Señales particularesen el cual intervino fotografías con objetos que guardaran alguna relación con ellas, y finalmente abordó la poesía con la serie Aserrando el agua, olas hechas metal en cajas de madera. Finalmente, "Catedrales", su último trabajo.
- A comienzos de los años 70 exploró con la palabra e hizo la serie que tituló Frases de cajón. Y en la Bienal de Artes Gráficas de 1973 exhibió una obra que desató una polémica. La llamó Primera lección, una deconstrucción del escudo nacional cuyo mensaje era que no había patria posible.
[imagen 1: Bernardo Salcedo. Sin título, de la serie Señales Particulares. 1981. madera, plástico y vidrio sobre fotografía. Colección Hernando Santos / imagen 2: Bernardo Salcedo, Cajas, 1971]
"Salcedo recurre a objetos viejos para rehacer su realidad plástica", escribió alguna vez la crítica Ana María Escallón. Un concepto que sirve para explicar el conjunto de su producción que, de principio a fin y como explica Jaime Cerón, director de Artes Plásticas del IDCT, "involucra a la vez procedimientos materiales y conceptuales de resignificación y refuncionalización de toda suerte de hechos y artefactos".
Según palabras de la curadora y crítica de arte María Iovino, Salcedo "es uno de los artistas que más cuestionó en las últimas cuatro décadas del siglo XX las definiciones del arte en Colombia con aportes de trascendencia y es una de las figuras de mayor significación en los procesos de renovación y cambio de la plástica nacional".
Nacido en Bogotá en 1939, hizo parte de una generación a la que pertenecen Antonio Caro, Beatriz González, Santiago Cárdenas y Álvaro Barrios, entre otros, una generación que a finales de la década del 60 fue calificada en forma general como "conceptualista" porque, según Cerón, tenían un "particular interés de enlazar la práctica artística con ideas externas a su ámbito tradicional". Porque, indefinible en su estilo, material y formal, tenía que ver sobre todo con ideas y significados.
Época de transformaciones
Fue una época de hondas transformaciones, cuando el mundo artístico giraba en torno a Marta Traba, al Museo de Arte Moderno y a un grupo de artistas como Grau, Obregón, Botero, Wiedemann, Negret y Ramírez Villamizar, que significaban la ruptura y la punta de lanza del arte moderno en el país. En este escenario, Salcedo, un estudiante de Arquitectura de la Universidad Nacional, desinteresado de la historia del arte y de los debates del momento, "fue capaz de traducir eficaz y convincentemente el latido de su contemporaneidad sin herramientas diferentes a su agudeza perceptiva e inteligencia crítica", como dijo Patricia Gómez en 1988 al presentar una exposición en Medellín. Tal vez por eso, su obra no sólo se asocia con el conceptualismo sino también con el surrealismo, el dadaísmo y el arte pop, aunque Salcedo nunca se dejó rotular.
Conocido por su humor negro y su ironía cáustica, se convirtió en el niño terrible del arte colombiano que escandalizaba con sus declaraciones y agudos comentarios. "Burgués díscolo", lo llamó Beatriz López de Barcha en una entrevista de 1986 en El Tiempo, en alusión a su abolengo. Al fin y al cabo, el abuelo materno fue fundador de la Bolsa de Bogotá y su bisabuelo, Eustorgio Salgar, presidente del República. En 1977, en una década tumultuosa y militante de los artistas, fue a Budapest como Encargado de Negocios de la Embajada de Colombia, durante el gobierno de Alfonso López Michelsen. No obstante sus antecedentes familiares y su paso por la diplomacia, su actitud crítica, contestataria e iconoclasta era una muestra clara de que no era del establecimiento.
Escribió columnas con seudónimos como Doctor Trueno, Art-Pía, Óscar Cirujano y Germán Lleras de Francisco, entre otros, y durante un tiempo fue dado a dar declaraciones y entrevistas que levantaban ampolla. "Botero como primitivista es haitiano, como pintor es mexicano y como escritor es la Alegría de leer", dijo en El Tiempo en 1986, y sobre la escultura en Colombia aseguró: "No existe la escala escultórica en Colombia. La única, y eso que es fúnebre, es la de San Agustín".
Luego resolvió callar. Se dio cuenta de que lo conocían más por lo que decía que por lo que hacía, y porque cada vez que lo entrevistaban lo obligaban a explicar su obra. "A los artistas los han encasillado como explicadores de sus obras -decía-.No han entendido que el artista es un ser mudo y que el arte no es un jeroglífico". Y calló durante casi 30 años sobre su trabajo, que para él era una especie de terapia personal que nada tenía que ver con plasmar o traducir una realidad inmediata. Sin embargo, algunas veces cedió a la tentación de soltar ácidos comentarios sobre el arte colombiano. "Todo el arte actual en Colombia está embadurnado de sangre -le dijo a Paola Villamarín en una entrevista en El Tiempo hace un poco más de tres años- Hay excepciones históricas como Carlos Granada, por ejemplo, cosas de Beatriz González o de Doris Salcedo, pero en general nuestro arte contemporáneo está pasando por una crisis de oportunismo muy triste".
Artista consagrado desde hace mucho tiempo, no dejó de innovar, de cuestionar y reflexionar por medio de su obra. Una obra hecha de cosas ya usadas, de material reciclado, de objetos que antes cumplían alguna función práctica. No en vano, en esa misma entrevista, dijo que era como la Edis, "un recolector y un procesador de basura". Nunca hizo pintura y ajeno a pinceles, superficies planas y color, confesó que no podía inventar nada con la línea o el color, que sólo le gustaban las cosas de bulto, las que podía tocar.
Se hizo famoso por sus cajas, pequeños universos de sentido que empezó a hacer desde 1965, y por eso y a pesar de que también realizó obras de otro tipo, cuando alguien se refiere al "artista de las cajas" no cabe duda de que habla de Salcedo. No fue gratuito que en 2001, con 37 años de trayectoria artística, la Biblioteca Luis Ángel Arango le hiciera una exposición retrospectiva titulada El universo en caja. Fue el resumen de una obra caracterizada por la simplificación de los recursos expresivos y el espacio de la composición, lo mismo que por haberle dado nuevos significados a objetos y materiales conocidos.
Siempre crítico
Fue cuando dio la que sería su última gran entrevista. Se la dio a Wilson Arcila para la revista Diners y en ella sentenció: "El arte ya no es sorpresa en Colombia. Lo fue a partir de los años 60, cuando la gente sólo estaba preparada para ver paisajes. Aparecieron entonces artistas como Santiago Cárdenas, Alcántara, el arte pop, incluso las obras de Botero y de Obregón que se daban a conocer por aquella época". Sin embargo, dijo que el momento del arte era bueno porque se había decantado, porque había gente trabajando seriamente y porque, antes que la economía o la política, el arte había advertido el fenómeno de la globalización. "No puede existir arte colombiano, ni arte ecuatoriano, ni arte gringo -dijo-. El arte es universal".
No faltaron las pullas, como la que lanzó contra Jacanamijoy a quien calificó como "un artista turístico", y contra el mismo Botero de quien dijo que "sus últimos 20 años y sus monstruosas esculturas son una plasta". Sin embargo, lo reconoció como un pintor extraordinario, especialmente por su obra de los años 60, y lo incluyó entre los artistas de los cuales escogería una obra para formar su pinacoteca personal. También mencionó a Antonio Caro y a Danilo Dueñas; "un charco de María Cristina Cortés, algo de Carlos Rojas, una obra de la serie de los Suicidas del Sisga, de Beatriz González, que es su mejor época, un dibujo de Superman, de Álvaro Barrios, y un Obregón de la serie Aves cayendo al mar, y lo de siempre, un tapiz de Olga Amaral, un cuadro de Manuel Hernández, todo este equipaje, que es lo único que hay". Bernardo Salcedo vivió para el arte y murió sin estridencias, contrario a lo que podría haberse esperado de una personalidad como la suya. Queda su obra, prueba de su devoción por el oficio, un oficio que lo convirtió en uno de los grandes artistas, punto obligado de referencia del arte moderno colombiano.
Las etapas de Salcedo
- La obra de Salcedo tuvo varias etapas, aunque como él dijo en el Magazín Dominical de El Espectador en 1985, "uno no percibe su cambio, lo notan los demás". Primero fueron las llamadas Cajas blancas en las que introdujo elementos soñados, aparentemente inconexos y en las que combinaba pedazos de muñecos, herrajes, fragmentos de cámaras y objetos. Eran cajas que podían abrirse y que ofrecían a la mirada múltiples formas de interpretación. Cada uno podía verlas con su propia memoria.
- Luego fueron las Cajas elementales en las que metió tierra, piedras y paja, y con las que denunció el profundo desequilibrio económico en el campo.
- Más tarde, fue el ciclo Señales particularesen el cual intervino fotografías con objetos que guardaran alguna relación con ellas, y finalmente abordó la poesía con la serie Aserrando el agua, olas hechas metal en cajas de madera. Finalmente, "Catedrales", su último trabajo.
- A comienzos de los años 70 exploró con la palabra e hizo la serie que tituló Frases de cajón. Y en la Bienal de Artes Gráficas de 1973 exhibió una obra que desató una polémica. La llamó Primera lección, una deconstrucción del escudo nacional cuyo mensaje era que no había patria posible.
[imagen 1: Bernardo Salcedo. Sin título, de la serie Señales Particulares. 1981. madera, plástico y vidrio sobre fotografía. Colección Hernando Santos / imagen 2: Bernardo Salcedo, Cajas, 1971]
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