Ayer tuve una primera sesion de un taller corto de crítica de arte, y durante el día comenté mis impresiones a algunos amigos y amigas que me preguntaron al respecto. No me ha interesado en ningún momento hacer una lectura crítica del taller al cual asisto puesto que aún no ha acabado, sin embargo en varios de mis comentarios se pudo notar la desazón que me asalta comenzar un taller a través de diferencias disciplinares que intentan 'ordenar' el campo de sentido sobre los agentes y dinámicas de construcción de sentido en el arte. Y más aún cuando la forma de precisar o intentar definir la práctica curatorial tiene tan poco espíritu combativo. Y con 'combativo' no me refiero obviamente a un enfrentamiento entre el curador y otros operadores del campo del arte, sino específicamente a las coordenadas que el escenario actual exige de toda labor de elaboración y dinamización discursiva, esto es una puesta escena esencialmente interpelativa.
Así, uno no necesita hacer una exposición de 'arte conceptual' -por decir algo- para realizar una práctica curatorial crítica -como se podría pensar si asocian mis gustos personales con mi argumento-: el ejercicio efectivo de la curaduría puede hacerse desde cualquier entrada, incluso desde una aproximación curatorial en el orden de lo arqueológico. No tiene tanto que ver el qué curas, sino el cómo.
Yo prefiero pensar la práctica curatorial -y esto lo he sostenido en más de una oportunidad- como un acto, una puesta en acción (la curaduría como pensamiento-en-acción o propiamente acción del pensamiento). Precisamente este ejercicio ofensivo, este mecanismo de asalto, debería apuntar a descolocar incluso su propio asentamiento discursivo. Todo trabajo curatorial efectivo debe ser capaz de examinar primero sus posibilidades de enunciabilidad, el tramado de sentido de su contexto, y especialmente la condición-de-habla-de-las-obras (para usar este último término del crítico chileno Justo Pastor Mellado). Es en aquel análisis zonal, en ese espacio suspendido de desplazamiento entre la voluntad de articular una idea y articularla, que la curaduría debería encontrar los muros de los cuales asirse para construir una estructura activa de juicios y conocimientos -puestos en juego en el mismo acto-, permitiendo al mismo tiempo advertir nuevas fallas e inscribirse en ellas. Ya que es ese último espacio de duda, aquel énfasis especulativo sobre lo dicho, el que permite reconocer la esencialidad subjetiva e interpretativa de su trabajo, haciendo imperioso su examen en el espacio colectivo.
Pocas semanas atrás el crítico español José Luis Brea -quien estuvo por Lima algunos días- se quejaba de la falta de falta de compromiso crítico de la actual curaduría, y no le falta razón en la medida que vemos un crecimiento expedito de supuestos curadores que asumen que con colgar cuadros o acomodar proyectores ya están ejerciendo la práctica. Así, e intentando reorientar la 'complicidad' con la cual acusaba Brea a la curaduría actual asociado al crecimiento de la imagen del artista como otra figura más del espectáculo, pienso que la curaduría sí debería ser una práctica cómplice, pero no del discurso amable convertido posteriormente en un nuevo elemento de negociación mercantil, sino coludido, involucrado y comprometido significativamente con la interferencia del sentido que el artista al cual escolta procura.
Desde este razonamiento el ejercicio curatorial es un espacio de (re)pontenciamiento desestabilizador de la práctica artística y de los fines críticos que ella propugna y resguarda. Me interesa entonces pensar la noción del 'curador' transformada de un mero colabor acomodaticio a una figura activa que apueste por un desmontaje de los consensos habituados, una suerte de activismo enérgico dispuesto a poner en cuestión los límites de su propia práctica en una dilución que tenga como fin el propio accionar del sentido en el marco de la propia vida.
[imagen: Cubo Blanco Flexi-time, una de las pocas exposiciones locales decidida a abordar reflexivamente el espacio de curaduría como campo de acción y discusión abierta. En la imagen se ve la escultura social, acción que el propio curador de la muestra, Jorge Villacorta, habilitaría en el espacio a través de una serie de tocadiscos y lp's puestos en la sala para el uso voluntario de los asistentes. Alrededor de todo ello una serie de ejercicios conceptuales que mutaban y cambiaban en el espacio de acuerdo a la voluntad de los artistas que entraron y salieron de la sala de forma aleatoria durante todo aquel febrero de 2004. Sala Luis Miró Quesada Garland.)
Así, uno no necesita hacer una exposición de 'arte conceptual' -por decir algo- para realizar una práctica curatorial crítica -como se podría pensar si asocian mis gustos personales con mi argumento-: el ejercicio efectivo de la curaduría puede hacerse desde cualquier entrada, incluso desde una aproximación curatorial en el orden de lo arqueológico. No tiene tanto que ver el qué curas, sino el cómo.
Yo prefiero pensar la práctica curatorial -y esto lo he sostenido en más de una oportunidad- como un acto, una puesta en acción (la curaduría como pensamiento-en-acción o propiamente acción del pensamiento). Precisamente este ejercicio ofensivo, este mecanismo de asalto, debería apuntar a descolocar incluso su propio asentamiento discursivo. Todo trabajo curatorial efectivo debe ser capaz de examinar primero sus posibilidades de enunciabilidad, el tramado de sentido de su contexto, y especialmente la condición-de-habla-de-las-obras (para usar este último término del crítico chileno Justo Pastor Mellado). Es en aquel análisis zonal, en ese espacio suspendido de desplazamiento entre la voluntad de articular una idea y articularla, que la curaduría debería encontrar los muros de los cuales asirse para construir una estructura activa de juicios y conocimientos -puestos en juego en el mismo acto-, permitiendo al mismo tiempo advertir nuevas fallas e inscribirse en ellas. Ya que es ese último espacio de duda, aquel énfasis especulativo sobre lo dicho, el que permite reconocer la esencialidad subjetiva e interpretativa de su trabajo, haciendo imperioso su examen en el espacio colectivo.
Pocas semanas atrás el crítico español José Luis Brea -quien estuvo por Lima algunos días- se quejaba de la falta de falta de compromiso crítico de la actual curaduría, y no le falta razón en la medida que vemos un crecimiento expedito de supuestos curadores que asumen que con colgar cuadros o acomodar proyectores ya están ejerciendo la práctica. Así, e intentando reorientar la 'complicidad' con la cual acusaba Brea a la curaduría actual asociado al crecimiento de la imagen del artista como otra figura más del espectáculo, pienso que la curaduría sí debería ser una práctica cómplice, pero no del discurso amable convertido posteriormente en un nuevo elemento de negociación mercantil, sino coludido, involucrado y comprometido significativamente con la interferencia del sentido que el artista al cual escolta procura.
Desde este razonamiento el ejercicio curatorial es un espacio de (re)pontenciamiento desestabilizador de la práctica artística y de los fines críticos que ella propugna y resguarda. Me interesa entonces pensar la noción del 'curador' transformada de un mero colabor acomodaticio a una figura activa que apueste por un desmontaje de los consensos habituados, una suerte de activismo enérgico dispuesto a poner en cuestión los límites de su propia práctica en una dilución que tenga como fin el propio accionar del sentido en el marco de la propia vida.
[imagen: Cubo Blanco Flexi-time, una de las pocas exposiciones locales decidida a abordar reflexivamente el espacio de curaduría como campo de acción y discusión abierta. En la imagen se ve la escultura social, acción que el propio curador de la muestra, Jorge Villacorta, habilitaría en el espacio a través de una serie de tocadiscos y lp's puestos en la sala para el uso voluntario de los asistentes. Alrededor de todo ello una serie de ejercicios conceptuales que mutaban y cambiaban en el espacio de acuerdo a la voluntad de los artistas que entraron y salieron de la sala de forma aleatoria durante todo aquel febrero de 2004. Sala Luis Miró Quesada Garland.)
que bueno el texto, Miguel!!
ResponderBorrarfinalmente concuerdo contigo, tanto que el último día del taller, preferí dormir que ir.
Lo mejor me pareció compartir el espacio con las chicas de Vanalidades, el chico de Arequipa, Benny y Emilio a quienes siempre es interesante y divertido escuchar y los demás.
Quizá deberíamos pensar en la posibilidad de propiciar más ese tipo de situaciones.
Sí, en realidad creo que el intercambio que se dio entre los asistentes fue bastante valioso. El último día también Gabriela y María Eugenia (de la revista Vanalidades) hicieron comentarios muy precisos sobre la imposibilidad de abordar 'América Latina' bajo algún tipo de identidad única, ya que ello reitera y reduce discursos esencialistas o la mirada exotizante que en otros escenarios (como el eurocentrico y norteamericano) solía ser común denominador.
ResponderBorrarTienes razón en lo último que dices deberíamos intentar propiciar este tipo de encuentros, creo que de alguna manera todos los asistentes teníamos cierto interés editorial o de escritura en general. Me acabo de acordar que hace poco 'El Colectivo' iba a organizar una mesa redonda en la Escuela de Bellas Artes sobre 'colectivos' y quizá no sería tan mala idea que suceda lo mismo pero alrededor de publicaciones de arte. En fin, son ideas, pero igual sería ideal que nos juntáramos de vez en cuando para conversar un poco, son pocas las oportunidades verdaderamente.
claro, y con unas chelas.
ResponderBorrardonde ?.... he llegado hasta aqui blogeando... donde es esa expo?
ResponderBorrarLo impredecible, la sorpresa es lo que me mantiene como expectadora
ResponderBorrarHolas, bueno Beatriz si me preguntas por la exposición de la foto pues te diré que se llamó Cubo Blanco Flexi-Time, curada por Jorge Villacorta y se presentó en febrero de 2004, en la Sala Luis Miró Quesada Garland en Lima, Perú.
ResponderBorrarFue una exposición memorable -al menos para mí- y creo que señaló de forma muy osada la presencia del espacio y de sus ocupantes en el tiempo de una exhibición. Las intervenciones fueron constantes, abiertas y evidentes, sin ningún tipo de 'maquillaje', por lo cual la sala cambiaba casi a diario, enreverando el arte con la propia experiencia de lo cotidiano. Lamentablemente no existe catálogo, se repartieron en cambio pequeñas 'fichas' (15) de mano sobre las 'intervenciones' que sucedieron en la sala a modo casi de inscripciones biográficas del propio curador. Fue una expo, en el fondo, bastante emotiva.
Casi no hay fotografías tampoco publicadas, a excepción de un artículo con tres textos publicados en la revista Prótesis 3 (Lima, diciembre de 2005). Espero poder publicar a futuro algunos de los registros que yo tengo sobre Cubo Blanco con un ensayo largo ya que me parece de lo más significativo en experiencias artísticas en los últimos años. Definitivamente ha marcado mi manera de mirar y entender la práctica curatorial.
Muchos saludos.
sí, para mi también la idea de lo impredecible, pero más aún de lo provisional, de lo efímero, de lo transicional, son de los conceptos que más me interesan. siempre en desplazamiento.
ResponderBorrar¡ EL ARTE ABANDONA LA GALERÍA ! ¿A DÓNDE VA? – Adolfo Vásquez Rocca
ResponderBorrarEl comisario o curador se ha convertido en el maestro de ceremonias, cobrando un excesivo protagonismo. Más que de curatorias, habría que hablar de estrategias curatoriales. En los noventa se implementó la figura del mediador, en gran parte como figura de legitimación institucional. Por eso, habría que diferenciar entre el comisario-creador y el comisario funcionario, aunque luego las posiciones siempre resulten más híbridas. No hay que olvidar que históricamente, han sido los propios artistas quienes se encargaban de articular exposiciones.
El discurso contemporáneo en torno al arte nace, no de la historia o la filosofía y la investigación, sino de la prensa: el reino de la opinión enlatada. El reino de "los que no tienen tiempo". Y es éste el tipo de discurso emocional que nutre la fundamentación "conceptual" que se exige dentro del escaparate posmoderno. Desde el Salón al Premio. Desde el aula hasta el bar. Desde la indagación del profesor al interrogatorio del curador y la beca. La prensa es la sangre que corre por las venas del "arte contemporaneo".
Pero como suele ser imposible organizar tal compendio de informaciones dispersas como cuerpo teórico, como construcción que escamotea a la razón para convertirse en discurso del balbuceo y los lugares comunes de las Bellas Artes. Con exclamaciones que mientras más vehementes son, cuanto más "ruido" hacen, cuanto más teatrales y afectadas, más logran ocultar la pobre formación estética y el casi analfabetismo filosófico e histórico de los administradores de la cultura –incapaces de entender y valorar el sentido de la producción cultural de los “artistas contemporáneos". Pese a todo cabe consolarse pensando que esta opinión que predomina suele ser la opinión de una generación –la del político (con su “inteligencia funcionaria”)– que se está desvaneciendo.
La "responsabilidad" de intentar adquirir una solidez teórica es hoy una empresa imposible en un universo cultural y académico que solo expone e inaugura muestras con sensibilidad de folletín, con delicados sentimientos y un sutil toque de hipocresía, con licencias para la opinión generosa y condescendiente ante el “buen tono rupturista”, ante el exabrupto calculado... como ademán y simulacro de la trasgresión real.
En las últimas décadas hemos visto el agravamiento de una cultura espectacular y mediática que ha abandonado cualquier tipo de política cultural que guardara relación con la producción y transmisión de la complejidad social, y con la toma de conciencia crítica de los fallos y faltas de nuestra sociedad. Produciéndose así una dimisión generalizada de todo tipo de compromiso cultural, un compromiso que ha de ser siempre un compromiso político. La gente se confunde cuando piensa que lo político en el arte es únicamente una estetización de los síntomas de los males de la sociedad y de los conflictos que la articulan. Una visualidad híbrida, difuminada en los titubeos de la democracia de los consensos, rendida al nuevo estatus galerístico del paraíso neoliberal, al arte de formulario, el del Fondart y otros fondos “concursables”.
Mientras a comienzos del siglo XXI un amplio sector del mundo del arte se alineó con esa espectacularidad, homogeneidad y evanescencia de la cultura dominante, existen otras prácticas, que aunque al margen del poder, de los circuitos y de las instituciones de “La Cultura”, tienen un auspicioso futuro en razón de su heterogeneidad y su carácter horizontal y socializante. La cuestión es, sin embargo, cómo asegurar la existencia de estas prácticas en términos de producción, en términos de información, de presentación y de encuentro con públicos variados, públicos socialmente diferenciados y mercados alternativos, a los cuales acceder mediante una suerte de procedimiento alternativo de circulación de bienes, al modo de las licencias abiertas que hoy ponen en jaque a la industria musical.
Ante la ambigüedad, inmediatez y sensualidad de la producción artística el curador –el administrador de la “conciencia del arte"– ejerce la función de hermeneuta y editor de la obra expuesta, produciendo el texto para un catálogo, una cartografía de la exposición, un texto para la prensa, un acta para un jurado, uno para la institución, otro para la pedagogía y la sociología del gusto, finalmente un texto para para autentificar una obra; en suma, una estrategia de mercadeo a través de una amplia gama de producciones textuales -en un comercio de frases- cuyo objetivo tácito es el de publicitar: hacer publico y formar un público para la obra. A menudo los curadores arman -trazan- una narrativa propia en la que las obras tienen apenas el papel de ilustración, un pequeño papel en la gran novela del arte donde el propio 'comisario-escritor' oficia de editor, esto es, establece las propias condiciones de producción de obras, las que luego valida sobre la base de estos mismos criterios -a los que el cuando actua de ventrilocuo del Artísta- llama diagrama de trabajo.
"Una lectura política es aquella que señala las condiciones de producción de la escena referida por unos agentes. De tal manera, la lectura del libro me obliga a declarar cual es la plataforma desde la que sostengo la lectura, pero al mismo tiempo, habilita la investigación sobre la política de lectura que el editor del libro ejerce desde su propio diagrama de trabajo".
Pero en su fuero íntimo las obras desean sustraerse al régimen de visibilidad, es decir, replegarse sobre sí misma. Casi nada en ella ofrece superficies vulnerables a la mirada. La obra permanece plegada, enrollada en sí misma, encuadernada en sí misma, por así decirlo, cerrada. Su día de exposición y despliegue no es hoy, tal vez ya no lo sea, tal vez no lo sea nunca. No obstante tiene una forma de existencia, aunque no una del tipo habitual. La presencia de la obra no es ni la presencia de su valor ni de aquello que contiene de visible. No se revela en su plenitud, se mantiene en un ángulo agudo respecto al mundo, la curiosidad no puede leerla hasta el final y consumirla, la mirada choca con las cubiertas. En algunos casos el pliegue es tan denso que uno ni siquiera puede convencerse de si en realidad hay obras en el interior. Uno vacila involuntariamente entre dos hipótesis: dentro hay algo, dentro no hay nada”.
Leer completo -si así se desea- en
http://revista.escaner.cl/node/544
VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo,
Artículo "¡ El Arte abandona la galería ! ¿A dónde va? ", En ESCANER CULTURAL, Revista de arte contemporáneo y nuevas tendencias, Nº 100 – diciembre 2007, Santiago.
http://revista.escaner.cl/node/544